DIALECTICA DE UN AMOR CRIOLLO

Voy al pueblo con mi sombrero

Con la alegría a flor de piel,

Buscando hallar lo que quiero

Y besos dulces como la miel.

Yo he bajado de los montes

Donde crece la mandioca,

Y cantan alegres los sinsontes

Cuando una flor les besa la boca.

Yo tengo en el pecho versos

De cosas que un día viví,

Cuando arribaron amores perversos

Que se pasearon por aquí.

Yo sé los nombres latinos

De las plantas de los campos,

También sé el de mis vecinos

Y de las letras de los cantos.

Yo he visto una tarde colorida

Desgarrando vientos de arrebol,

Y en una cancha conocida

Gente jugando béisbol.

También he visto cocoteros

Moviéndose al son del viento

Y a quien extrae los frutos enteros

Con entonado sentimiento.

Negras yo vi en la playa

Coreando desnudas su pecado,

Al pescador con su atarraya

Toda llena de pescado.

Gentes vi en frenesí

Bailando alegres el bullerengue

En mi tierra Necoclí

Todos con cara de ñengue.

Cóndores vi en los cerros

Surcando a los lejos el viento

Y he visto en mi pueblo entierros

Bajo la luz del firmamento.

Yo vi partir al caminante

Dejando su hogar amado

Y en Bolivia morir el comandante

Por sus amigos abandonado.

Yo sé que el egoísta yerra

Y el gentil haya su nido,

Y he visto soldados en la guerra

Abandonados en el olvido.

De amores rosas regalé

A una dama morena

Y en la playa baile mapalé

Frente a la mar limpia y serena.

Trepidante ya me voy

Pronto sé que volveré,

Buscando otros destinos hoy

Y mañana regresaré.

En el camino encontré

Grandes cultivos de piña,

Y una galleta compré

A una inquieta y alegre niña.

En el pueblo mataron un hombre

Que a las damas robaba besos,

Van todas coreando su nombre

Y a la virgen lúgubres rezos.

Yo sé bien que de este mundo

Mis cosas están recogiendo,

Lanzarme a un pozo profundo

Las gentes están previendo.

Si ves un arco entre brumas

Es mi papiro que yerta,

Son mis versos como plumas

Sobre una paloma muerta.

Esta fue mi dualidad

La cual alimenta mi suerte,

Es mi triste realidad

Que me ha costado quererte.

Maximiliano Herrante: Renaceres cotidianos