**~Novela Corta - La Más Amada Raquel - Parte III~**

Zoraya M. Rodríguez

Mientras tanto, Raquel se hallaba en esas secretamente, vendiendo las lencerías y no prostituyéndose, vendía más o lo mismo en lencerías que perder el tiempo en el bendito o maldito sexo que era malo para muchos y muy agradable para otros. Cuando en el deseo, el sexo, y el amor, para ella, Raquel, era muy importante y sinceramente muy decente. El amor porque el amor es la esencia abstracta en el corazón que ama, pero, aquí no era amor sino un sexo el cual, se vendía el cuerpo por sexo, pero, ese amor para ella, Raquel, ella lo guardaba para las esposas de esos hombres, en que ellos sólo la buscaban para que les vendiera algo que lo que pretendía ella hacer era hacer cumplir con el amor y que no se perdiera nunca más. Aunque no se debía de creer en el sexo sino en la restauración del amor de ese amor de tantos años y por qué no hacerlo con una lencería adecuada y tan perfecta como lo era la mujer en la cama como toda una dama. Se buscaba y se amaba, si era ella, la más amada  Raquel, la que traía, iba y venía con su maletín, para vender lencerías casi a domicilio, porque eran para las mujeres de esos pobres hombres en que sólo el dinero les hacía mal en malgastar en el bendito o maldito sexo comprado y no dado como el amor de sus propias mujeres. Las esposas no sabía de nada, si se imaginaban que compraba en una boutique, y no en un prostíbulo llamado “La Manzana”, cuando en el intercambio de compraventa se llevaban un regalo y era una caja adornada con un bello ramillete de flores ornamentales. Cuando en el deseo y la lujuria y la libidinosidad hacían lo suyo cuando el hombre le veía a su mujer esa lencería del coser del buen gusto de Raquel. Los colores brillaban, con perlas, encajes, broderie, con tripas de pollo, y hasta con hilo de ratón, a ella le fascinaba todos los colores y tan llamativos, y más le gustaba jugar con los colores del azul añil con el color blanco, y los encajes para las bragas, las hacía de mil colores y le gustaba mucho jugar con la moda, y estilos y colores. Si Doña Cleo, le enseñó como coser ese tipo de lencería, cuando desde niña jugaba a vestir y a desvestir su muñeca con lo poco que tenía con el sobrante de telas que le sobraba a Doña Cleo por coser la lencería por debajo de la mesa.

Ella Raquel, creía en el sexo, pues, claro que sí, era una necesidad fisiológica del cuerpo, pero, no para venderse ella. Al principio se vendía, pues, no tenía con qué pagar sus deudas y el hambre, sólo el estómago le hacía ver más allá, cuando en el deseo sexual, se encapricha, demasiado en saber que el sexo era como la misma eternidad y tan infinito, pero, que ella, Raquel, decía que era hasta que la muerte los separara y poder pagar sus deudas. La bifurcación entre el sexo vendido y sus lencerías ella decía que era una manera o una forma de ver el cielo con nubes blancas y no de tempestad. Cuando en el altercado o en la camorra vendida por sexo, las demás eran la menos queridas por los hombres, pues, no las procuraban, como a Raquel. Cuando ese negocio de la prostitución ya quedaba en el ayer, cuando su destino era y siempre será el de salir hacia adelante y como fuera y sea. Si en el camino ella, sólo veía su riqueza guardaba en un banco, el cual, ella lo visita los sábados para depositar sus ganancias. Y nunca a la señora y dueña de “La Manzana”, no le faltaba su parte, pues, si era la más amada Raquel. 

Cuando en el corazón sólo se debía a una cosa y era el de amar bastante y con el propio amor. Desapareciendo lo que más se le daba a la cosecha de ver el cielo por donde más se sentía en la misma alma. Cuando en el desenlace de ver la magia de una esperanza, se debía a que el delirio era tan frío como el mismo hielo sobre la piel. Y era ella, Raquel, la que siempre iba y venía con su maletín en mano, si Doña Cleo, le hizo creer en las telas, en los encajes y en las perlas, y canutillos, cuando en el alma se veía una luz. Cuando el sol se pintaba como la luz universal, dejando abierto los rayos en el propio camino y en los ojos una lucecita como un farolito que hacía brillar más. Y era que ella, Raquel, cosía las lencerías por el día, y si por las noches las vende a un precio de acuerdo a la calidad y cantidad. Cuando su sentimiento iba y venía hacia el mismo desenlace, hacia el de ocultar su secreto, y el de creer en el amor ciegamente, y fijamente en el dolor por haber sido una más, pero, en el ocaso inerte y frío, se cuece un sol siniestro y tan cálido, como tan diestro estaba el coraje del corazón, en seguir y continuar amando, a pesar de todo lo vivido. Cuando en el corazón sólo estaba como el principio, y como el final, latiendo fuertemente, y débilmente, haciendo un balance inocuo, pero, tan real desde su interior. Si cuando ella, Raquel, conoció al amor, era todavía una niña, o sea, casi llegaba a la pubertad. Cuando en el instante se debió de creer en el paraíso, o en el Edén, pues, en el vacío de su propia alma se dedicó en ser como la oscura soledad en que se veía venir. Si su sentir era el de una joven con ideas nuevas, y saber que el destino y el camino era tan incierto como el haber sido, mujer a tan temprana edad, cuando su suerte se debatía en la espera y esperó a que el único sentir se disolviera dejando inerte y tan fría a la piel. Si era Raquel, la que vende lencería en el burdel de “La Manzana”, cuando el color rojo de la manzana es y siempre será la sangre ardiente que llevaba desde su más recóndito dolor y era su propio interior. Cuando ella, Raquel, se debatía en una sola llamada y era en ser la más amada Raquel, la que pretendía en ser la más huérfana del bendito o maldito sexo, que se vendía en el prostíbulo. Y sí, era ella, Raquel, la que en el corazón se debatía en ser como el ave poder volar lejos, cuando en el camino y en el cielo se ofrecían unas nubes tan claras como el color blanco. Cuando en el suburbio del corazón se debía de creer en el latir fuerte, pero, no la mayor carta de presentación era el sexo. Cuando ella, Raquel, debía de ver en el cielo una magia trascendental, cuando en el ocaso se veía en flavo color, y se veía llegar hacia la cúspide de una fría noche. Y en la noche, era ella, Raquel, la que vende en el burdel lencerías, y las mujeres locas por ella, como los hombres también. La acechaban y la buscaban todos, pues, era la más amada Raquel, la que interpretaba una sola canción, como una loa desde su propio interior, si en el instante cantaba esa loa para alegrarse la vida misma. Y decía así…

 

                   “Yo quiero ver y sentir,

                       en el corazón la fuerza,

                       cuando en el instante lanza,

                     una advertencia y con ausencia,

                     la que das en el corazón,

                     si es todo y es así vivir, 

                   porque es como la razón,

                   y pensando en el alma,

                  con la calma y sin desarma,

                  porque yo soy muy feliz,

                  si mi vida no es un desliz…”.

Si para ver y sentir en el corazón una rica sensación, se ofreció como la primera esencia en saber que el destino es y era como el saber y en fraguar una magia en las noches de venta. Y ella, Raquel, lo sabía que era como el sorbo en la vida, como el instante en que se debatía una sola espera y tan inesperada como el frío descendente y en la calma en saber que el instante es tan incierto como el comienzo inocuo y de un triste final, en que casi se advirtió lo que en calma y en desorden se obtenía. Cuando en el ocaso inerte y suave, frío e inerte, se debatía en el alma una furia clara y con tanta euforia de que el momento se debatía una esfera en hacer girar el desierto en la mente y más en el camino frío en que se debatía una sola espera y tan inesperada. Cuando en el fingir del cielo, se dió una fría tempestad ocultando a las nubes blancas. Si en el ingrato porvenir se dió como el frío y álgida es la vida cuando en el instante enfrió como el hielo a la piel, cuando alguno le pedía sexo, y ella, sólo ella, Raquel, no se iba con ninguno a la cama por el mero hecho de que su lencería aviva la certeza de que el amor regresaría a sus vidas y con buenos actos, y de que el amor encendiera nuevamente la llama del amor en cada pareja y en cada hombre que le comprara su lencería. 

El burdel era tan colorido, tenía unas luces mágicas de todos los colores. Y en el fondo del salón un pasillo largo y en colores. Un ademán frío e inerte como el cometa de luz, en calor en verano se debatía al final del día llegando la noche gélida para poder vender sus lencerías en todos los colores habidos y por haber. Cuando en el fingir de un todo y más de un mal camino se abría en el comienzo y no en el final de un mal y tan infundado, como poder secretamente vender sus lencerías a hombres ya casados y a ellos les gustaba y mucho. Cuando en el corazón se debatía en la hermosa espera y tan inesperada en automatizar la esencia clara y tan real como el poder ser una mujer del prostíbulo y en ser una más del montón. Cuando era Raquel, la del prostíbulo “La Manzana“ la más amada Raquel y a la gente no le importaba en nada ni en lo que decían ni en lo pensaban. Cuando era lo que quería en ser, si la mayor parte del tiempo, era como el mismo tiempo, sol y lluvia, desatando la libertad en trajes de colores y en corseletes y en lencerías y de venta en libertad, hacia la magia del destino y del camino en pobrezas y de ella de Raquel, riquezas extremas. Y con la fábrica de ella, se hizo de mucho dinero, si fue muy rica en extrema delicadeza en la compraventa en lencerías en burdeles y por demás dinero a tutiplén se hacía ella, Raquel, cuando en vez de vender su cuerpo en sexo vendía las lencerías de su mayor gusto y agrado.  

        

Continuará……………………………………………………………………………..……………...       

  • Autor: EMYZAG (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 5 de febrero de 2021 a las 00:02
  • Comentario del autor sobre el poema: Y era la más amada Raquel, la que en el prostíbulo se dedicaba a vender lencería en vez de su cuerpo y era su secreto…
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 34
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