Pérdida de identidad

Antonela Chiussi

"No quiero".

"No".

Repetí mentalmente un puñado considerable de veces.

Mientras me acercaba, aceleraba el discurso.

De algún modo darle velocidad, implicaba el obvio resultado de que cabieran más palabras en ese lapso de tiempo, que no fue tan largo según el reloj pulsera de mi mano derecha, pero sí eterno para mi estómago. Ni siquiera atiné a controlar mis latidos. Me daba terror que superaran la cantidad normal y entonces no saber qué hacer.

"Sí quiero".

"Sí".

Contesté.

Y una vez más perdió la batalla el deseo. Seguidamente, mi memoria anticipaba ya a mi lengua el sabor agrio del limón exprimido en té hirviendo, y el jengibre que me producía ganas de toser, pero para colmo de males, solo permanecían las ganas, pues la tos nunca, jamás, terminaba de llegar. Entonces el calor apuñalando mi esternón para llegar lentamente hasta mis cachetes, maquillandolos de rosa intenso. Mi torpeza atontando el disimulo y mis infaltables ganas de llorar. La impotencia de no poder decir que no, de no saber decir que no, que odié siempre ese té inmundo, y aún más esas manos flacas y arrugadas, sirviendolo.

Ojalá te murieras pronto y entonces no vendría más, me quedaría tomando cerveza fría en el patio, recostada en el mosaico tibio y sucio, dibujando nubes.

-"Exquisito, como siempre. Muchas gracias. Vuelvo la semana que viene".

Un saludo afectuoso, lleno de rouge y saliva, y luego, la vuelta: el regreso hacia la verdad de lo que no existe.

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