**~Novela Corta - Prostituta en Venecia - Parte II~**

Zoraya M. Rodríguez

Ya había pasado el tiempo, mucho tiempo, y ya se hallaba un poco más acostumbrada, al hotel y por supuesto a la prostitución que quería su amor para con ella. Si cuando llega el ocaso, ella se prevenía de todo, como por ejemplo, echar en su cartera un profiláctico que la protegiera de enfermedades, un perfume y un espejo para ver y notar su tristeza. Si su amor se le acerca a ella a hablarle bajito en el oído, ella lo retira con fuerzas y con ímpetu, y le dejó de hablar por mucho tiempo, sólo hacía el trabajo y ya. Perdió todo la muchacha, desde la honestidad, su virtud, su esencia, y su honradez y su honor de mujer, y su amor propio, pero, una cosa no perderá nunca y era su decencia de mujer atrevida y por la ingenua niña, la cual, ella, sólo ella, si solamente ella la sentía y la veía y le creía que algún día saldría de allí y muy pronto. Sólo su espíritu lo perdió todo, también, por haber creído en alguien que sólo quería el fracaso para con ella misma. Cuando la calma no era calma, sino desesperación y mucha tristeza de alma vendida y comprada por hombres que ella apenas y a expensas ni conocía. Ella, se arma de valor hace un intento en escapar, pero, no era muy pronto, pero, ¿qué pronto?, si ya llevaba un a decena de hombres encima y más por el capricho exótico de su amorcito. No. Gritó ella, Sandra, si era la fuerza o era la debilidad que le ahogaba hasta el alma, cuando en un enredos confusos grito, otra vez. No. Y un no era demasiado tarde ya, para ella, su cuerpo extasiado de placeres y del sexo vendido. Cuando, de pronto, se oyó una campana y era la iglesia de enfrente, y supo que existía una iglesia frente a ese hotel barato de sexo. Cuando en el combate de creer en su libertad se le venía cada vez más efímera la respuesta. Cuando en el suburbio autónomo de la verdad se llevó una gran sorpresa cuando al salir del hotel vió al padre de la iglesia, y lo saluda, pero, no habla el mismo idioma que ella, por ende, era un intento fallido, pero, no certero. Le dijo al novio que necesita un diccionario de ésta lengua, por la cual, se comunican allí en Venecia, para ella poder aprender el idioma y poder hablar con sus clientes de todo. Y el novio sin ser tonto, verdad, ¿y si hablas con alguien?, pero, él se dijo para sus interiores -“ay, ésta es tonta”-, y se lo compró. Ella, por las tardes cuando no tenía nada que hacer aprendió las palabras claves en salir hacia adelante y de socorro y de auxilio, y que estaba atenida a un hombre que la prostituye. No hubo tiempo ni percepción, ni condonación. Sólo más sexo, y sexo, por doquier. Ella, maltratada y ajeada, y desastrosamente maltrecha entre sus piernas por tanto hombre, en lo cual, ella no estaba acostumbrada, y le pasó de todo y todo le cayó encima. Cuando en su presente sólo se perfiló como malo y muy desastroso, y una vida muy destructiva. Cuando en el aire, sólo en el viento, cayó como cae el deseo desde sus interiores. Y no vió más el cielo de azul sino de una tormenta que se estacionara por siempre y más entre sus cejas al ver con sus propios ojos la terrible tempestad, pero, cayó en tiempo, y supo que no duraría más en ese lugar o sino que moriría y para siempre. Sandra, como ella se llama, sólo en el combate de creer en sus fuerzas y tan débiles como se hallaba ella, sólo pensó e imaginó como lograr salir de allí, si era como estar y permanecer presa en su propia jaula. Y como de costumbre salió del hotel y acompañada, no era su novio sino de un hombre llamado Don Polo, y Don Polo, en vez de tener sexo con ella era un encubierto de la policía, que iba y venía sólo observando la movida de allí, de ese precisamente hotel, cuando ella con el diccionario trató de expresar aquello que ella sentía en decir, pero, aunque trató no pudo hablar el idioma. Cuando en el alma, sólo en el alma y en el pobre destino interrumpió todo como si hubiera sido la mala suerte que había llegado a su vida y a su camino. Cuando en el complejo de la vida, sólo ella soltó un sollozo frío y tan álgido como el haber sido entero como el frío entre las piernas que ella, que ella sólo sentía, y que llamó en ser como la mentira en que se le vino abajo. Y no pudo hablar con el señor ni tan siquiera hacer el sexo. Sólo él, Don Polo le hizo unas preguntas, las cuales ella, quedó sin responder y con un sollozo inerte y frío y no se expresó como debió de hacer porque no entendía el idioma. Cuando ella, Sandra se despidió de él diciendo con un ademán de manos que mañana lo quería ver, y él, Don Polo, la entendió y muy bien. Cuando en la mala suerte de todo, y de todo el universo, y cayó en la red más poderosa de Europa, y más en Venecia, cuando en el pasaje vivido dentro del ocaso frío cuando llega la noche fría, cuando en su alma sólo descubrió el deceso de su vida si ya no podía más ni con su vida ni con su propio sexo. Cuando en el rumbo desastroso de su vivir quedó en un mal final, sí, pero, sí, salió de ese mal trance. Si Sandra sólo debió de creer en el mal desenlace en que se veía venir más sexo vendido y tan comprado. Si se debió de creer en el mal comienzo en que se oscureció el día y llegó la noche fría, cuando en el trance vivido, se colmó de iras atrayentes y tan adyacentes de creer en el sollozo y tan frío como el haber sido coronada como la reina del sexo clandestino, sin saber nada, sin gustarle ni mucho menos en ser legal. Cuando en el desenlace frío se dió como el mismo cometa de luz y tan desértico, como la vez aquella en que se advirtió el mal correr, pero, en el mal ocaso llegó la fría noche. Cuando en el jaque mate de la vida misma, se juega un juego y sin saber las reglas, cuando en el trance se advirtió el deceso universal de ver su vida en un juego mortal como lo era vender su sexo sin aceptación ni consentimiento. Cuando en el trance de la verdad se dió un combate autónomo de la esencia y de la certeza en saber que el deseo es como la misma seria verdad. Cuando en el combate verdadero de la esencia y de la virtud y en más de su decente vida sólo quedó el recuerdo. Cuando en el desierto se entregó el mal deseo, la insensatez, y lo inadecuado, lo trascendental, y salió a relucir la herida, la huella del dolor y la mala conmiseración. Ella, Sandra, sólo se vió inalterada y confundida con un dolor realmente muy doloroso. Si cuando en la noche ella sólo quiso escribir en un papel todo lo sucedido con ella, pues, el diccionario no la ayudó mucho con Don Polo, y trató nuevamente sin saber ni sospechar de que era él, un encubierto de la policía de Venecia, y trató nuevamente en hacer y escribir todo lo acontecido con ella en un papel y con un sistema de lenguaje y de idioma para que Don Polo la entendiera a ella. Cuando en el final de un todo, se vió inalterada, floja de espíritu, y con un dolor muy fuerte en su alma, sólo la sostuvo Dios. Y entre sus manos un ademán y tan frío como el saber de lo incierto, cuando en el final triunfó algo y fue la decencia de Sandra, la cual, nunca pierde, pues, ella sólo fue engañada, ultimada y vilmente herida y todo por su amor. Si ella trató de defenderse y más en expresar todo aquello que ella pasó. Cuando en el trance indebido de esa mala actuación por parte de su amor, ella, sólo lo escribió en un papel, y al otro día cuando se vió con Don Polo, se le entregó, no hizo nada, sólo la llevó de vuelta al hotel y no le dijo nada. Ella, Sandra se sintió maltrecha, desolada y tan sola como la misma rosa en el jardín de donde se vió crecer, como leona, tomó riendas sueltas en su vida como una verdad en que se dió a la tarea de aprender con aquel único amigo el diccionario lo que debió de haber hecho desde el principio. Cuando en su afán de creer en el desierto se llenó de magias trascendentales, caminó por el hotel y sólo vió una selva detrás del hotel y por la única ventana que poseía el hotel. Corrió tanto en esa habitación que ya sus pasos estaban marcados en el suelo. Cuando en la magia de su imaginación se dió como órbita lunar un desconcierto, solo e inadecuado de saber que el deseo se venía abajo, cuando vió a la ventana abierta y sucumbió en un sólo delirio y tan delirante como el saber que escapar era cuesta arriba cuando su esencia se veía maltrecha y tan desolada como el suburbio de creer en el ocaso frío e inerte cuando vió la selva entre sus pupilas y quiso saltar y cruzar esa selva, cuando su sueño desafió el secreto de ver su libertad en un solo horro. Cuando su vida quedó maltrecha y desolada y si moría en el intento de cruzar dicha selva si se vería atrapada en lo peor o que ganaría el boleto de regreso a su hogar en el pueblito. Quedó pensando y supo en saber algo, que su destino y su camino estaba en manos de un sólo Dios, y sí que lo pensó, y abrió camino hacia una selva donde no había nada, y de la nada sólo había nada. Cuando en el camino cerró lo que más quería que era su libertad, su horro en dolores de prostituta y de Venecia, cuando su mundo quedó pequeño, pero, ella se jugaba todo por el todo. Era un juego y no saber las reglas se las juega pero bien jugadas, sino le interesa más nada que su propia libertad, cuando ella ya había sido atrapada en una red de prostitutas y más de ese amor que le habló bajito en el oído palabras muy bonitas, pero, sin sentido, se decía ella. Cuando en el ocaso frío se quedó desierto como la luna álgida, y como el mundo sin personas, sólo ella quedó con el dolor y con la esencia de su vil presencia, cuando en el rumbo quedó como el primer ocaso frío y sin destino y con una suave piel cuando se entregó a aquél hombre amigo de su novio o de su amor. Cuando en la insistencia de su amor quedó maltrecha y dolorida y tan herida como las espinas de esa rosa clandestina con que ella se compara, pues, ella era como ella. Cuando en el ocaso muerto se dió como la noche álgida de temores inciertos, cuando el horror quedó como el horro de su cruel libertad con condena. Cuando en el ocaso frío se llenó de piedades y de conmiseraciones sin destino y sin más que el mismo tiempo, cuando en el ocaso se dió como la noche gélida y sin amor, pues, no, no tenía más que el mismo amor que por ella misma. Se armó de valor y su mirada ya no era igual, cuando en el instante se debió de creer en el desierto cuando lloró sin consuelo desde que el instante se llenó de más dolor, si eran dos o tres hombres por noche, cuando su vida se tornó desesperadamente terrible, cuando en el ocaso se dió el frío muerto y llegó la noche fría a desafiar el más cruel final. Cuando ella se armó de valor no se preparó para ello, sino que tomó y corrió rumbo incierto y por la selva, sí por la selva. Cuando su destino fue dar amor, ¿por qué no decirlo así?, era amor, los hombres sólo buscaban una cosa y era amar al bendito o maldito sexo. Cuando su destino era como poder escapar lejos de allí, y de toda salvedad de sentir su sexo libre y con un sólo albedrío, ¿de amar a otro?, no, de amarse a mí misma. Cuando en el instante se dió como aquella rosa en el jardín dentro del suburbio autónomo de crecer como leona en tierra extraña y tan ajena como el mismo ademán tan frío. Cruzó el río que llegaba a otra zona más peligrosa, y sin darse de cuenta regresó al mismo hotel dando la misma vuelta. Dió gracias a Dios, por haber regresado y haber vuelto al hotel, ya la noche le esperaba y se avecinaba cerca de ella, la noche álgida y tan fría como el agua de cristal, pero, el agua de ella, si su vida y su destino estaba envuelto en un terrible y feo lodo, sin ser de cristal, como el mismo tiempo en que sólo el deseo se volcó de malas ansiedades y de un sólo suburbio muerto. Cuando en el ocaso se vivió como preámbulo del desierto dentro de la magia de un ocaso frío. Cuando el destino se vió aterrado por la mala situación en que ella Sandra vivía, y más allí en el hotel. Cuando en el altercado entre la razón perdida y la vida misma en la locura y en esa terrible tortura, se dió lo que más se electrizó lo más fuerte de vivir sin la misma suerte. Y era ella, Sandra, la que conlleva una mala atracción en saber que su prioridad era saber que el destino era tan delirante como el mismo delirio. Y su amor, la ve hablando con un hombre, él se creyó que era un cliente, pero, no, no era un cliente. 

 

Continuará…………………………………………………………………………………………..                                       

  • Autor: EMYZAG (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 1 de marzo de 2021 a las 00:03
  • Comentario del autor sobre el poema: Sandra tuvo un amor de esos bonitos y que le hablaba muy bonito al oído, un día del pueblito en que vivían la lleva a Venecia con la idea de casarse y ahí es que empieza todo a Sandra la prostituye y ella crece como leona...y sale del mal trance vivido...y se venga de Federico…..Ésta novela me inspiró por mi poema Prostituta en Venecia.... Prostituta en Venecia Escuchaste las palabras de aquel hombre que amabas tanto con el corazón, y te llevo lejos de aquí creyendo en el. Cuando la realidad salió a flote, fue cuando no hubo tiempo de regreso hacia tu verdadera existencia, el engaño duró poco y la mentira fue creciendo aún mas, uno, dos o tres hombres por las noches fue la decisión de tu amor, y tu orgullo se quedó en el aire cuando sin saber ya no eras la dulce muchachita que un día llego a amar de verdad, tu fuerza por luchar dia a dia aumento, tu espíritu se desvaneció durante las noches, y tu alma la perdiste por jugar un juego y no saber las reglas, y padeciste por acrecer la valentía y arrojaste la intolerancia a un lado, tu mundo se convirtió pequeño y tu creciste como leona que defiende su cria, te robaron hasta el mal vivir, pero tu continuas viviendo y teniendo vida para dar, hasta que la paciencia se torne oscura y pesada, y te puedas levantar y decir yo soy esa mujer, esa mujer que ustedes despojan sus ropas por costumbre, por ese sentimiento de que aquí yo soy el hombre, y que no pueda gritar y expresar mi dolor ni sufrir, y siempre estar atenida al capricho exótico del machismo, pues si yo soy ésa mujer, que todos desean y que algunos rechazan, yo soy ésa mujer, y por ser mujer es que estoy aquí y me iré no como llegué sino que llevo dentro de mi un ser más vanidoso y con más decencia. Mi 8va novela corta del año 2021...
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 40
  • Usuarios favoritos de este poema: Augusto Fleid
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