Detuvo su vuelo y caminó lento, muy lento, sobre la periferia del orbe. Asemejando a un ave gigantesca que extiende sus alas en el firmamento. De sus fauces exhaló miedo e impotencia…
¡Y un manto fúnebre cubrió la tierra!
Son las seis de la mañana, nadie se divisa fuera. De aquellos que presurosos pasaban con su mochila al hombro, solo quedó una estela en el pavimento.
Un sorbo, otro, y otro más, de un delicioso café que parece no terminar. Al unísono, ojeo el libro y la calle. La calle y el libro. Las hojas juegan entre mis dedos, como lo hace Micifuz, mi hermoso gato blanco, que inquieto, busca agarrar su cola sin poder alcanzarla.
¡La brisa sacude el vaivén de las conciencias y las hojas de los árboles caen!
Al descorrer el velo, las pupilas se hallaron fijas en el recuerdo. El choque entre pasado y presente se hizo evidente. Las avenidas dejaron de ser, la esquina no es la misma. La banca de madera donde reposan los ancianos yace vacía y los amigos no están.
¡Cambio todo y nada a la vez!
Deambulamos sobre algodón y espinas. Los valores que antes parecían inertes, han recobrado su brillo. Familia, amistad, fraternidad, soledad, amor, se hicieron latentes, se hicieron necesarios.
¡El dolor pasea orondo sobre la tierra y la impotencia acuna en el alma!
Un mar de sentimientos sacude nuestro ser. Hay quienes sus manos miran vacías, y otros, clavaron la pupila en el firmamento. Seres queridos marcharon sin decir adiós.
Tuve miedo y mucho. No obstante, mi fe en el poder más allá de las estrellas, en la luz que baja de lo alto.
La caja mágica, pasaba una y otra vez, la fila interminable de ataúdes con sus cuerpos inertes. Italia, España, Chile, Brasil, Estados Unidos, Perú, Ecuador, Colombia. ¡Devastador!
¡No imagine respirar, sentir y palpar, los vientos macabros de una pandemia!
Todo parecía contaminar. ¡El aire faltaba en el alma! ¡Verdadera catarsis!
Las noches más silenciosas fueron estas. Ni un alma en las calles, ni un suspiro, ni un alarido. La presencia maléfica de un virus deambulando en el aire, reposando en cualquier andén, para, ipso facto, seguir los pasos de los infortunados, cuyas horas estaban contadas en la dura ruleta de ésta vida. Da la sensación, que al abrir la puerta, se cuela por la rendija.
La buena fortuna nos cubrió, en medio de este maremágnum de desesperación. Nadie de mi familia falta.
De oídas, supimos del calvario de varios habitantes del sector. Por contar una de las historias, en pequeñas pinceladas, he aquí su tragedia. Se apellida Torres. El virus deshizo su vida. Más de dos meses recluido en su casa con dificultad para respirar. En últimas, sanó. Eso creyó. Hoy tiene frente a sus ojos la peor de las tragedias, rehacer nuevamente su maltrecha vida. Esa sociedad que dice: “pobrecito”, negó su acceso al trabajo, a su recuperación. Sin familia, amigos y el duro rechazo social por un maldito virus. La peor de las secuelas marcó su vida, dejando a su paso huellas indelebles.
Fueron siete meses, como las siete plagas de Egipto, como las siete llaves del séptimo cielo. Así, vimos transcurrir y sentir el ir y devenir del tiempo, con la muerte en el entrecejo, pisando los talones y ahogando los pulmones.
Este universo tiene hoy para contar, una historia diferente:
El renacer de la esperanza
Revivir de la fraternidad
Y sacudón de las conciencias.
*
Imagen tomada del muro de vivir al máximo.
Luz Marina Méndez Carrillo/17122020/ Derechos de autor reservados.
- Autor: VITRALES DEL ALMA ( Offline)
- Publicado: 4 de marzo de 2021 a las 22:27
- Categoría: Reflexión
- Lecturas: 14
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