La piedad toca la puerta de mi casa.
Tiene un cuerpo grueso,
es enorme,
y su rostro se desfigura a cada palabra.
Ha sido erróneamente imaginada.
Su aliento apesta,
sus palabras intentan convencerme
de que existe la esperanza.
Es tierna,
me hace olvidar lo grotesco
que no gusta a mis ojos.
Lleva un paño sobre la cabeza,
los párpados pintados de un malva,
y suspira cada vez que se percata
de que no le quiero creer.
La piedad acude a un llamado especial,
a la aparición de mis nostalgias,
al instinto,
a las ideas que quiebran mi paz.
La piedad se sienta conmigo a la mesa.
Ha traído pasteles y un botellón lleno de té.
No apetezco ni siquiera de las cerezas
que ha sacado de su bolsillo.
Me muestra la calma con la que se debe comer
para que aprenda que se debe vivir sin prisa.
Sabe que en el fondo le creo.
Se marcha tranquila.
Recojo los huesos dejados sobre la mesa,
entiendo que no todos tenemos
la oportunidad de comer con la piedad
cuando se nos cierran las puertas.
- Autor: Laideliz Herrera (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 17 de marzo de 2021 a las 22:26
- Categoría: Surrealista
- Lecturas: 47
- Usuarios favoritos de este poema: Lualpri
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