Atravesar muros. Saltar en el espacio físico a otra dimensión inventada
paralelamente opuesta al mundo conocido. Deshacerse a jirones de la piel
entre unas puertas giratorias que reciben el abrigo del arrecido
hastío del nudo de una trama. Desconocerse en los ojos habituales
para reencontrarse en otra cara, otro rostro diferente del que parece,
aunque no sea, para dar de bruces con el que es o al que aferrarse para que sea
sin que parezca. Un olor específico llega bifurcado derivando en una comunión
fundida en la unicidad del uno, inseparablemente único,
a medida que se va adentrando, avanzando, cerrando por dentro
sigilosamente la aséptica puerta. Efluvio momentáneamente físico,
perdurablemente eterno en el ala del recuerdo sensorial
que resiste persistente ante el olvido. Agarrarse a cada inhalación exprimiendo
una a una sus moléculas, estrujando, dividiendo,
desbrozando partículas herméticas, siendo consciente,
a sabiendas y alevosamente, de la forma en la que el continente
que llena el espacio impersonal, el sonido impersonal,
la nada impersonal de un vacío deuteranópsico
se va colmando de vívidos destellos rojos, ultrasónicas imágenes anaranjadas,
vibraciones ocres que destapan el flujo sanguíneo de un cordón umbilical
propio y ajeno, cuando ajeno es duplicado en uno mismo.
Todo cobra sentido y vida, aunque todo es impreciso e incierto. Luces, materia,
estancia, níveos tejidos con olor a éter volátil, incoloro, obstinadas arrugas,
laten, se expanden, se contraen, laten. Se oye el ritmo de una sístole
entre sílabas susurrada, de una diástole desbocada
en el centro justo de un teléfono con almohadilla asterisco cinco de centralita.
Todo el contenido se acota, se limita, se encasilla en los cuatro palmos
calibrados por el sombrío y pusilánime interferómetro oculto
entre cortinas de plástico reflectante.
Ensoñación efímera. Recobrar tras horas la consciencia.
Retornar a regañadientes de una hipnosis que sumerge en otra sustancia,
otra esencia, otra existencia fingida, o la real.
Quién sabe. No se distingue. Se amalgaman,
indivisiblemente unidas se alean. Ya sólo anuncia la abrumadora hora de la vuelta.
Apremia. Disponerse a desandar el camino hasta atravesar el muro a la inversa,
dejando la callada puerta inamovible quieta cuando se cierra por fuera.
Tocar rígida en el bolsillo, fría y blanca, tensa
su llave. Devolver esa imagen, esa apariencia en el mostrador
que despide cortésmente al recibirla. Pulsar el botón que baja
hasta las puertas externas que esperan fundirte de nuevo en el abrazo
del abrigo de la piel que abandonaste a la entrada. Recolocarla sacudiendo
las motas de lo excepcional que quedan asidas a sus poros. Salir a la calle.
Dejar que el aire te envuelva en lo cotidiano, que apenas se sustenta ya a sí mismo
en el trémulo pilar afanoso de lo extraordinario.
Luz De Gas
- Autor: Fátima Aranda ( Offline)
- Publicado: 20 de marzo de 2021 a las 04:06
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 47
- Usuarios favoritos de este poema: Augusto Fleid
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