LOS DEMONIOS DEL AMOR

LOS DEMONIOS DEL AMOR
Llegué temprano, llevando entre mis manos azucenas
blancas, las flores preferidas de mi esposa, era el primer
aniversario de su muerte. Me provocaba serenidad y cierto
placer andar lentamente por las pequeñas sendas del
cementerio, rodeado de cruces y monumentos. Ese día
estaba notablemente perturbado, el silencio hacía que mis
pasos, se reflejaran en las bóvedas y regresaran a mí,
como el sonido de latigazos. A lo lejos divisé la sepultura
de Ana, su foto me miraba inquisidora, como siempre. Me
acerqué evitando sobre las tumbas fantaseando, cuál sería
la mía. Regresé agobiado a mi departamento, subí los tres
pisos, busqué en mi bolso las llaves, abrí, caminé hacia mi
habitación quitándome los zapatos y la ropa. Me dejé caer
desnudo sobre la cama, exhausto, boca arriba con los
brazos extendidos.
Fijé la vista en el techo blanco. No sé cuánto tiempo
transcurrió, hasta que surgió una mancha roja que se
movía por la habitación tomando diferentes formas. Una
cabra con grandes cuernos, se transformo en la figura de
un patíbulo y luego en la gata blanca que tenía cuando niño,
en tanto que una mano esquelética dibujaba cunas vacías.
El deseo de orinar causado por mi pavura, llegó a su punto
máximo. De nada sirvió que cruzara las piernas, el tibio
líquido mojó mis testículos y el colchón. En ese torbellino
inexplicable, un águila de cabeza blanca y enormes alas
cubrío la cama, utilizó su pico y garras afiladas para
despedazar las sábanas y perforar mi carme. Estoy seguro
del color carmesí de sus pupilas, en las que me vi reflejado
en un agujero infinito del espacio. No puedo precisar de
dónde provino esa baba viscosa, que me causaba escalofríos
cuando caía sobre mi boca. Recuerdo con precisión el
olor horrible a carne putrefacta y cabello quemado. En los
pies de mi cama, estaba Ana complacida, saboreando el
fluido de sus besos....