HIPOTECA AL CRECIMIENTO

Hace poco estaba en computrabajo enviando hojas de vida, mientras miraba las vacantes me acordaba de aquel tiempo en el que el barro era mi mejor amigo, en el que estar sucio era más signo de alegría que de pobreza, en el que no contaba el dinero, aquel en el cual sabía más de dragón ball que del salario mínimo legal vigente.

Mis preocupaciones no eran cotidianas, la gente que quería estaba con vida, no había ningún canal Premium, el 4 y el 9 era lo que veía, nada más que el sábado me importaba. No habían días de pago, ni tenía alguna mesada, y a pesar de eso nunca saque mis dientes, ni aún aquellos más podridos, pa venderlos a un ratón. No sé si mi vida antes era fácil, quizás era sencilla, pero fácil no era, había momentos en los que ser un niño costaba mucho, en el que le decías a mamá que querías volverte grande, pa regalarle una casita de esas en las que no cobran el arriendo, ni sus dueños malos humillan a la gente.

Sí deseaba crecer, lloraba cuando las tejas se partían, cuando el agua se metía y mis hermanos comenzaban a deshacerse para adentro. Aun así, quisiera volver y buscar pescaditos en el arroyo, lanzar mi caña de hilo, sentir que atrapo gigantes y que las hojas que caen pueden comerse y prepararse, en la cocina de juguete, de mi hermana la menor. Y aunque quisiera estabilizar las cosas, y convertirme en el maestro, que se gana la vida enseñando a cómo andar en bicicleta, vivir no es como jugar al papá y a la mamá, al policía y al ladrón, pues nunca hubo un programa de TV que me dijera la verdad sobre crecer y atornillarse, la idea de ser tan solo un pobre y desempleado.