Una tarde de toros...

Alberto Escobar

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Para parar la sangría anual que desde la desmemoria de los tiempos
aqueja a la juventud griega, Teseo decide viajar en solitario a la Creta
de Minos para enfrentarse al comedor, al devorador necesario e insaciable
que zampa inconsciente del daño.
En esto llega a las puertas del palacio, Minos espera.

Minos —. Te aguardo desde no sé cuánto tiempo,
¿Qué te ha ocurrido, por qué la tardanza?
Teseo —. El trirreme que me trajo no anduvo aparejado
correctamente, se tuvo que hacer aguada en Naxos.

Minos atendía pensativo, sabía cuál era el propósito de la visita
y, aunque monstruo, guardaba cariño a esa bestia que arramblaba
a espaldas del mundo, no obstante era su hijo.

Teseo —. No deseo perder el tiempo porque temo siga la masacre,
vayamos a la entrada del laberinto y acabemos con esto.
Minos —. Te entiendo, la juventud ateniense arrostra unos tiempos
cruciales para la polis y se necesita de sus servicios.
Cojo las llaves y abrimos la cancela.

Teseo, con todas las precauciones del que ignora, da paso tras paso
cual si empezara de niño a andar, y los oídos aguzados hasta el punto
de oir cómo sus vellos se enervan de miedo.
Minos se va y lo deja solo —aunque en la sombra se vislumbra una figura—.
Escucha el retiemble del empedrado bajo un ritmo que anuncia pronto encuentro.

Ariadna —. ¡Coje esto! Me lo agradecerás.
Teseo —. ¿Quién eres que no te veo?
Ariadna —. Tu hada madrina, y a las doce la carroza se te volverá calabaza.
¡Date prisa en hacer lo que has venido a hacer!
Teseo —. ¡Desde luego que sí!

Tan solo una milésima de segundo tras terminar el diálogo irrumpe bufando
el hijo, escarbando como un poseso y apuntando los cuernos contra un cuerpo
que era flan de huevo.
Teseo, hombre precavido a más no poder, guardaba en su faldriquera un capote
rojo y gualda y un estoque regalo de cumpleaños de su madre —no por casualidad
se le llamaba en sus contornos el niño del Cerámico—.
La velocidad de embestida fue tal que su afamada habilidad de burlador apenas
le valió la libranza. Sacó a dos manos el capote, y ora a la derecha, ora a la izquierda
lo acabó por agachar de cansancio y darle a su merced el jaque mate.

Ya asegurada la faena prendió el hilo de su fervorosa amiga y desanduvo lo andado.
Minos lloró ante la noticia —dada al alimón por los dos jóvenes— un mar Egeo.

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  • Autor: Albertín (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 25 de abril de 2021 a las 14:44
  • Comentario del autor sobre el poema: A veces las mejores faenas se dan donde menos lo esperamos.
  • Categoría: Fantástico
  • Lecturas: 17
  • Usuarios favoritos de este poema: alicia perez hernandez, ..........................
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