Vacilación antes del olvido.

E. G. Cortez

¿Cómo se sigue recordando las cosas? ¿A dónde van las memorias que ya no lo son? ¿Cómo evitar que el tiempo las mancille con el ruido copioso del silencio y el olvido? ¿Cómo se protege uno mismo de uno mismo, de esa fuerza dentro de nosotros, decidida a sobrevivirnos y a hacernos sobrevivir al costo de la realidad atroz de estar olvidando siempre? Vamos guardando, cada vez menos, tan solo unos pocos detalles de nuestras memorias y cada día, a causa de repasarlas sin descanso, se modifican un poco más hasta que un día hemos olvidado cosas como por ejemplo: Aquella tarde cuando conocimos la felicidad, la primera noción del agujero creciendo, el vacío solemne de una ausencia, las pálidas palmas de nuestras manos calentadas ante el sol de la desesperación, la vista languidecida casi mezquina gritando siempre, vomitando toda las cosas, como una cascada de rechazos y confusiones; las oscuras palabras entabladas contra el mismo acto de olvidar, sonando como la música de una obra demente y sin final: “Un día seremos eternos...” esas dulces palabras que alguien había alumbrado una noche… “El sonido de toda la música que sabían pronunciar tu nombre…” todas esas cosas que sonaban como susurros entre el descanso de unos labios que se llamaban y colisionaban como galaxias en un universo hecho del día y la noche; y también, el ahí estuvimos, en aquellas bancas, hace mucho y no supimos que decirnos sino sonreír como dos delfines oblicuos en el océano del tiempo… y así, hasta que un día, el ruido tormentoso cesó, y fue como el final de una apertura de ojos tan lenta que era imposible entenderla como un evento absoluto, entonces la tarde, alguna vez exaltada en su felicidad, fue tan solo la tarde, entumecida en su atareado vaivén, pues el agujero se había vuelto una cosa  apenas palpable o discernible como para poder decir si aún seguía ahí o no, ya no importaba de todos modos, ya habían otras cosas en el lugar de la ausencia, no necesariamente otras cosas, pero si otras carencias… y las manos ya no blanquecinas más bien encontrando su carne otra vez, pero en vano porque habían enmudecido y guardado su tacto, inútilmente esperando, por si acaso, el roce inicial de un nuevo ardor. La mirada acechante y ahora insultada por ese acto familiar, ese acto ajeno y siempre aparentemente perfecto, aunque lo supiera maliciosamente para sus adentros, un acto sin suerte, imposible para los soñadores saberlo. !Ilusos! gritaba, también para sus adentros, algún día se darán cuenta del monstruo que crían y serán iguales a uno, justa burda que azota los días con pesar y hartura. 

Maldecía la memoria lavada totalmente de toda técnica para revivir al gran cadáver, al gran tumulto de todas las cosas que habíamos jurado recordar y que ahora yacían marchitas entre los millones de conexiones en la telaraña de los recuerdos, ahí también se demoraban los restos del amor, en esos espacios diminutos, en ese precipicio entre un fin y otro, corría y saltaba y se precipitaba prosaico como una furia perseguida y loca, pero ya no. ¿Y los labios? Esos labios abandonados y harapientos, solo uno puede saber que tan solos se habían ido quedando en una boca que ya nada hablaba y era solo lamento. Solo uno podía saber que tanto les aquejaba el frío que antes alguien procuraba, las palabras que ya no burbujeaban o la ausencia de un nombre que ya no salía a embellecer el aire, “Anna…” tiempo atrás sonaba antes de los besos o antes de los suspiros a la hora de la siesta o el amor; su recuerdo se había demorado por algún tiempo por si acaso alguien volvía a reclamarlo, pero al final, se quedaron huérfanas todas las palabras, vacías y sin carácter contra el silencio y su tenaz faena por la cual, al fin, conocieron la muerte, entonces ya nada habitó eso boca alterada hasta la locura que se mordía y revolcaba por encontrarse poseída y conmensurada, que algún día no había tenido palabras que decir y había reído simplemente como diciendo “loca” “amoena” “eterna” antes de la marea indetenible de confesiones y sentencias que habrían de derrocar  a la oración indecible del amor con todo y su anticuado pedestal.

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  • Autor: E. G. Cortezz (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 28 de abril de 2021 a las 23:13
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 17
  • Usuarios favoritos de este poema: Aliciacarolinag
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