A ti, levemente

De la brevedad engañosa de la vida (1623)

Menos solicitó veloz saeta
destinada señal que mordió aguda;
agonal carro por la arena muda
no coronó con más silencio meta
que presurosa corre, que secreta
a su fin nuestra edad. A quien lo duda,
fiera que sea de razón desnuda,
cada Sol repetido es un cometa.
¿Confiésalo Cartago y tú lo ignoras?
Peligro corres, Licio, si porfías
en seguir sombras y abrazar engaños.
Mal te perdonarán a ti los las horas,
las horas que limando están los días,
los días que royendo están los años.

Cuando el maestro habla,
que el pupilo silencio guarde. 

Escojo este poema entre tanta delicia
que el genio miel derramó y derrama
para nutricio alimento del que camina,
las horas, los días, los años desgrana
y analiza cual escultor de gemas
la huella que el buril impregna
sobre el necesario naufragio de la vida.
Gradaciones al final del poema
retratan y relatan al fenómeno
que holló las tierras cordobesas,
madrileñas y toledanas en la lontananza. 
Sus hipérbatos colosales y tan cantados
por envidiosos como yo —aunque diría
no sin ánimo de ocultar, que se trata
de admiración—, su síntesis conceptista,
que ya exhibiera un coetáneo suyo
y por ello célebre, el maestro Gracián,
su excelsa mitología que lleva a lo terrario,
y tantas cosas que me dejo en el tintero
porque el magín queda huérfano de sílabas...
Que el segundo de un reloj invisible
siga limando mis horas, con las horas mis días,
y con los días mis años si la vista, el oído,
el gusto y el tacto me dan para degustar a gusto
la ambrosía de tu cálamo, Maestro, paisano.