Somos hijos de la muerte, pero también del olvido. Ya viejo y poco distinguido, me refiero a lo que sería mi vida. Desde esta cama de asilo, me pregunto si estoy vivo. Mis días me aprecian mucho, pero solo porque me acompañan en mi cama. Postrado y débil de mi mente, escojo mi ventana para saber la hora y el día. Conozco mi televisión, que prende y apaga en un solo canal. Mis visitas calurosas se tratan de una comida fuera de mi manera, y un medicamento que me aparta de mi realidad. Insisto de ayudarme por mi mismo a comer, pero mis manos tiemblan a cooperar. El sabor del almuerzo es simplemente breve, porque más come el piso que yo. Quisiera arrodillarme y limpiar mi desecho, pero ya mis piernas no soportan mi buena intención. Cansadamente he pedido disculpa, aunque ya mi condición se han llevado mi voz. Desconsolado me siento por parte, porque al empezar el día lamentan mi presencia. En mis noches me siento que ensayo lo que una vez fui, para tratar de imitar lo mejor de mí. Trató de imitar al niño estudioso que fui, dedicado y respetuoso. El joven que amaba a su padre y madre, agradeciéndole con gestos de lágrimas al graduarme con honores de universidad. Mi amor por mi querida esposa, que solo se quejaba cuando se me olvidaba darle su beso antes de laborar. Recitarle como mi corazón escogió una balada de amor, cuando mi privilegio de ser padre me llego. Explicarle como en mi casa nunca falto el pan de cada día, por siempre ser un buen proveedor. Se que disfrutarían de tantas fiestas de cumpleaños, que mis hijos y nietos me dedicaban cada año. Ya al despertar les prometo nuevamente que lo volveré a intentar, porque entiendo que abro y cierro mis ojos, del desgaste de tanto sacrificio por mis seres, que tanto amo y extraño
- Autor: Antonio Liz ( Offline)
- Publicado: 12 de junio de 2021 a las 00:21
- Categoría: Reflexión
- Lecturas: 18
- Usuarios favoritos de este poema: Augusto Fleid
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