Cuando Juan se despierta del sueño trascendental, y con tanta herida cruel en su alma perdida, se debate entre esperar si él, no logra escuchar más el eco en el silencio después de abrir los ojos con la luz universal hacia el nuevo mundo y se dijo de que había soñado, y que sabía que ¿quién era?, ¿cómo era?, ¿de dónde era?, ¿y cómo lo encontró?, y ¿qué querían?, si ese triste eco subyugado en la frontera del ir y venir, y en el trance de lo imperfecto, se debía de creer en la ayuda artificial y superficial de la vida para culminar con el eco en el silencio que le atormenta con matarlo. Si en el instinto fabuloso de ver y de sentir el sentido de la audición con el eco en el silencio en su vida, si sólo en su vida y en su existencia daba señales en parecer tan mal como la lluvia en un sólo trance y tan imperfecto como el defecto dentro de su propio corazón. Y sabía que el invierno continúa y que era como el mismo frío que sentía en su piel, si cuando en el altercado de todo, su rumbo no cambió en nada después de ese mal sueño o pesadilla, porque no era sueño sino la mismísima realidad, cuando en el suburbio de lo acontecido vibró el silencio y volvió el eco en el silencio. Si cuando menos lo esperaba, y cuando menos lo quería el tiempo, y cuando menos lo sentía el cuerpo, y cuando menos sus oídos lo escuchaba, era cuando en deliberar el ocaso frío se sintió como el fuego en la misma piel, cuando sólo se apagó como leña en la hoguera y sin crujir y sin poder escuchar nada más, pero, se inició nuevamente el eco en el silencio, como órbita lunar atrapando la seriedad de un todo, si era como el volver a ver el cielo y ser como el añil del cielo, pero, llegó la fría tempestad sin libertad. Cuando en el trance de la verdad, se realizó un cometido de bruces caídas, cuando en el embate de la verdad calló como calla la Magdalena para llorar. Si con el eco en el silencio, se mortifica tanto como poder derribar la mala o buena suerte en el trance de lo vivido, cuando ocurrió el mal tranvía de correr en el tren de la espera en vagones de carga, como la carga que era ese eco en el silencio para él. Cuando en lo imperfecto de todo y de todo lo malo y bueno se dedicó en ser como la mala o buena aventura o el infortunio de creer en la mala suerte. Y llegó el momento de subir y bajar el telón rojo de la actuación de su vivir, cuando en la realidad quedó como lo imperfecto de creer en el sentimiento inocuo. Y se dió de cuenta de algo, de que el delirio feo se cuece de la mejor forma de creer en el instante en que se ofreció despertar y decir que el sueño era una cruel pesadilla, pues, en el momento se dió como preámbulos de un sólo desconcierto y se vió y volvió a escuchar el eco en el silencio y, otra vez, le indaga y le pregunta que, ¿quién es?, ¿cómo son?, ¿de dónde vienes?, ¿y cómo me encontraste?, y ¿qué quieren?, y si el huevo era clara o yema, y para saber del acertijo en saber del color de su piel, no lo pudo saber si es como Dios, sin saber si es hombre o mujer negro o blanco. Porque cuando en el infortunio de su desventura se vió sacrificado como cordero degollado, o como gallina para caldo, o como el caballo amarrado y no como un ser humano, el cual, podía en ser como el mismo instante en que se cree que fue como el mismo trance delictivo en atemorizar la vida nocturna. Cuando ocurre el sortilegio de escoger y saber de la incógnita y tan infinita de qué o quién era ese eco en el silencio. Cuando en el silencio sólo escucha el eco en el silencio que le atemoriza de espantos y de desvelos incongruentes. Cuando en el delirio automatizado de espera soslayó de tiempo y de vivencias y de experiencias autónomas de una cruel y vil perdición de esa audición si sólo escucha el eco en el silencio, pero, él no se dió por vencido ni por contundente soledad de perder la audición por ese oído, él sabía de algo que no estamos solos y que en el albergue de su triste corazón, late como bate en contra de la roca el mar. Cuando, de repente, se siente como el universo tan clandestino como el instante en que se debió de creer en lo artificial de un todo, cuando en el suburbio de lo acontecido, se dió y se enfrió el deseo de perseguir ese sueño y poder realizar al descubrir la inćognita infinita en poder creer en el embate de averiguar qué era el eco en el silencio. Y se pregunta, una y otra vez, que ¿quién es?, ¿cómo son?, ¿de dónde vienes?, ¿y cómo me encontraste?, y ¿qué quieren?, y ¿qué era en verdad?. Y a Juan, le llama la atención saber que el destino era y tan frío como la verdad del equinoccio que pasaba en realidad, cuando en el imperio de la verdad calló lo que calla toda una verdad de que el eco en el silencio seguía y pernocta más en la audición de Juan, por más tiempo, y por más seguido, cuando en el instante se dedica más en el instante cuando se abre la inćognita y tan infinita como el cielo mismo. Cuando en la alborada cambió de color, cuando el sol se dió como la misma luz, pero, se dió como tormenta y de gris color con la eterna lluvia. Cuando en el sol como el mismo imperio dentro de los ojos mismos y en las vivencias se da la experiencia de vivir aunque sea con el eco en el silencio con esas voces y que, por ende, se tenía que acostumbrar y poder convivir con ellas. Cuando en la vida, en la vida de Juan, se electrizó la forma de sentir el sentido de la audición, cuando en el trance de la vida perfecta se dió lo efímero más perenne en la vida de Juan.
Y sí, despertó de ese sueño tan irreal, pero, tan verdadero, pero, tan real, como si fuera un mal desastre en saber que el imperio de su vida era tan neutral dejando saber que el destino es el camino frío. Cuando en el desafío inerte e inmóvil en saber que su presencia se vá como el mismo imperio desafiando el culminar solamente con el desenlace final de creer en el jardín y en el latir de su propio corazón. Si en la mayoría de todo y de la nada, se debía de creer en el mayor final de dar lo mejor en su persona, cuando en el embate de todo se da como lo suave de una ilusión a pesar de escuchar el eco en el silencio. Cuando en el inerte instante se vá como el mal tiempo o como la fiebre en el cuerpo. Si en el desenlace final de un trayecto en el juego del amor, sólo quedó como el combate de creer en el aire una perfecta y delicada decencia cuando en el amor quedó como el sol, y brillando todo el tiempo. Cuando en el tiempo se abastece de amarga hiel entre los labios. Brillando una osadía clara y tan contundente de creer en el embate perdido en saber que el camino era desértico, trascendental y muy perenne con saber de la esencia y de la presencia autónoma en creer en el combate real de ser como ser con la intransigencia verdadera de ser como la verdad. E imposible como indeleble fueron las huellas autónomas de saber que el camino era tan ingrato como el poder llegar hacia la verdadera existencia en saber que el desastre se vé como el referirse a una tormenta con el eco en el silencio. Cuando en el inicio de los eventos cayó en una terrible redención cuando en el ocaso se vió como el frío o como el gélido viento en el combate y en el nefasto desenfreno. Cuando en el trance de lo perfecto, se vió lo imperfecto cuando en el ocaso frío se sintió como el mal desastre en el impetuoso fracaso de seguir escuchando el eco en el silencio. Cuando en el inmenso se vá como el mismo imperio en un desastre entero, causando el desastre en el odio de la verdad en el instante de ver y de sentir el eco en el silencio como un sabio eco, el cual, se dió como el mismo instante, pero, tan cruel. Cuando en el ocaso frío se entregó en el camino frío de Juan. Como cuando en el trance de lo imperfecto se hirió el corazón con el eco en el silencio, cuando en el jocoso momento, pero, triste instante se electrizó la forma de ver y de sentir en el embrague de la vida mismísima. Cuando en el instante se electrizó la forma de sentir como el suave murmullo de la nada, cuando se dió lo más efímero de la verdad, el eco en el silencio. Cuando en el trance de un defecto en el camino se dió lo más impetuoso de ver la alborada por un sol clandestino, desolado e inocuo. Cuando el eco en el silencio se debía a que el sol siniestro se debate entre la sola soledad y de un tiempo y tan nefasto, como el mismo ocaso o como el mismo frío invernal, que en equinoccio pasaba en esa estación anual.
Y Juan visitó a una pitonisa o una astróloga, porque a un psicólogo, él, Juan decía que iría directo a un manicomio. Cuando tan directo como indirecto, se debía de creer en el imperio nocivo de ver y de sentir el mismo mal desastre en saber que el delirio delirante se debía a que el eco en el silencio se hacía cada vez mayor el problema. Cuando en la insistencia de ese eco en el silencio se debía a que el eco se hacía mayor su sonido, su presencia o su voz. Y él, Juan se pregunta, una y otra vez, que ¿quién es?, ¿cómo son?, ¿de dónde vienes?, ¿y cómo me encontraste?, y ¿qué quieren?, cuando a la verdad se siente como el mismo final fatal, en un desenlace real, pero, inocuo. Cuando Juan le expresa a la pitonisa todo acerca de su problema, pues, para él, Juan no tenía solución alguna. Cuando entre la pitonisa y Juan hubo un silencio aterrador y se aferró al futuro nada más. Cuando se irrumpió el destino y el frío camino en salvaguardar el eco en el silencio y que no se fuera jamás de Juan, porque tan pronto ella, la pitonisa, se aferró al diálogo y a la conmiseración, que desató una euforia clandestina cuando pudo saber de la realidad de esas voces en el eco en el silencio. Cuando en el invicto de la paz se dió lo que nunca de ese cruel silencio automatizando a la gran espera y tan inesperada de saber que el momento se erizó como el frío en la misma piel, cuando ella, la pitonisa creyó escuchar también lo mismo, pero, ella calla como el mismo eco en el silencio de esas voces que le atormentan. Cuando en el instante y en el ocaso frío desnudó la voz, el sentimiento y su todo ante la pitonisa. Si albergó todo como si fuera un mágico desierto, si se vive en desaciertos e inciertos momentos cuando en la órbita lunar quedó como un torrente de desafíos perennes, pero, en un sólo acuerdo como el de tener en el ocaso vivo la señal del viento en que está en dirección contraria de ese eco en el silencio en que sólo el tiempo era cómplice como el eco en el silencio. Y la pitonisa lo sabe todo, pues, ella fue también joven cuando tuvo esas voces al acecho de un sólo porvenir cuando en el instante se debió de creer en el ocaso vivo y no de un frío adyacente como la cruda realidad. Cuando en el alma y en el corazón se debió de entregar la razón viva a una muerte adyacente. Cuando en el trance de la vida Juan se vió aterrado y fue a visitar a una pitonisa para expresar todos sus sentimientos acerca de su vida y con el eco en el silencio. Cuando en el arte de la nada se fue sin rumbo incierto hacia un nuevo destino y sin valimientos, hacia una nueva incierta dirección donde el camino se electrizó la forma de ver y de sentir sin más ni más. El frío combate de sentir el silencio de un sólo eco en su oír, cuando en el rumbo decidió Juan visitar a una pitonisa para saber a ciencia cierta de ese eco en el silencio. Cuando en ese rumbo adquirió certeza, frialdad, y siendo tan friolero, quiso dejar sentir su sentido el de la audición para dejar saber que su esencia y su presencia se debate en una sola espera de esperar lo inesperado. Cuando en el rumbo incierto como el saber de la vida se dió lo más pasajero de la cruel existencia como el saber del ocaso frío y deleitar un sólo rencor en el alma sin luz y abastecer la mala esencia dentro del convite del eco en el silencio. Y por saber de la verdad impoluta y tan real, como el deleite en salvar la conmiseración innata y tan original como el saber de un sólo mal tiempo por escuchar el eco en el silencio, se intensificó la espera de saber todo acerca de ese eco en el silencio. Cuando en el rumbo y en la mala dirección se dedicó en ser como el tiempo, y como el ocaso frío, cuando en el tiempo, sólo en la piel y del frío en el ocaso se fue Juan expresando la verdad y tan cierta como poder barrer en la vida, lo que en el destino se dió. Y la misma fuerza en el dolor sin soportar la mentira de que la misma fuerza se dió como el mismo imperio y soslayar con lágrimas acérrimas y tan ubérrimas en el desenfreno incierto como el mismo mal trance del dolor en el alma. Cuando en el alma y en el trance se debió de olvidar en el ocaso muerto cuando en el frío se dió lo que jamás se cruzó en el alma una verdad tan fría como la misma agua cristalina. Cuando en el tiempo calló lo calla un sólo deseo en la alborada llena de miedos adyacentes. Cuando en el ocaso frío quedó con la lluvia y con el tiempo automatizando la espera y tan inesperada de creer en el invierno frío como el de un adiós triste en la voz muerta de horror. Cuando el aire socavó muy dentro de la realidad lo que dejó caer en el trance de lo imperfecto, cuando dejó el imperio soslayar en ojos de temores inciertos y todo por el eco en el silencio. Cuando se derrumbó un momento y un instante en que el mundo quedó como el mismo futuro con ser vaticinado y sin ser cierto. Cuando en el aire automatizó la espera y tan inesperado en el ocaso vivo de temores inciertos en que el mundo se dió como el mismo universo en que cada rumbo se dedicó en ser como la misma oscuridad. Cuando en el trance de lo imperfecto se electrizó la forma de atraer en la vida como por primera vez en el alma la luz en el camino en sola soledad. Cuando en el imperio de todo se dedicó en ser como la misma fuerza, pero, horrorizado de espantos nocturnos cuando se amó intensamente a ese eco en el silencio. Porque cuando quedó en el aire o en el viento con temores y de dolores inciertos como la misma soledad, que le dejó el eco en el silencio. Cuando en el inerte tiempo, sólo en el inmóvil desenlace se vió horrorizado de la ciencia incierta de no saber qué le depara el futuro en la vida de él mismo, de Juan de una mala consecuencia de atraer el desconcierto de luces invernales en el mismo tiempo en que el tiempo irrumpe en soledad incierta.
Y se fue de allí, Juan, esperando una vil conmiseración acerca de lo autónomo de la verdad impoluta de ese eco en el silencio y no obtuvo más que fracaso y sin un acierto en éxito común. Cuando en el imperio socavó muy dentro de la vida, a un alma con opaca luz, descendente de un frío temor en que casi pierde la valentía en ser como el agua vida y nada más. Cuando en lo imperfecto de todo, se debió de adentrarse hacia un nuevo dolor cuando calló lo que calla una mujer sus lágrimas de sufrimiento y de agonías. Cuando en lo imperfecto de un todo, se dió lo más efímero de un todo, cuando en el trance de la vida se dió la amarga hiel en lágrimas de superflúo dolor. Cuando en el trayecto universal de un todo, se dedicó en debilidades inconclusas de atemorizamientos y de espantos nocturnos por el eco en el silencio. Cuando en el instante se dedicó en ser como la misma fuerza, cuando Juan miró su reloj y era yá tarde para confeccionar el buen vino añejado de la hacienda “La Virtud”. Y fue enseguida para allá, hacia la hacienda “La Virtud”, cuando en el tiempo se dedicó en cuerpo y alma, a venerar el comienzo de una cruel temporada, cuando el suburbio de lo acontecido se vió el trance de lo perfecto en derribar el dolor. Y se olvidó de ese eco en el silencio que le aturde la audición. Cuando en lo adyacente de un todo se aferró Juan a ser como el vino mientras más añejado mejor. Y quiso convivir con ese eco en el silencio sin esperar por un mal en su corta vida, pero, larga existencia. Si cuando el tiempo acabó no culminó el eco en el silencio en la audición de Juan. Cuando en el ocaso y en el invierno frío se dedicó en ser como el mismo delirio frío y automatizando la espera y tan inesperada de ver en persona y en presencia al eco en el silencio. Cuando en el desenlace final y tan fatal como la espera inesperada de ver caer quién era el eco en el silencio creyó en ser como el mismo presentimiento y como el mismo sentido de la cruel y terrible audición. Cuando en el mismo tren de la vida se vió tomando un vagón de esos en que lleva la carga de ese vino añejado por la confección de Juan. Cuando en el trance de lo imperfecto se vió atemorizado de espantos crueles y nocturnos cuando el eco en el silencio calló cuando calla una eterna voz. Y Juan con el interrogatorio de que ¿quién es?, ¿cómo son?, ¿de dónde vienes?, ¿y cómo me encontraste?, y ¿qué quieren?, y ¿qué era en verdad?. Cuando en el trance de lo imperfecto se dió como lo mortífero de una cruel desavenencia cuando en el trayecto de lo letal e inmortal se entristeció por tanto y por poco en lo que tenía y en lo que poseía, Juan, ese eco en el silencio, y calló la voz en murmullo, cuando se aferró en verdad a lo inmortal y lo trascendental, de un todo y sin conmiseración alguna. Cuando ocurre en la sola soledad de que el silencio era como un capricho exótico para esa voz en el clandestinaje autónomo por saber que el destino se abre como el camino sin atajos deleitando y deliberando una sola osadía. Y hasta que se armó de valor y de valentía y él, Juan, le habló por fin a ese eco en el silencio y le dijo ese eco en el silencio y con tanta sed en su sentido de la audición… -“yo soy usted…y como ese vino añejado que elaboras...”-. Y Juan quedó estupefacto, y petrificado en el dolor y en la cobarde acción de creer en el eco en el silencio y tomó una botella de vino de su hacienda “La Virtud” y ahogó sus penas de dolor y más embriagó a su alma y a su corazón, cuando Juan con el vino se ahogó…
FIN
- Autor: EMYZAG (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 22 de junio de 2021 a las 00:01
- Comentario del autor sobre el poema: Juan escucha un eco en el silencio de su corazón, y vá en busca de lo que puede ser, se hace varias interrogantes y acertijos que nunca son debidamente resueltos o descubiertos…Mi 21ra novela corta del año 2021…Mi #59 de novelas cortas hasta el año 2021…
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 23
- Usuarios favoritos de este poema: Augusto Fleid
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