La soledad suele demorarse lentamente, sin embargo llega como las tormentas multiformes engendradas de las viejas nubes negras. Un hombre solo opta por dos sola habilidades: escuchar y sentir. Éstas que discurren en el regazo del tiempo, suelen (si no se tiene mesura de ellas) pronunciar dolorosos golpeteos en el corazón. Irremediablemente el tiempo derrite todo lo que le rodea, incluso peor que cualquier ácido que se pueda imaginar. Aquellos que son susceptibles al escuchar y sentir tienden a enamorarse hasta del simple golpeteo de un beso, tacones y perfumes. Que súbito es el remitente de la desolación, muda e incoherente aún antes de conocerte y considerarme feliz como nadie. “feliz”, es un trago amargo en la rutina diaria de nosotros. Me siento inmiscuido en los aforismos del amor (refiriéndome a un futuro a mi lado, a veces desnudos, otras, en el café charlando de literatura y filosofía) El escuchar y sentir tu voz recorrer el martillo de mi oído vibrante, hace en mi escribir esto. Hace mucho de nuestra primera mirada, del enredo de nuestros nervios (siete años para ser exacto). Llamé por teléfono a tu amiga preguntando por ti, ella sin miramientos me dio tu nombre y tu número. Me armé de valor, respiré hondo y marqué tu número telefónico; al tercer timbre sin dilación escuché por primera vez tu voz, ese “bueno” y ese “hola” combinaron en la elegancia la mezcla matutina del himno y el coro angelical. Nervioso, respondí y directamente pedí verte en aquella gasolinera, estaría esperando, con dejo de niño impresionable y antifaz de hombre adulto, admito mi nerviosismo. No sé qué ruta de camión te trajo hacia mí, ya estabas ahí al llegar con mi vehículo. Me miraste impaciente y nerviosa, lo noté en tu rostro, no obstante, tu valor y osadía te hicieron caminar a la puerta; abriste y ese hola que tímidamente arrojaste al viento, revivió en mi la añoranza en tu vientre de una futura familia.
Desde ese día vi en ti el viejo destino que dejé atrás, ensimismado en viejas e inquietantes turbulencias inciertas y las corté de tajo, decidí que fueras tu quien erizara mi piel con tus besos; que tus brazos deambularan por todo mi cuerpo cada vez que tus dedos decidieran caminar por él; que tu boca se fundiera con la mía acurrucándose entre los gritos de los niños jugando y el clamor de la música del vecino; que el destiempo de tus ojos, por culpa de los sueños, extraviara en su infinito blanco mi alma desorbitada; todo eso y un dedo guiándome en la mar de las ilusiones.
Admito que somos de nosotros, no uno ni otro, de los dos, de un solo ser primordialmente desnudo.
Ahora digo, cuando estaba solo, me encontraba vacío, sin vida, leyendo y escribiendo lo que sea para nadie; la soledad no es mía ni de otro, solamente tú como otras mujeres a la espera de aquellos quienes también sueñan se encuentran caminando construyendo el destino cuyos hilos los irá uniendo poco a poco. Me siento tan afortunado de tenerte conmigo.
- Autor: A.M (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 4 de julio de 2021 a las 19:23
- Comentario del autor sobre el poema: Simplemente nació y se escribió, no se corrigió ninguna palabra, solamente se plasmó por el simple hecho de estar, naturalmente hablando.
- Categoría: Amor
- Lecturas: 36
- Usuarios favoritos de este poema: Augusto Fleid
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