LO INAGOTABLE

rome55

LO INAGOTABLE

De rodillas delante de la fosa donde se pudre el mocetón garrido, la pobre vieja sin moverse pasa la tarde del domingo. Una tarde otoñal, helada y muda, de cielo muy azul, campiña yerta, y un sol amarillento que se muere de frío y de tristeza.
Una vela amarilla que no alumbra, se quema, como el alma de la anciana, cuyos ojos decrépitos no lloran porque no tienen lágrimas.

Todas se las tragó la avara tierra de la tumba del hijo malogrado, a cuyos pies la hierba está escaldada con las sales del llanto.

Vagaba por los ámbitos vacíos del humilde y herboso cementerio, el aroma de muerte que despide la tierra de los muertos.

Volaban sobre el templo los cernícalos y rasaban el viejo campanario los bandos de veloces aviones que pasaban chillando.

Y de la plaza del lugar venían sones de tamboril y castañuelas, notas de gaita que al hablar de amores infundían tristeza.
¡Cómo bailaba la muchacha alegre para quien fue belleza vigorosa lo que era ya bajo viscosa hierba montón de carne rota! Montón de carne rota que una madre tuvo un día pegado a sus entrañas, y espejado en las niñas de sus ojos y en el centro del alma.

Y ya está allí, deshecho en las tinieblas, el fuerte hastial de la feliz casita, el que ganaba el mendruguito blando que la anciana comía.

Una alondra del páramo vecino se posó en la pared del camposanto para beber el rayo agonizante del frío sol dorado, y cantó una canción opaca y fría que ni siquiera le agitó el pechuelo que cien mañanas pareció romperse modulando gorjeos.

¡Sorda elegía que inspiró Natura junto a la tumba donde el mozo estaba, que tantas veces, cual la alondra aquella, le cantó la alborada!

Se hundieron en sus grietas los cernícalos, y en los huecos del viejo campanario, poco a poco los raudos aviones se metieron chillando.

Cayó el silencio sobre el pueblo humilde, murió la tarde y se marchó la alondra, y la vida le dijo a la ancianita que estaba ya muy sola.

¡Era preciso abandonar al hijo!

Besó la tumba y apagó la vela, que derramó sobre la hierba húmeda dos lágrimas de cera. 

¡Y dieron todavía otras dos lágrimas aquellos ojos que estrujó el dolor!

Ni ignoradas ni estériles las dieron: ¡las vimos Dios y yo!

José María Gabriel y Galán

  • Autor: rome (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 5 de julio de 2021 a las 01:42
  • Categoría: Triste
  • Lecturas: 21
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