**~Novela Corta - Frío Amor - Parte II Final~**

Zoraya M. Rodríguez

Cuando Oliver se dijo para sí, que el cielo es el límite, no era verdad era la sinceridad de su propia alma. Cuando en el ocaso se dió la más fuerte de las hogueras, cuando en el trance de la verdad sólo llegó a aferrarse a su almohada, era la única cosa que le brinda calores extremos como para sentirse amado y sin un frío amor. Si en el aire se sintió como suave, y el desenlace final como penumbras y sombras adyacentes de iras sin concluir. Si Oliver, fue el mecánico más diestro de la avenida inglesa, un inglés y con demasiada sabiduría y con mucho ahínco. Sólo pudo ser, demostrando que el frío amor no le vá y que no le pudo hacer más que sentirlo en la piel, y sólo quería que el cielo cayera en forma de rotos cristales sintiendo más el frío que de él emana. Porque cuando Oliver quiso romper en pedazos o en trizas al cielo, sólo se llenó de más fríos. Y yá tan álgida la vida y el deseo y con el frío amor, sólo se llevó una vil sorpresa de que Anaís, estaba esperando un hijo suyo. Y para colmo, con un frío amor que le da Anaís, y por encima un hijo, el cual, no deseaba ni quería. Si Oliver sólo buscó desesperadamente un amor y, ¿lo consiguió?, pues, era incierta la pregunta cuando su mundo automatizó la espera. Cuando el rencor se enaltece como el recelo de ése hijo que esperaba Anaís. 

Sólo a Oliver se le destrozó el mundo y el tiempo y las horas en un pedicoj en vez de mirar las horas en un reloj. Cuando en el tormento se dedicó en la fuerza extravagante de querer amarrar a su vida con un hijo y más a un frío amor, el de Anaís. Cuando suposo algo, de que él no podía tener hijos, pero, calló como siempre y lo que calla un hombre el verdadero amor hacia Anaís. Y si antes era sólo un frío amor ahora es peor. No dijo nada sino que calló en en su cordura de hombre con un frío amor. Cuando logró entorpecer lo que era un amor casi real. Esperó un tiempo en que casi se desnudó el ocaso frío como ese frío amor, el cual, le dolía en el alma y más como un hombre herido y sin Dios, se vió como el mismo tormento, destrozando el alma sin la luz que emanaba entre aquellos soles, y como el mismo Dios, en que el cielo y en el desierto se cosecha como el mismo mal instante en que se lleva una luna desértica alumbrando su camino y más a su propia alma. Cuando Oliver derrumbó el tiempo y quiso ser como el cielo roto en cristales y en pedazos su alma y más su corazón. Cuando interrumpió en el destino un frío amor, como que el deseo nefasto y el deterioro de la vida salió con el dolor de su propia alma. Porque cuando en el tiempo y sólo en el recelo de su propio corazón se entregó como es huérfana es la luz, y como un solo huésped en sus ojos se vió el tormento de correr por el suelo y más por el suburbio autónomo de creer en el solo sol y en el tiempo como un altercado frío y devastado. Y Oliver sólo yendo lejos de ese triste camino se vió aterrado y mal inconsecuente de creer en el alma derribando el solo deseo de ver el cielo como techo de cristal, sabiendo que yá estaba roto. Cuando en el suburbio autónomo de la verdad se aferró a la magia de ver el sol como la sola luz. Cuando se entregó el coraje y si contrae un momento de creer en la imposibilidad de saber que el destino es como la misma insistencia de creer en el amor como un frío amor. Cuando en el coraje de creer en el suburbio y por saber que se fue Oliver como la partida del sol en el ocaso. Y ella, Anaís, sin saber de la pureza de la verdad de que él, Oliver no podía tener hijos, esperó por más momentos, cuando en el percance de todo y en la nada del tiempo, sólo acechó como órbita lunar en el reflejo del sol, esperando llegar a la luna, como un sólo desastre, en que se cree en el sol como un espejo de su propia alma. Cuando calló lo que calla un hombre, cuando ocurre el desastre de ver el cielo por un instante en que se enfrió el convite de ver el cielo como el techo y con rotos cristales. Cuando se interpone lo que dispone en el alma cuando en el reflejo de creer en sus ojos cayó en una eternidad y en soledad se vió aterrado. Cuando Oliver se vió como un susto y como un penitente frustrado en el alma y en su camino devastado se sintió como un animal amarrado en contra de su propia voluntad y de su coraje de atraer a su vida todo un amor aunque fuera un frío amor. Cuando se sintió en soledad y devastado por un tiempo como todo un hombre, si en la alborada y en el crepúsculo se vió a todo el sol, como llamando a su fría alma. Cuando en el combate dejó de creer en su delicado rumbo se vió desolado y aferrado al mismo tiempo. Y esperó como todo lo inesperado, cuando en el tiempo y como el mismo sol cayó en el ocaso y se fue sin corta ni perezosa dirección, hacia un sólo destino y un desolado camino. Y destrozando hacia un nuevo camino esperó por los nueves meses hacia un sólo desierto y poder correr en el mismo carril hacia poder descartar la idea de que no podía ser padre y no tener hijos. Oliver no ama a Anaís, cuando su rumbo y la dirección no cambia en tentaciones frías si es como el tormento de creer en la cruel tempestad de ver el cielo como gris y con ese frío amor. Cuando ocurre lo que discurre en el tiempo una osada osadía que por el día se debe de entregar a la poca relación que tuvo con Anaís. Cuando su rumbo y dirección se alteró como inalterada es la fuerza en fortalezas nuevas de creer en la mala suerte de ser un padre sin ser verdaderamente. Y Oliver lo sabía y muy bien, que el delirio se desafía comúnmente cuando el dolor se vió en el alma, cuando se cree en el desafío inerte de ver el cielo como una verdad cruel y devastadora de sensaciones nuevas y con ser tan ciertas como la sinceridad. Y Oliver sin alarde y sin más que el instinto desafiante en saber que el frío amor le llegó en camisas doradas de sudores sudando el amor verdadero. Cuando en el instante debió de reír como ríe estar en pie de la tormenta y de la cruel tempestad cuando ocurre lo que interviene en una osada osadía de ver el cielo como techo como rotos cristales de desafíos nuevos cuando en pedazos yá se encontró el corazón de Oliver. 

Cuando el alma se encrudece de tiempo y de escasos tiempos como tormentas de dolores si fue ese viaje en el Caribe, se dijo él, Oliver. Cuando no concuerda el ritmo ni la fecha cuando la dejó de amar, cuando ella, Anaís se fue de viaje hacia el occidente dejando con fríos el oriente y a la avenida inglesa del aquel umbral en callejón abajo. Cuando en el alma creció como ser tan rudo y tosco, y tan fuerte como el mismo tormento, cuando en el aire socavó muy dentro como el ir y venir lejos acechando lo que más se avecina. Cuando en el convite de creer en el alma a ciegas esperando a que en el invierno aquel se entregará en cuerpo y alma, como la aventura más desafortunada como el torrente de creencias nuevas, cuando se encerró el alma hacia la nueva desventura de creer en el alma a ciegas como una tempestad cruel y disidente sin dimitir la espera y tan inesperada de esperar por el cruel amor y por más por el débil amor y tan frío amor. Y quedó Oliver pensando en esa noche fría y tan álgida de espantos inseguros y por una muerte mental y de sentidos adversos, quedó fríamente resonando en el tiempo. Cuando pensó e imaginó todo, cómo ella, Anaís lo engañó dejando un frío amor en el corazón abierto de desesperaciones inconclusas. Y no se extrañó en nada cuando en su razón y en su corazón dejó de amar a Anaís. Cuando en el torrente amargo de la hiel en su boca dejó el reflejo del sol en cada resonancia y más en el tiempo. Cuando al acecho se enfrío la mente y el corazón amando más y más cuando en el imperio de los ojos se entristeció el torrente de desafíos inertes de insistencias débiles como la misma posibilidad de creer en ese embarazo de Anaís. Y sí, lo supo que sí, que desde el comienzo de creer en ese viaje hacia el Caribe de Anaís, lo engañó y supo que ese cruel desenlace de sentir el silencio en esa habitación solo y en eterna soledad, y en una cruel desolación Oliver entristeció tanto como no poder nunca borrar el desconsuelo de su alma triste y con un solo sufrimiento, cuando al final de todo se dió como el avance de creer en el alma podrida de un sólo engaño por parte de Anaís. Cuando el alma de Oliver decidió amar al embarazo de Anaís, como algo natural y tan normal, cuando en el coraje de creer en ella se entristeció su alma correspondiendo a su eternidad en el mal final si se vió como algo tan pasajero en ser padre realmente. Cuando al acecho de Oliver en su mundo real se automatizó la espera de creer en la cruel espera de sentir el silencio como algo natural, pero, el embarazo no era de él y eso le dió una penitente espera de esperar por el alumbramiento para saber quién era el padre realmente. Cuando en la vida de Oliver, se vió aterrado en el combate por sospechar de que algún otro hombre era el amante de Anaís. Y se vió aferrado al mal recuerdo, cuando en el trance de sus vivencias él, Oliver, sabía de algo de que su rumbo y dirección tenían un comienzo y no un final desastroso, como él se lo imaginaba.

Cuando, de repente, se vió Oliver marcando el rumbo sin dirección, cuando en el trance de lo inusual, se vió atormentado, herido y sin Dios, y más que ese dolor recostado en su alma, quedó como el silbido de un mal tiempo, cuando en su pecado quedó como el maltrecho y el estrecho de un zaguán dando cabida al camino sin salida y sin salvación. Y Oliver sabía, que el hijo de Anaís que esperaba no era de él. Y que en el suburbio autónomo de la creencia se entristeció de tal forma y de tal manera cuando en el trance de la verdad quedó como el mal estrecho camino cuando en el incitado destino debió de creer en lo imperfecto de un todo nadando al acecho de una nada, cuando sale del viento y del rencor de esa creencia de ese mal amante de Anaís. Cuando en el desacierto efímero transeúnte de pernoctar en el camino angosto que llevaba Oliver en su corta existencia, ¿se enamoró realmente de Anaís, o era sólo un frío amor?, el cual, se entristeció de todo y por tanto, porque en el suburbio de la verdad quedó como órbita lunar atrapando todo desde el tiempo, el ocaso , el crepúsculo del amanecer y de todo el tiempo en que sólo el deseo se convirtió en el mal desenfreno del total y letal veneno de creer que Anaís tenía un amante y en el Caribe. Y desnudó la verdad de que el torrente de verdades sólo oscureció de tormentas voluptuosas de venidero porvenir cuando creó y se sintió como luna atrapando el cometa de luz en su cuerpo y en su mundo. Cuando Oliver indagó y ripostó acerca del torrente frío de sales de mares desérticas que en el juego del amor y del tiempo sólo se acechó un mirada sola, fría y desolada, cuando en el trance de la vida se vió aterrado, aferrado y horrorizado de espantos nocturnos cuando en el hechizo autónomo de creer en el embarazo de Anaís no era verdad ni eran certezas frías de creer de que él era el padre biológico de ese hijo de Anaís. 

Y Oliver caminó sin rumbo y sin dirección cuando obtuvo un mal recuerdo y una adyacente penuria bajo de sus pies en el mismo suelo. Cuando en el convite extraño de la verdad y del impoluto camino se aferró de creer en el mal comienzo de creer en el disidente y sin dimitir por aferrar el combate de creer en el alma fría, en el final de un todo sin un triste comienzo. Cuando se sintió en el mal trance de creer en el desierto mágico de ver el cielo como un torrente de desafíos nuevos. Cuando en el altercado se aferró al doloroso trance imperfecto momento de ver el cielo de tormenta, y corrió hacia el camino frío y sin destino, y sin más que sin Dios y vió que todo aquello era una mala suerte de ver el cielo sin luz. Y sin más que el desafío nuestro en cada tiempo, se vió aferrado al trance inerte y dentro del alma una sola luz. Cuando en el olvido quedo su vida y más sin hijo a cuestas del sol sin lluvia, pero, su vida quedó con lluvia y un torrencial de amores sin amor. Cuando en su alma quedó vagando en “pubs”, buscando amores desesperadamente. Y sí que obtuvo amores y bebidas y malos y buenos tiempos, pero, se olvidó en amar y lo que era realmente el amor. Y sí que eran fríos amores como el de Anaís, y no obtuvo más que desesperadamente buscar y hallar amores clandestinos, fríos, sin caminos ni destinos. Y destrozando la verdad de creer en el amor a toda costa se quedó sin amor, sin hijos, sin destinos, sin novias, ni mujeres, sólo halló lo que nunca un desamor inconcluso automatizando la espera y tan inesperada de creer en el convite de dar a la luz lo que quedó amando en el solo corazón. Cuando en el trance de lo inusual quedó como inicialmente o como un buen comienzo jugar con el amor que había conocido que era el de Anaís. Y corrió montes, llanos, y praderas, y ríos y lagos, buscando hallar lo que era el amor verdadero y tan real como el de encontrar y desesperadamente el amor en cada lágrima del llanto del solo dolor que él sentía, en el alma. Cuando en el imperfecto de la pobre creencia se dió lo más avaro de la vida un desamor sin sospechar de que era un espurio deseo en amar amores sin amor. Y Oliver el mecánico diestro, firme y corpulento, tosco y tan rudo como lo más fuerte de todo dolor y de toda razón, bajó la avenida inglesa y caminó el umbral callejón abajo. Si en el olvido de un todo se vió aterrado y aferrado al amor destrozando el convite de creer en el desierto sin la luz del sol y sin la presencia del sol. Y caminó avenida inglesa el inglés Oliver, bajo aquel umbral del olvido callejón abajo y vió un torrente de desafíos nuevos y de luminiscencia clara y translúcida de ver el desierto transparente y de ver al acecho una sola luz. Si en el altercado frío y condescendiente y ascendente, se vió el amor como un torrente de desafíos y tan fuertes como inertes. Cuando en el alma fría se entregó en cuerpo y alma al amor y con destruir de poco a todo, su vida y al acecho de contraer el enlace de creer en el alma bendita y de la pureza que le dió y le entregó al conocer su amor verdadero e impoluto de la esencia de ella, de Anaís. Porque cuando en el olvido de un todo y de la nada del recuerdo se entristeció por tanto y por nada. Y subió avenida inglesa, en el umbral del aquel callejón desértico, donde pernocta Oliver en el trance de la verdad se vió aterrado y aferrado a creer al mayor compás del amor incrédulo, pero, cierto y eficaz como el tormento por haber amado. Cuando en el percance de todo y por la nada del olvido, se dió el torrente de luces veraniegas cuando en el invierno aquel se electrizó la forma de ver y de tragar el olvido en el desamor a cuestas de la razón perdida. Cuando en el trance de lo inusual se entristeció el alma y su corazón por desamar y de entregar el reflejo de automatizar la espera y tan inesperada de creer en el amor a toda costa. Y subió por la avenida inglesa, por donde pernocta el taller de mecánica donde labora Oliver, cuando en el umbral del callejón abajo se ofreció y se automatizó la espera tan inesperada de esperar al segundo retoño entre Oliver y Anaís. 

 

FIN



 

  • Autor: EMYZAG (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 16 de julio de 2021 a las 00:02
  • Comentario del autor sobre el poema: Oliver sólo siente un frío amor cuando conoce a Anaís… y sigue sintiendo un frío amor al buscar amor… desesperadamente…Mi 24ta novela corta del año 2021… Mi #62 de novelas cortas hasta el año 2021…
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 21
Llevate gratis una Antología Poética ↓

Recibe el ebook en segundos 50 poemas de 50 poetas distintos




Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.