Un rey déspota mandó llamar al mejor escultor de la corte para encargarle una escultura de su propia imagen en tamaño real, con el fin de colocarla a la entrada de palacio e inmortalizar su figura durante siglos. Para ello, ordenó traer desde tierras muy lejanas un bloque de mármol de 3 metros de alto por 2 de ancho y otros 2 de fondo.
El escultor, con un talento innato y una pericia adquirida gracias a una extensa trayectoria en el gremio, valiéndose de un cincel y un pequeño martillo, tallando incansablemente en su taller, consiguió tener terminada la réplica exacta del rey en un año.
Cuando el monarca recibió la embajada comunicándole la noticia, sin tardanza acudió entusiasmado al taller del escultor para ver como había quedado la obra, y al contemplar el resultado, no pudo disimular su enfado y comenzó a recriminar a este su desfachatez, esgrimiendo que la escultura no se le asemejaba en modo alguno, puesto que él era más alto, más joven y más apuesto de lo que la figura de mármol reflejaba. Todos los miembros del séquito que acompañaba al rey se quedaron contemplando con admiración la magnífica obra de arte, e incluso alguno de ellos estuvo tentado de sugerirle que se situase al lado para comprobar que la altura de la talla era exactamente igual a la suya, pero por miedo a las represalias, no se atrevieron a decirle nada.
Tras su evidente descontento, el rey hizo destruir la escultura y mandó traer un nuevo bloque, esta vez el doble de grande, pensando que el anterior había sido demasiado pequeño y por eso su estatua había quedado tan pequeña.
El escultor, abatido por el menosprecio de su labor, permaneció varios días pensando frente al enorme bloque. Se le pasó por la cabeza repetir el proceso pero esta vez esculpiendo al rey más alto, más fornido y eliminando las arrugas faciales que constataban su vejez, pero temía que hiciera lo que hiciera, y por mucho que se esforzase, el rey siempre quedaría insatisfecho.
Finalmente, obedeciendo al dictado de su corazón, tomó una decisión arriesgada y, con sus herramientas, empezó a cincelar procurando cerrar la puerta del taller para no ser visto por nadie. Una vez hubo terminado, le envió una misiva al rey informándole que le estaba dando los últimos retoques y en el plazo de una semana estaría preparada, tras lo cual, el escultor cogió sus pertenencias, montó en su caballo y al galope huyó lejos de allí.
Al cabo de una semana, el rey entró en el taller y al ver en lo que se había convertido el bloque de mármol, montó en cólera y ordenó buscar inmediatamente al escultor para ajusticiarlo. Frente a él se elevaba la enorme estatua de una bestia con cabeza de hiena, cuerpo de serpiente y garras águila, con unas letras talladas en la base donde se podía leer: "Majestad, he aquí la escultura de su alma"
- Autor: Joseponce1978 (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 24 de julio de 2021 a las 11:32
- Comentario del autor sobre el poema: Nunca se pudo dar con el paradero del escultor, y como suele ser habitual en estos casos, el bufón pagó los platos rotos.
- Categoría: Reflexión
- Lecturas: 25
- Usuarios favoritos de este poema: Willie Moreno, Paolo Gil Euceda
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