orgullo

Elizabeth Maldonado Manzanero

Todo siempre es cuestión de organizar las palabras, Bécquer lo decía:

“¡Lástima que el Amor un diccionario no tenga donde hallar

 cuando el orgullo es simplemente orgullo y cuando es dignidad!”

Sucumbí al sonido de tu voz y mis deseos,

me derrame primero en peligroso filtreo, cobije tu egoísmo en piel,

después para mi desgracia tus caricias no me lograron contener

mis sentimientos del ayer como en avalancha arrasaron con todo

y a pesar de la experiencia antes fallida volvió a suceder.

La muerte alífera del amor se cubrió con la tierra fértil del orgullo

se han cubierto con ella los te quieros que pronto iban

 a fructificar en tus oídos y a madurar sobre tu dermis en besos.

Razonándolo todo, lo comprende ahora el pensamiento

era excesiva la estimación por el respeto uno del otro

por el mutuo silencio, por el resguardo de uno mismo y muy desmerecido,

tristemente desmerecidos los propios méritos de lo bien cimentado de nuestros pasos,

en el terreno fangoso del corazón del otro, mi vanidad y tu arrogancia

cómplices sepultureros han sido.

No sabía que en las diecisiete letras de tu nombre pudiera estar escrita mi breve historia

y un tristísimo adiós irrefutablemente no dicho.

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