**~Novela Corta - El Violín de Madera - Parte II~**

Zoraya M. Rodríguez

Y sí, efectivamente, se amaron bajo la clara luz de la luna pintando a rojo color, a rojo pasional, y a rojo candente y tan ardiente como el mismo coraje del corazón. Si Rosa, se aferró al instante y más al transeúnte amor que pernoctó en su corazón hiriendo a pulso a pulso a sus débiles fuerzas, y más a sus fortalezas inertes y trascendentales. Y se fue esa noche con su violín de madera en mano, tirado allí al lado de ella y de ese puro amor, viendo el reflejo del sol en aquella habitación amándose y venerando el tiempo y más que eso en el combate de querer amarrar el deseo a sus costados más fríos y más álgidos que el mismo tiempo en un ocaso muerto yá por tanto amor esperando en la espera y tan desesperada en obtener del amor todo, desde su virtud, honra, deseos pasionales y de tiempo en amar. Y se fue al peñasco sobre la arena en aquel mar atrevido y de ensueños y tocó a su violín, entonando melodiosamente una canción con notas agudas y graves, de aquella canción que le dice que sí, que su esencia vá más allá de la verdad y de saber que su presencia vá más allá de la pureza innata y tan original la que da el mismo corazón en purezas y en honras sin desdoros. Y las cuerdas del violín haciendo “pizzicato” y tan fino como poder tocar el mismo cielo con las yemas con los dedos, como ella misma dice. Y se fue por el momento, y se fue por el deterioro vivido y se fue por el rumbo desconocido donde se halla la conmiseración innata en saber que su limpio corazón había amado, sí, que había entregado su forma y más que eso su eterno corazón en saber que su tiempo y su esencia automatizó la espera y tan inesperada de ése amor clandestino, fugaz, pero, tan verdadero. Si su ingrato dolor se fue por el tiempo, y más por el ocaso y llegó la fría noche, todo apuntaba a ir y pernoctar en el cabaret “La Rue du Coeur”. Cuando en el momento se dió lo más pernicioso de todos los instantes llevando una manera de creer y de sentir en la fuerza de todo, y por todo en el mismo momento en que Gilbert se vá lejos de ella. Ella, Rosa, parecía que no sabía lo que era ella, sólo una violinista y más que eso sólo una cabaretista, en que pasaba su mundo como su momento en ser como la rosa marchita y nada más. Cuando su entrega y su mundo se debían de entregar al instante en que se enamoró Rosa de Gilbert. Cuando su mundo se dió lo que más suposo en su vida, de que su amor se iría y para siempre y del cabaret y de su existencia sin saber nada de él. Ella, lo sabía en su subconsciente, pero, no sabía que sería tan temprano el tener que separarse de ese amor que le llegó tan veloz como corre la estrella fugaz en el mismo cielo, y como una rosa marchita en el jardín de su propio corazón. Cuando en el albergue del coraje de su corazón ella, Rosa, pudo creer en el corazón amando a consecuencias frías y de desavenencias álgidas y adyacentes de frío y de un sistema que corre en ser como el mismo frío en la misma piel. Y se fue allí, al peñasco frío y condescendiente de saber que su rumbo se autoproclamó, en ser como el mismo imperio soslayando en los mismos ojos de cristal en que se avecina el dolor y el sufrimiento. Y Rosa, allí tocando su instrumento de cuerda, su amigo insuperable, el violín de madera. Y tocó melodiosamente y entonando una canción barrió con el mar y con la arena despidiendo un olor tan natural como es la sal del mar. Y se llenó de virtudes, de honras y de virginal nácar de los rayos del sol. Y transmutando hacia el universo cayó en una ola de desesperaciones inconclusas, en poder sobrevivir a causa del mágico dolor. Cuando se fue por el rumbo accediendo hacia una magia transmutada y desértica como es ese mar perdido entre sombras perdidas de soles abiertos sin ningún destino. Y allí estaba Rosa, la clandestina y estrella fugaz de la rosa marchita y más que eso tocando su violín de madera. Cuando en el trance de lo perfecto y de lo inadecuado se formó el trayecto efímero, pero, tan leal como tan real como el ir y venir lejos de allí, de un tormento tan trascendental, de lo más pernicioso de lo inusual. Si cuando entre lo más conceptual, pero, en la costumbre de sobrevivir allí con su violín en mano, quedó Rosa, allí frente a ese mar perdido componiendo canciones como a la deriva del viento. Y se electrizó la forma más ingenua, de salvaguardar la cosa más eficaz de un todo. Cuando en el embate de todo y por todo se electrizó la forma de ver a consecuencias tan leales como el ir y venir lejos de allí de ese peñasco sobre la arena frente a ese bello mar desértico. Y ella, sola, en una soledad impetuosa y en solitaria soledad de luna, sí, cuando llegó la noche y quiso ir al cabaret “La Rue du Coeur”. Cuando en el tormento de Rosa debió de dar con la cruel tempestad, cuando creyó en el suburbio autónomo de la lluvia caer sobre todo ese mar en ese bello ocaso tan tenue. Cuando no se calmó una hoja en desesperación sobre ese otoño, el cual, pasaba Rosa y sí, volaron lejos las hojas en otoño, las cuales, eran como el dolor o como el sufrimiento. Y pasó ese ocaso frente al mar tocando todo su repertorio y todas sus melodías, porque cuando llegó la noche fría y tan álgida, sólo descubrió el reflejo de un sol y a toda costa de creer en la mala noche descubriendo el mal ocaso en que yá se veía venir la noche fría. Y se electrizó la forma más perenne y más total, de ver esa noche pasar silenciosa y tan clandestina como todo pasivo otoño. 

Y Rosa vá directamente hacia el cabaret “La Rue du Coeur”, a ver a Gilbert, otra vez, se dice ella, Rosa. Cuando en el trance perfecto, del camino y del destino sólo piensa y se imagina, otra vez, amando en amar y en ser amada. Pero, ¿qué sucederá sino lo encuentra?, ¿qué ocurrirá con su vida?, y ¿qué pasará con su nuevo destino?, preguntas que quedan en lo ambigüo, en lo continuo y en lo trascendental, como un embate de la vida sola, en el triunfo y en lo imperfecto de una osada osadía, en que queda ella, Rosa, sola en el vil y tan hábil destino para con ella. Cuando en el camino sólo soslayó en el desierto y tan común y tan efímero como poder lograr llegar a derribar el destino con sus lágrimas forzadas por un amor, el cual, la dejó con dolor y con un total sufrimiento entre su pecho, su conciencia y más dentro de su propio corazón. Cuando su amor quedó como órbita lunar atrapando lejos un camino o un atajo o una senda, la cual, sólo quería llevar su esencia y su capricho transportando sus sentimientos en un sólo camino y en un sólo corazón. ¿Y su alma?, devastada, destruida, herida y mal nacida, o es que acaso tenía luz, pues, sí, tenía luz, luz del alma y del amor a cuestas del amor en el corazón, amando en amar y en ser amada. Y Rosa, lleva en su camino una rosa prendida entre sus cabellos negros como el azabache o como el negro de la noche a expensas del frío y del temor en el camino que ella cruza hasta llegar al cabaret “La Rue du Coeur”. Cuando en el camino cae la rosa en un fango de un charco a cuestas de la oscura noche, Rosa la recoje y la toma, otra vez, y trata de limpiar con su traje de violinista cabaretera, y la restaura y se la pone nuevamente en sus cabellos negros como el azabache y se dice, -“ésta rosa de Rosa es para mi amado Gilbert”-, y vá de rumbo y sin percatarse de la oscura noche en que ella Rosa, camina con rumbo y felizmente por el atajo en el zaguán a la derecha de ese cruel camino y tan oscuro como la temible noche que la amapara en su terrible destino. Y casi llega al cabaret “La Rue du Coeur”, cuando un automóvil se estaciona frente a ese cabaret y ella muda más quedó inmuta, enmudecida y silente y en un silencio absorto. Era Gilbert, un empresario de alto renombre en que él Gilbert, sólo busca compañía, y ella, Rosa, como la violinista y cabaretista más popular del cabaret llegó a sentir la rosa entre sus cabellos mojada, ajeada, y maltrecha, ¿y, sí que lo estaba y lo parecía?, pues, su rosa cayó en un bache húmedo y lleno de fango y se ensució la rosa. Y le parece que mejor es que su rosa la llevara en el violín y la colocó cerca de unas de las cuerdas del violín de madera, y se dijo que esa noche la quería pasar de rumba, de bohemio, y en beber cóctel que le llegue al corazón para derribar esa pena que lleva en su alma en no poder hablar por ser una muda y violinista. Porque cuando en el alma se llenó de una luz incandescente, tenue, bohémica, y tímida, pero, pasional, ardiente y tan candente como el ir y venir lejos, pero, tan cerca como estar cerca entre ambos. Y se vió como el aire violento, como el viento impetuoso, como el aire que le roza a la piel, como el viento en que vuelta y trata de permanecer, cuando en el trance equitativo quedó como el aire dando vueltas como un remolina en el suelo donde se barren las hojas de otoño. Cuando en el triángulo que eran ellos tres, (ellos dos y su violín de madera), cuando en lo sucedido no supo escoger Rosa, entre su violín de madera o Gilbert. Cuando en el instante fue la forma más efímera y más perenne en poder creer en que Gilbert se llevaría a Rosa, lejos de “La Rue du Coeur”, cuando ella había pernoctado, fríamente y deliberadamente, y fuertemente como un torrente de fríos dados en fuerzas de corazones fríos, cuando en su rumbo quedó como mirando hacia el lado y ahí estaba Gilbert. Y Rosa con una cara de sorprendida, inocua, y sin transparente noche fría se vió inalterada, impaciente, fría y con luz tenue y tan destruida como la misma rosa que lleva su violín de madera. Esa noche, fue solamente esa noche, en que perdió la cabeza por Gilbert, y se debió de automatizar la espera, y tan inesperada de creer en el embate inseguro de creer en el mal final de haber amado tan fuertemente. Y era Rosa la rosa clandestina, en soledad y en solitaria la que toca su violín de madera frente la mar en ese peñasco de arena, en ese mar bravío, torrencial e impetuoso como lo que no es calma, sosiego y tranquilidad, buscando un inerte, pero, no era así. Cuando en el momento soslayó si cuando en el mayor trance de un defecto, se vió atormentada, impasible, inteligible, e inestable, pero, con rumbo cierto hacia el cabaret “La Rue du Coeur”. Y se vió con su violín de madera hacia el más nefasto de los tiempos, y de lo más ricos mares atrayendo melodías y canciones nuevas que deleitan los sonidos tanto graves y agudos, y queriendo hacer de lo suyo un cometa de luz veraniego. Cuando cruzó por los cielos dejó una estela de luz y de sensaciones tan hermosas como el ir y pasar de la vida, como un juego entre ambos. Y sus cabellos mojados por ese mar abierto, esos cabellos como el azabache, y llegó la hora de creer en el embate de dar lo que el amor más quería: amar. Y fue en ese mar abierto, el que dió lo que más dió, lo que más quiso en ser como el mismo velo de olas blancas con espumas tendidas en la noche abierta y de azul añil sobre ese mar. Cuando en el embate de creer en el aroma de sus cabellos creyó en ser como la Venus de una diosa clandestina cuando llegó Gilbert a sus deseos nuevos. Y lo vé y lo mira y lo observa, un hombre guapo, y corpulento, con demasiadas fuerza en los brazos, como para cargar toda una vida junto a  ella. Y Gilbert un hombre decaído por el amor de Rosa, de corazón abierto, y de una sonrisa en alegría, era un americano y sabía lo que quería, a ella, a Rosa. Y sabía más que quería en ser como la alborada con el sol clandestino de rayos automatizados en la espera en volver a amar lo que quedó en el universo frío y más en la noche fría. Cuando en el trance de lo imperfecto esperó por el altercado de la fría noche en la alegre compañía de creer en el amor de una violinista y más una cabaretista. Y el cabaret lleno a tutiplén en que se guarda el silencio y más el ruido en el oír, y lejos de la impureza y de una virtud en desdoro. Sólo llegó en cuanto era una muda, y una mujer con los pies sobre la tierra. Cuando Gilbert la buscó sí, y la tomó por un brazo escurriendo el instante y el momento en que se debate una fría, pero, incómoda insistencia en que se guarda el más de los terribles momentos, cuando el sol brilla en el cielo, pero, en el alma, no, no aún. Cuando en la aventura se sintió como el más suave de los momentos, cuando Gilbert quería y se enredó entre los brazos de Rosa, más cálidos, inertes y electrizantes, candentes y ardientemente pasionales. Y él no sabía que ella era muda, sino que lo tomó de una manera tan natural, y en silencios y en señas le dijo que la quería tener, otra vez. 

Continuará………………………………………………………………………………………. 

  • Autor: EMYZAG (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 13 de agosto de 2021 a las 00:03
  • Comentario del autor sobre el poema: El violín de madera estaba ensangrentado y con el cuerpo a su lado muerto, yace muerta Rosa la violinista del cabaret “La Rue du Coeur”, sobre la cama desvestida por amor…Mi 28va novela corta del año 2021…
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 21
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