Exhausto

Juan de Mairena, 
inventor de la máquina 
de trovar.

Eso necesito, ya a estas alturas...
Ya he exprimido de mi sangre
toda la linfa de que es capaz,
ya no me quedan hilos que telar.
Toda mi esencia se derramó,
toda fue a parar al río, ese 
que pasa bajo mi ventana;
no tengo palabras...
Ayer decidí volcar mi diccionario
sobre el cubo de la basura —palabras
que ya no sirven— y está mañana,
muy temprano de sol, bajé a la calle
a tirarla y no me arrepentí, no me sirven.
Voy a comprar unas tablas en la carpintería
de abajo, unos pegamentos, unos remiendos
que en el fondo del armario encontrara,
arrumbados de olvido, retazos raídos 
por el desuso —ahora mismo me voy a poner
al son que marca este poema—. Voy
a buscar un tutorial de youtube y voilá!
Son ya muchos versos, versículos, frases
de variado y discutido pelaje, mucha tinta
de la que no se seca al fondo de un tintero,
mucha música de fondo para evocar, viajar
sin mover un ápice mi cuerpo (alguien quiero
que escriba por mí, o algo, como esto).
Sí, Juan, paisano, aunque no tengas
existencia operativa eres cual vecino
que saluda de sonrisa a la mañana —no ese
de cuánto calor o frío hace al subir el ascensor,
eres ese que me habla quedo al oído
cuando bisbiseo las frases de un libro,
de un buen libro, como los de tu heterónimo,
ese que dibujó estelas en el mar...
Ya la estoy terminando —está quedando
preciosa, ¿verdad?