Entierro de un campesino
Un viento liquido,
como un paquidermo híbrido
va lamiendo el féretro tendido,
sobre la acongojada carreta…
Allí la mano inerte, empedrada la sangre,
el oxigeno golpeando el brocal de las fosas…
Allí el hombre, el pobre campesino pobre
solo con su sola muerte.
Sobre las temblorosas barandas,
un ramo de flores sin nombre
y una silenciosa cruz de álamo bostezando con desgano.
Quién conoció el niño que murió con su vejez;
el horno que amasó el barro de sus manos.
Quién hablará de su amarga gloria…
cuando el rocío mordía con sus puñales sus viejas rodillas.
Cosechó una y otra vez las mañanas;
acunó el disco del sol sobre su frente sin una mísera censura.
Allí al lado del estero quedó su pala,
tendida de bruces hacia el poniente,
como buscando el silbido plácido de su humilde corazón.
Sus ojotas, como dos lagartos,
abrazadas atisban al fondo de la alameda,
buscando quizás entre las sombras,
su encorvada silueta de pobre espartano;
su oxidada plegaria al partir el pan en las frías madrugadas.
Mientras los bueyes van relamiendo el camino,
aúlla de su perro la tristeza.
Un cortejo de senderos lo siguen cabizbajos
y el añoso sauce de la esquina,
sacude de sus ojos las polillas
para mirar por última vez su viaje hacia la muerte.
Su manta de castilla,
como una monja sin dueño,
dormida espera el abrazo de su piel bajo el alero.
Pero nadie vuelve de la tierra;
solo las siniestras partículas de polvo
en el siniestro quejidos de las rosas…
Al mirar por última vez la pálida comparsa de su rostro,
pienso en mi padre…
y las palabras que blanquean enterradas en mi boca,
por la tirana cobardía del silencio…
el abrazo inconcluso de nuestras solícitas miradas;
el puñado de arcilla que habitadas nos acosan.
Al mirar por última vez la pálida comparsa de su rostro,
pienso en mi padre…
en la lenta divergencia de sus carnes;
en el triste unicornio de sus cauces,
cuando busco mi tierra en el epicentro de sus ojos
y su esqueleto se arrastra …
como una oruga de sal dentro de mi cuerpo.
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Al mirar por última vez la pálida comparsa de su rostro,
pienso en mi padre…
y las palabras que blanquean enterradas en mi boca,
por la tirana cobardía del silencio…
el abrazo inconcluso de nuestras solícitas miradas;
el puñado de arcilla que habitadas nos acosan.
¡Muy bueno, felicitaciones!
Gracias
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