Y María Elena, insípida, impasible y herida, sola y abandonada a su suerte, después de que se entregó en cuerpo y alma, y haber desnudado el frío en la misma piel y más en el cuerpo esperando a que el reloj marque la hora exacta porque en la mala situación de su existencia se vió preocupada, esperando por marcharse a laborar como una diseñadora y tan reconocida en el pueblito del Sur, si quedó impaciente. Y ella está embarazada, si le falta poco para el alumbramiento. Si en el aire y al compás se siente, como una imposible redención y más dentro del mismo corazón, cuando en el tiempo y más como ella vive, piensa y actúa, es de una persona bien estructurada en su esencia con principios básicos de sensibilidades por ser una buena persona, pero, por dentro arde, grita, se enreda, no se abastece de lo que tiene ni lo que posee, sino que se desespera, y se amarga la vida y la existencia, y lo que más desea es gritar. Es como lograr que su mundo sea correcto, honesto y decidido, en su forma y en su estructura, y llevando entre sus alas el viento para poder volar. Cuando en el percance de todo se mece como el pasaje de ver la suerte en botones sueltos de desesperación. Cuando en el delirio delirante y sosegado se electrizó la forma de sentir el silencio en el ambigüo camino. Y más en el aire se entregó María Elena a la conmiseración inocua, transparente y sin poder hacer daño, y se aferró al desierto más perenne de creer en el alma cuando logró navegar entre la nada, y esperando renacer quedó en ese mar mágico, y quedó en el trance, en el tránsito del camino en ir hasta su trabajo, y quedó pensando, imaginando, creyendo sí, y más que eso amando desde el firmamento aquel o desde el horizonte aquel, cuando entre su rumbo y más que eso quedó maltrecha, desolada e inerte y tan vacía del alma, fría y desértica, cuando en su mundo y en su momento, se dió lo más que pasa entre ambas cosas, entre el mundo actual y el universo frío y oscuro, inerte y tan álgido como el hielo en la piel. Y María Elena sintió el dolor de la vida, corriendo de un lado a otro, esperando ver y creer que su suerte había cambiado, sí, por arte de magia. Y creer en el delirio sosegado en pertenecer al mundo actual cayó en un cruel abismo, el cual, no le dió pormenores inciertos de perder como el mismo mundo actual, sosegando a cabalidad el tener que esperar pacientemente por el nacimiento de su hijo y que está a punto de venir al mundo. Cuando logró escuchar el silencio, y más que eso en el delirio mágico de ese mar desértico, atrayendo lo más conceptual a su corta existencia, pero, logrando derribar el mal y logrando atrapar el bien para su vida y más por su hijo, el que está en su vientre.
El pueblito, tranquilo, insípido, y sin ser tormentoso, en dejar caer el invierno frío, cuando llega el torrencial de un evento sin precedente como lo es la nieve en cada rincón del pueblito del Sur. Cuando por el camino inocuo, trascendental, universal se entregó al mundo actual, como un lirio o como una golondrina, llevando todo hacia el lado perfecto en creer en la sola soledad de recibir el dolor de la vida. Cuando en un momento se dedicó en camisas de soles y de sudores lo que fue atraer una terrible tempestad hacia el pueblito del Sur, cuando se olvidó de todo, María Elena, y cayó en un poco de renacimiento y de soledad llevando todo en el bolsillo en sus vagos recuerdos como las lagunas que posee, cuando en el embrague de la vida, sólo le dió el dolor de la vida a la mala consecuencia de haber caído torrencialmente un aguacero frío, inestable, pero, fue lo más seguro, lo más impredecible, cuando cayó en el pueblito del Sur, un gran torrencial de aguacero, cuando en el combate de creer en el alma de María Elena, y siendo suspicaz, y tan insípida como lo fue ser impasible en creer en la redención de su alma fría y como lo fue ese invierno que en equinoccio se encerró el cobarde frío en pieles sin sentidos. Y María Elena, con su hijo en su vientre, no se dejó enfriar el alma y más los sentidos, cuando en el rumbo se opacó el desastre de dar con el comienzo y tan efímero en atraer lo que comenzó en hacer de la vida el dolor de la vida. Y herida y sin poder soportar el frío, cayó en su último mes de embarazo una cruel y vil tormenta en ese pueblito del Sur, en el cual, ella nunca abandonó al pueblo ni dejó ir ni marcharse porque fue ahí donde creció como diseñadora, y como el más de los instintos y fuera de lo común quedó adherida a la riqueza de entrever el deseo de quedar como el efímero y mal atrayente deseo de ver en el cielo un relámpago de luz y de un cometa de luz pasando por el firmamento, cuando, de repente, cayó en una sola redención de estado de salud, cuando su hijo yá vendría a alumbrar al mundo de luz, con vida y con tanta felicidad. Y la tormenta fría, inestable, y en un sólo instante en que el tiempo se dejó morir por el frío, y por el ocaso caer en la tarde, como un terrible fracaso llegar la noche fría y más con esa vil tormenta de una cruel tempestad. Si el mundo cae en forma más adyacente de saber que su esfuerzo es por el mal momento en saber que su esencia y su mala conmiseración se dedica en cuerpo y alma, a salvaguardar el torrencial de lluvia fría si cae desde lo más alto de los cielos. Y el torrencial de aguaceros, atrayendo en la vida frío y álgido tiempo, sólo socava dentro de sus propias fuerzas, lo que no le impide hacer, traer al mundo a esa criatura y que viva y que tenga buena vida. Lo que más interrumpe en el alma fría y tan desolada como lo fue ese torrencial de aguaceros inertes y tan fríos como el ir y venir lejos del aquel pueblito del Sur. Y María Elena, con el dolor de la vida por traer a ese niño a sus brazos, y más que eso, traer la vida hacia un nuevo comienzo tan real y tan verdadero como lo es traer al mundo a su hijo. Y mientras más el torrencial aguacero cae desde lo más alto del cielo, si ella María Elena pretendía salir de su hogar hacia el hospital para dar a luz a su criatura, hubo un relámpago y con una ráfaga de viento sosteniendo una rama de un árbol que caía desde la punta del cerro hacia la dirección en que María Elena se encontraba, y no la deja pasar por el camino. Y siente un percance de contracciones dadas en su vientre por el alumbramiento de ése hijo que estaba por venir al mundo. Y no pudo salir de su residencia hacia el hospital, dando preámbulo a un tormento de aguaceros y de lluvia torrencial en ese pueblito del Sur. Si en la noche se viste de un torrencial aguacero, inerte y frío y tan desolado, como el tiempo en que era invierno y con una nieve que cae desde lo más alto del cielo y se vió atormentada, fría, e inestable, y en una cruel desolación y de un sosiego constante en un murmullo de voces clandestinas de ira y de odios, de amor y de felicidades. Cuando más pasó la tempestad y más el frío condescendió hacia la piel fue cuando María Elena, fue a dar a luz a su primogénito. La luz de la residencia se apagó, y ella prácticamente quedó sola y sin compañía, solamente llamó a la comadrona o partera para ese particular caso. María Elena, dió a luz a su hijo, quedando fría, insípida, inconsciente y tan desmayada por el dolor de la vida. Si el dolor de la vida, corrió en ser como el trance perfecto, la vida y el dolor, el dolor y la vida, Dios es perfecto, cuando en su afán de dar vida se da la forma más bella de la vida y con todo el dolor de la vida. Y María Elena, se aferró en el dolor y más en la vida, y en la vida y en el dolor, y más en el embate de creer en la fuerza de traer a ese hijo al mundo para poder ver. Y el dolor de la vida se vió venir y llegar en su vientre cuando ese hijo lo trae al mundo con dolor y con un mal percance de soledad, lluvia en frenesí y con la nieve caer, y con el frío en penumbras de soledades atrayendo la verdad de que su hijo yá está en el mundo por ser bendecido con lluvia y tormenta y tempestades frías de desaliento, de iras, de odios y más que eso y sobre todo de amores y de felicidades, dando preámbulo al combate de creer en el odio de María Elena hacia ése hombre que la abandonó a su suerte dejando un hijo por el medio y la mala intemperie. Y calló el mundo y más que eso, el tiempo y más que eso en la osadía de creer en la aventura de un cruel infortunio, sí, en una cruel desventura. Si en el tiempo y más en la manera de sentir se vió María Elena fría, desmayada frente a esa criatura y por demás fríamente débil con un carácter domado, y apacible y de buena manera creyendo en el mar perdido de la carencia autónoma de dar con la luz de un sólo evento. Y la partera haciendo hasta lo imposible de creer en la vida y más que eso en ser la que trae al mundo a esa criatura. Cuando en la amarga espera de soportar el trance de la verdad y de conseguir la verdad, María Elena, obtuvo el comienzo en decidir lo que más atormentó cuando en la mañana quiso en ser como el delito un pecado frío y mortífero, cuando la criatura le recordó su abandono y su desamor en el amor. Y por consiguiente dejó que su corazón cayera como cae en derredor lo que fue más perder en la mala vibración cuando el mundo quiso el desenfreno. Si en la mañana después de retirarse la tormenta lejos del pueblito del Sur, se vió María Elena, en un sólo suburbio practicando en el mayor desenlace lo que más se edifica en cuanto al momento y en cuanto al fin de un sólo percance. Cuando su hijo en brazos y perdiendo el temor lo abrazó y lo quiso amar, pues, era su hijo y su mayor retoño en la espera de esperar por el momento de entregarse a la bella maternidad. Si su hijo así lo necesitaba y lo requiere cuando en el comienzo de la vida se fue de rumbo y se fue de un todo prometiendo lo que más amaba a la vida. Porque fue el dolor de la vida y más que eso fue el triunfo de un sólo dolor en el alma y más en el corazón. Si su rumbo no cambió de un lado a otro cuando su vida quedó fríamente adherida a esa criatura por saber que la vida es como es. Y se fue del momento cuando la lluvia torrencial sólo dejó estragos en el pueblito del Sur. Y quiso enamorarse de la vida y más amar a su propio hijo. Cuando en el mayor trance de la verdad se aferró al convite de creer en la mayor forma de ver el cielo de azul sin esa cruel tempestad. Y el comienzo no fue lo peor sino que el fin se debió de creer en el alma y con puro fuego. Si en lo peor de todo, se vió aterrada María Elena, en saber que el delito mayor se siente como pasaje de ida y sin regreso, si es como un pecado tan frío el dolor de la vida y más que eso el dolor de ser madre. Cuando por consiguiente se aferró al delirio y más que eso al refrán de la vida en ser como toda madre abnegada y con la fría sensación de saber que una madre es una y todas a la vez. Y por error de la vida, sólo el dolor de la vida le dió más fuerzas y más coraje en saber que salir hacia adelante no es de cobardes sino de valientes, y pudo saber que el mañana, se aferra a un sólo desafío sin saber que su mundo es su mundo. Y que el actual momento es saber, que al fin y al cabo, se llena de iras insolventes en la vida y en el desenfreno de saber que el destino es fuerte como el saber en creer en el combate de saber que la superficie en ser madre se abastece en saber que su momento llegó en ser una madre verdadera y no de fantasías. Si en su mundo actual, ella cree ver que su mundo cae de tal forma como del cielo una fuerza extrasensorial y estrepitosamente cae desde el cielo una amarga espera en esperar por lo contrario en ser como una sola madre. Y su hijo la espera, le ansía la leche de sus pechos, amamantando lo que es la vida y más que eso, el dolor de la vida, se dice ella María Elena. Si en el desierto más mágico y más conceptual de creer en el embate de la vida misma se vió el dolor de la vida como una mala consecuencia en saber que su instinto se aferró como el delirio frío y tan nefasto de creer que su hijo fue producto del dolor de la vida, siendo la bendición más hermosa, y siendo el producto de ese amor que por razones de la vida se disolvió la relación. Si en el mayor de los trances se debió de autorrealizarse como toda madre y como la forma más efímera de creer en el combate de dar con el clavo tan superficial en la vida siendo su hijo el dolor de la vida. Y por esa fría relación con el abandono y del pecado frío y mortífero y de ese cruel amor María Elena no tuvo más que en ser como el viento marcharse y tan lejos de la vida misma. Cuando se aferró al delirio más candente de creer en el alma fría, pero, como una madre abnegada y sin más que comenzar con un sólo desafío amar a su primogénito. Si en el arte de amar sólo le quedó una cosa por hacer y es que su intención por el abandono y por el desamor y de su magnífico instante de creer en el momento más indeleble, fue y será una madre abnegada, fría y consecuentemente fría. Cuando su esencia se enfrió en ir tan lejos de la compañía de ese ser que tuvo entre su vientre. Y más que eso la esencia de María Elena y la atracción se enfrío el combate de llegar a sentir el suave murmullo y tan suave como el desenlace final de atraer las voces aquellas a su vida, expresando que el dolor de la vida, era su hijo y más a su buena esencia. Cuando en ese momento frío y tan álgido como el tormento de esa cruel tempestad se abrió la decepción y más que eso toda la desilución creyendo en el embate de la supremacía en creer que el dolor de la vida era y es su hijo en brazos.
Cuando María Elena, se aferró al fin de ver a su hijo en brazos teniendo en cuenta de que la osada osadía era el de converger en el frío y en la más mala situación de ver el desenlace de un mayor riesgo al saber que su hijo era el dolor de la vida. Y más que eso era el fuego ardiente y voraz como el fuego que quema en el desierto mágico y trascendental de creer que el dolor de la vida continuaba zozobrando en un trance y tan imperfecto de creer en el silencio autónomo de saber que su esencia y su virtud le dió una desventura en ser la madre y tan abnegada como lo fue dar esa criatura al mundo conceptual dejando inerte el frío y el mayor desenlace de creer en la mayor parte de que el hijo de María Elena, era el dolor de la vida. Cuando en la verdad, se automatizó a la espera y tan inesperada como el final de un terrible desenlace. Y fue el amor o el odio de María Elena, que le dice a ella, que el amor es pasajero y que no es para siempre como se pinta o se dibuja en el trance de vivir. Cuando en el embate de creer en la autonomía clara y contundente, era saber que el delirio era tan frío como el embate de poder vivir a consecuencias de la sola verdad. Y se aferró al delirio y más que eso al tiempo sin ocasos vivos de un amor que fue su tortura y su pecado frío en saber que tuvo un hijo sin percatarse de un frío y ambigüo tormento de creer en el alma y tan álgida como el imperio de sus ojos al mirar a su hijo en brazos. Y era su hijo el dolor de la vida, y más que eso el dolor de ser madre sin un hombre a su lado, teniendo en cuenta que la posible posibilidad de aferrarse a un delirio y tan frío lo fue amar a su perdido amor.
¿Y ése hombre regresó?, pues, claro que sí. Y se aferró más al mayor trance de la vida, sí, cuando regresó sí, ¿de la vida o de la muerte?. Y Vicente irrumpió en el deseo de entregar la vida y más que eso toda una vida de penas y dolores. Si faltó siempre en el combate de creer que ese amor duraría toda la vida, pero, no, Vicente se fue de un todo y más que eso de la vida de María Elena. Y regresó de hacer “bullying” a jóvenes menores que él. Cuando su vida era un altercado y tan frío como la misma verdad en que se fue el destino y el camino hacia un mañana donde terminó alejándose de María Elena. Si Vicente se fue como el sol en el ocaso, se fue dando el mismo dolor en el alma, y se fue como cruza una tempestad en el cielo, pronosticando un mal tiempo. Y sí, que llegó esa tempestad, cuando logró derribar el silencio de María Elena, cuando lo vió regresar, ¿de la vida o de la muerte?. Cuando en el suburbio de lo fascinante se vió atormentado y con dolor en el alma, se vió aterrado en la cadencia efímera de creer en el mayor desenlace de ver a la vida caer entre su propia voluntad. Y sí, que regresó, pero, su situación no cambió en nada, cuando María Elena perdió toda ilusión y más que eso quedó con el mundo actual y en el pueblito del Sur, temiendo una coraza de tiempo entre su corazón y su mente. Cuando en el tiempo, zozobró el amor y más que eso llegó el odio. Si en el instante de ver y de converger en el delirio autónomo de saber que en el cielo se llenó de iras y de odios sin debatir un sólo instante en que el silencio barre con la sola soledad y el silencio en el interior de Maria Elena lo era todo. Si en el llanto y en el odio se aferró más al delirio de saber que su mundo no era tan igual al de María Elena después de tanto tiempo de faltar en su vida.
Y María Elena con frío y con álgido temor se debate entre el llanto y la felicidad en creer que su mundo actual se llenó de iras y de malos humores, cuando regresa ése hombre a su vida, a su forma de dar con la vida y más que eso a dar con el embate de creer en su mayor sapiencia y saber que el amor es uno y como llega a la vida siendo tan único. Y María Elena, toma en brazos a su hijo, y le dice a Vicente que -“mi hijo, es lo más grande que tengo, no te perdono, pero, el dolor de la vida es y siempre será el haberte conocido a tí…”-.
FIN
- Autor: EMYZAG (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 23 de agosto de 2021 a las 00:06
- Comentario del autor sobre el poema: María Elena tuvo que dar a luz en plena tormenta, y no pudo trasladarse al hospital por la terrible tempestad en su pueblito en el Sur…si María Elena escoge a su hijo, en vez, que a un hombre que regresa….Mi #31 de novela corta en el año 2021…Mi #69 de novelas cortas hasta el año 2021…
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 19
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