La puerta del consultorio era estrecha, como estrecha tu sensación de vacío al llegar a él…era tu última oportunidad de sanación de aquello que te impedía pasar tu historia por tu garganta…
Una mujer desesperada con su delgadez, desesperada con el “no saber” lo que ocurría en su cuerpo y en su espíritu…
No era solo el agua que impedías entrar en tu garganta, no era solo la luz oscura que te arrastraba en la noche…no era tu viudez de juventud, la novatada que te jugó la vida a temprana edad.
Semana tras semana, salías de aquel espacio por aquella puerta, molesta contigo y con el verdugo que te arrancaba de tu lontananza en donde te dejaba aislada.
Aquella búsqueda impetuosa de aquello que, sin saberlo, deseabas recuperar.
En la profundidad y en la superficie se convocaban las respuestas, las lágrimas sutiles y los gritos ahogados de tu silencio, tu coraje y tu esperanza te llevaba y te traía, te expulsaba y te regresaba siempre sola, siempre contigo.
Hasta que un día, un buen día, el verdugo se transformó en ángel ante tus ojos, tus ojos de ceguera abiertos ante la silenciosa oscuridad.
Y te fuiste rescatando poco a poco, sin darte bien cuenta de lo que sucedía en tu garganta y tu piel.
Y esa mujer de frágil figura y “alma dura”, se transformó en acero, en hoja de espada afilada por los años…en águila altiva que surca el viento con sus alas abiertas por su historia, que aprendió a volar volando…que aprendió a “soñar despierta y despertando”.
Y volando alto escapaste de tu encierro de cambio y un nuevo cielo te recibió renovada, sin nubes de miedo y tormenta.
Pasaron más los días y las semanas, en el viejo reloj de aquel verdugo, hasta que un día, lo encerraron entre paredes de cristal y cama de hospital, sin derecho a conciencia alguna de su estado de encierro.
Y en esa misma celda, un ángel-águila se posó frente a él de visita, contra toda su ansiosa resistencia de verse hospital visita… Reconoció a su verdugo que a golpes de badajo la despertara de su letargo inconsciente, y quién le diría que ahora aquel verdugo era esa figura frágil y endeble, cristal quebrado de duro bronce.
El ángel y el águila-mujer eran una misma persona, que se iba acercando paso a paso a la cabecera de la cama, con una sola fe, una sola intención, “salvar y pedir salvarlo”.
” ¡Salva a este verdugo de su castigo interno” !, ¡salva al ángel que me enseñó a volar sobre mis propias alas! ¡sálvalo Señor! Fueron sus plegarias, su amorosa intención salvadora.
Y como la medicina que dicta la receta divina…deposito en su mejilla un frágil beso, envuelto en una lágrima.
El verdugo durmiente nunca se percató de aquella sensación de humedad en su mejilla y de sequedad en su espíritu.
Pero la medicina surtió rápido efecto aun cuando el verdugo nunca supo quién llevara aquel brebaje mágico y divino.
Sin embargo, al despertar, la imagen del ángel siguió frente a todas las camas donde el verdugo habitara, disfrazada de mujer, de compañera, de amiga.
Un ángel que visitaba otro ángel, un ángel que tiempo atrás era reflejo del espejo, todo quedaría entre alas de un mismo ser alado y divino.
Entre los dos, ángeles cubiertos de alas, ángeles custodios de su encierro, ángeles liberadores de su silencio, ángeles de luz de una oscuridad eterna.
Y cuando al fin salí, me di cuenta de que fui el verdugo que al despertar, sin fuerzas, te descubrí en la distancia, pero creí verte ángel, creí sentirte en la piel…y mientras abría mis alas, tú también volabas.
Soñé que eras tú mientras yo volaba, soñé que era yo mientras tú dormías…Soñé que eras mi sueño, mientras me despertaba…
Fuimos el mismo ángel, solo un espejo nos separaba
- Autor: Pablo Lorenzo (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 13 de septiembre de 2021 a las 12:29
- Categoría: Triste
- Lecturas: 41
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