Al salir de la panocha

Al llegar a este mundo alineados en una panocha cualquiera, ignoramos el destino que los órdenes establecidos por sistemáticos maizales nos deparan. Crecemos con la ferviente ilusión de llegar a ser bomberos o astronautas de mayores, pero a medida que avanzamos por el escarpado sendero de la vida, nuestras aspiraciones se van dando de bruces con las curvas y las cruces de los cruces.

En una de esas encrucijadas, muchos nos conformaremos con elegir el camino que va directo al molino, resignándonos a ser procesados en harina para terminar formando parte de una torta. Otros iremos un poco más lejos y, como integrantes de una ensalada, junto a trozos de tomate y lechuga, llegaremos al final de nuestros días de una sola pieza. De una manera u otra, todos seremos digeridos por el estómago de Tanatolandia, incluso habrá quien no consiga emanciparse nunca y aferrado a la propia mazorca, será asado, untado con mantequilla y roído por los incisivos del desgaste.

En este punto, tan solo unos cuantos privilegiados conseguiremos llegar al último suspiro después de haber dado el estallido definivo; un "pop" acompañado de la pirueta mayestática, acolchándonos la piel de vísceras blancas como la cal, y hasta las crisálidas recelarán de tan grandiosa metamorfosis. Un selecto firmamento de estrellas alcanzando la fuente de calor apropiada para revelarse ante un final de agujero negro para el cual fueron diseñadas, y terminarán aderezando el universo de nubes saladas, de las cuales nevarán copos bañados de caramelo. Aspiremos a dejar el mundo por la puerta de las palomitas de maíz; conformarse con menos sería un desperdicio existencial.