Tus huellas en ámbar

Ayer volvimos al pinar donde cogiste tu primera mariposa. Aunque no habíamos ido desde entonces, de los pinos seguían colgando las mismas ramas revestidas por distintas hojas, las mismas hojas formaban otra hojarasca, la misma hojarasca configurando nuevos nidos y los mismos nidos, ya abandonados, siendo recordados por aquellos gorriones con el plumaje cambiado.

Sin moverme de tu lado, retrocedí unos pasos en el tiempo y desde allí nos vi. Yo te explicaba como debías acercarte por detrás de las mariposas con sigilo al momento de verlas posarse en un tallo y, cuando estuvieses lo bastante cerca, de un súbito movimiento estirar el brazo y pinzar sus alas entre tus dedos. Había tantas revoloteando a nuestro alrededor, que no sabías a cual de ellas seguir, y correteabas de un lado a otro sin decidirte. Eras muy pequeña y en mi fuero interno jamás te imaginé logrando algo que incluso para mí entrañaba una cierta dificultad, pero cuando te vi gritando y corriendo hacia mí, supe que había subestimado tu capacidad. Alzando la mano derecha, traías atrapada entre los dedos índice y pulgar una preciosa mariposa azul. Sin poder ocultar mi asombro, te felicité por el logro mientras te cogía en brazos para que pudieras enseñármela de cerca. Luego decidimos soltarla, abriste los dedos y cuando se vio libre, se elevó por entre las agujas de los pinos hasta fundirse con el cielo. Entonces te miraste los dedos y tenías las yemas teñidas del polvo azulado de las alas de la mariposa.

Conseguido el reto que te habías marcado, perdiste el interés en perseguir a las mariposas y comenzamos a pasear entre los pinos. Una enorme rama, aún con las hojas verdes, quebrada tal vez por el viento, yacía en el suelo cortándonos el paso. Miré hacia el tronco y de la cicatriz colgaba una gran gota de resina. Al mostrártela, la tocaste y tus azuladas huellas dactilares quedaron marcadas en la sangre aurea del pino. Ayer tu sello permanecía cristalizado en la lágrima de ámbar.