La vieja sinfonía del otoño

Von

LA VIEJA SINFONÍA DEL OTOÑO

 

I

 

Para Jose Ramón González Fernández,

el rey de los tenores.

 

Las hojas van cayendo lentamente y el barro removido del camino contempla el cielo triste y melancólico. Sabemos la razón de su pereza, del eco del crepúsculo bizarro que llora y se lamenta entre cortinas. Y cruza aquí, a deshora, el verso bello que quiere ser un raudo endecasílabo que sueña en el concierto del otoño. La vieja sinfonía del otoño… Y el sol es como el viejo malherido que apoya en su bastón todo el cansancio. Lo ves morir despacio, y, al perderse, queriendo ser amigo, nos sonríe, muriendo en un descanso perezoso. Tal vez, agradecido con su muerte, derrama su color acuarelado por boques de eucaliptos y por playas. Gijón se despereza lentamente del sueño de la siesta al de la noche y llora el Cabo Torres el ocaso. El mar y su rumor trabajan siempre con esa fantasía inagotable que roza virtuosismos en la espuma. Las algas son de Brahms, y, en esas calas de olores a salitre, se le escuchan a Bruckner los compases que no acaban.

La vieja sinfonía del otoño despierta tras septiembre, y, tras septiembre, los baños son más baños en los mares. La brisa que recorren los espacios disfruta al amistarse con las olas que corren mil distancias a lo lejos. El aire se hace blando y los rigores febriles del verano van rindiéndose, callados, moderados, al otoño. La música no quiere ser silencio, no quiere ser silencio la palabra callada de la vida que rebrota De pronto, con la lluvia, la promesa de renovar la vida nos parece verdad ante el otoño que se acerca. Hablemos del otoño que se acerca, del bosque que bosteza en el otoño, que canta los conciertos del otoño. Y un eco de opereta llama en Viena los gritos del Danubio hasta el Moldava, gustando de un imperio que no existe. Los tonos amarillos, la Novena y un eco del “Murciélago” resuenan en estas tardes tristes, mortecinas. Y, entonces, Villablino queda lejos, y queda lejos Babia, según pienso, y el pote que se daba en Campomanes.

Y somos un Gijón en el otoño, y ardemos en Candás, en el otoño, sabiendo comulgar con la llovizna. Y advierte que las tardes de galerna prometen una Quinta y la llamada terrible del destino del invierno. Y somos un Berlín en el otoño, quizás alguna Viena en el otoño. ¿Decía que una Viena en el otoño? La vieja sinfonía del otoño nos sabe despertar de nuestro sueño, si octubre, al averarse, nos saluda. Y el aire de septiembre es el otoño, la brisa de septiembre es el otoño, la noche de septiembre, en todo caso. Y digo en todo caso, lo que somos, y somos un Berlín en el otoño, tal vez alguna Viena en el otoño… De nuevo estamos tristes como el día, como esta tarde triste que se esfuma quizás en un Gijón o un Villablino. Y el aire de la tarde se hace noche, la música se torna en un poema y el eco del verano es su derrota. ¿Hablamos de los tiempos de derrota? No hagamos doloroso este silencio bañado del aliento del otoño.

Bañado del aliento del otoño, del eco del otoño que nos mira, pronuncia mi discurso rara pluma. La tinta habla de brumas y de noches del beso de la muerte y sus cortinas, de valses olvidados que regresan. Bañado en el aliento del otoño, los ecos de la infancia son un charco y el brillo del espíritu del charco. Los sábados pedían bicicleta por esos andurriales apartados de denso olor a bosque y libertades. El viernes era el día de amarrarse, por parques y esplanadas, en el pueblo, queriendo contemplar algún crepúsculo. Y ya no somos niños, según creo, si bien somos los duendes de los dramas de un Grieg que nos saluda desde el siglo.

La vieja sinfonía del otoño…

 

II

 

Para Irene García Fernández,

la entrañable.

 

La vieja sinfonía del otoño la saben escuchar los que más saben, a veces con febril melancolía. Irene, por ejemplo, la conoce, y alcanza a conocer que, en Villablino, los robles malheridos son más robles. La vieja sinfonía del otoño, la voz que nos recuerda algún verano, las tardes agradables de otro tiempo… La vieja sinfonía del otoño parece ser la orquesta en la que cantan los llantos del verano moribundo. Los llantos del verano moribundo partieron, sin embargo, se nos fueron, huyendo como el sol, hacia otros bosques. Y quedan las tristezas del pasado, que suenan como suaves añoranzas, que saben como suaves añoranzas… Y saben como suaves añoranzas las horas de silencio, los momentos callados del otoño pusilánime. Y hay algo pusilánime en el aire, y hay algo pusilánime en las aguas calladas del Embalse de las Rozas. De modo que los llantos de los bosques, los gritos del paisaje que se aduerme, pudieran ser, en cambio, pura dicha.

¿Pudieran ser, en cambio, pura dicha? Pudieran ser la dicha, desde luego, si todos estuviésemos de acuerdo. Y, al fin, dispuestos ya, nos falta Irene, la dama que voló, con viento vano, ligera como el eco de un susurro. ¡Ligera como el eco de una llama que vuela a algún lugar que ignoran todos! Irene se nos parte hacia otra tierra… Y hay algo en la tristeza de este otoño que sabe a la añoranza del otoño y a viejas sinfonías del otoño. Y siento los castaños en mi tierra y escucho el mar que habita en cada costa y en mares de interior, cuando eran mares. No quedan en Palencia las espigas, si plantan las espigas los aldeanos del mundo castellano, triste y árido. Mas he de confesar que se me ocurren locuras en mil versos con la rítmica que pide, siembre sabia, la poesía. Y un verso endecasílabo es aurora de todas las auroras de la vida, del sueño de la aurora de la vida. La aurora de la vida, en el otoño, también abre camino en los paisajes, y somos esos linces de otro tiempo.

La lluvia en que suceden los carballos comenta la verdad de una mirada, y el pardo del otoño que nos hiere. La lluvia en que acontecen los carballos… septiembre se nos va, y, al esfumarse, nos deja la tristeza de los bosques, la lluvia en que acontecen los arroyos, la lluvia en que suceden los follajes, la brizna que sucede con la prúa. Y sabe triste el vino en Villablino, sabiendo de esa Irene que, en Palencia, también bebió los vinos con nosotros. De pronto todo es triste en la Palencia que quiere ser la tierra donde enlazan sus manos las Lacianas con los Bierzos. Y digo desde Asturias que Palencia tendrá que ser camino hacia algo bueno, pasadas ya las lluvias del otoño. La vieja sinfonía y esa lluvia que ve la sucesión de los carballos serán como un mensaje del crepúsculo. Hay algo que se va, que se nos parte, que deja atrás los reinos más hermosos, los reinos del ayer, los del mañana… Pues siempre que no existe, que pudo suceder y nunca ocurre, detrás de esos otoños que se apagan.

Y es justo desear que tenga suerte, que tenga lo mejor en un destino que queda atrás, perdido con la lluvia -las lluvias se evaporan o discurren, quizás como el arroyo, hacia esos mares que quieren ser espuma en cada costa-. Y espero que la tenga, que conozca la dicha que ya tuvo en esta tierra que queda atrás, que queda donde siempre. Sabed que sabe triste, en Villablino, la voz de los racimos, los racimos del vino que bebemos cada tarde; la voz de los ocasos, los ocasos que suelen coincidir, si es el momento, con ese brillo raro del crepúsculo. Y somos la consciencia de que Irene se va con la añoranza del que toma los trenes de otros tiempos que se fueron.

El tiempo del otoño y su concierto…

 

III

 

Para Isabel Fernández Escalona,

la walkiria

 

¿La vieja sinfonía del otoño? Y vamos presintiendo la invernada, la voz de la invernada que nos llega. Por eso sé a Isabel lejana y triste, febril, inconformista y descontenta. La vieja sinfonía del otoño no sabe a caña y vino en esos labios que quieren una vieja sinfonía. En fin, que la tristeza nos consume con estas despedidas que nos hacen sentir la lejanía a solo un paso: de pronto, cuando tomas el cariño que toman a los otros las personas que viven, que conviven y se amigan, nos llega inoportuna esta tristeza que quiere destrozar lo que era un vínculo que quiere mantenerse en la distancia. Y digo que Isabel no está contenta, que quiere su regreso a los lugares que vieron sus comienzos en su casa. Volver a Villablino se hace sueño, volver a Villablino se hace vida, volver a Villablino ya lo es todo. Y es cierto que volver a Villablino también es ser la gracia más dichosa que tienen los infantes cuando sueñan.

No tienes Villablino, por lo pronto, te queda ya muy lejos la esperanza, se sume lentamente en la derrota. Y, en esta incertidumbre repentina, te queda caminar por las veredas de níscalos y viejos champiñones que ven al interino resignarse. Conozco yo muy bien las sensaciones de un mundo evanescente que se pierde, tal vez, como las sombras en la niebla. Y un raro pensamiento en el crepúsculo nos habla de la paz de los otoños, la vieja sinfonía en los otoños. Y somos como el agua de la lluvia que sabe que suceden los carballos en ese espacio-tiempo que dibuja. Y un raro espacio-tiempo se dibuja, si somos la tristeza de un otoño que sabe a despedida silenciosa… Las hojas van cayendo lentamente y el barro removido del camino contempla el cielo triste y melancólico. La brisa que recorren los espacios disfruta al amistarse con las olas que corren mil distancias a lo lejos. Y hay un sabor a otoño en cada parte, se sueña cada parte en el otoño, los bosques se nos hacen añoranza…

Y el aire de este octubre es el otoño, la brisa de este octubre es el otoño, la noche de este octubre, en todo caso. El tiempo del otoño y su concierto que saben de septiembres y de octubres, que lloran con septiembres moribundos. De pronto, en el otoño, sin notarlo, queremos ser de nuevo la alegría que corre, presurosa, otras veredas. ¿Hablamos de los tiempos de derrota? No hagamos doloroso este silencio bañado del aliento del otoño. Así han de hablar los sabios novatores, que piden la belleza de las luces que niegan esas tardes moribundas. Estamos ante el viento de noviembre, que llega derrumbando las castañas. Hablar en estos casos es rendirse, sentir esa derrota del otoño que sabe darle púrpura al manzano. Hablar en estos casos es el gesto del mundo que claudica ante los oros de los paisajes bellos que nos miran. Hablar en todo caso es como el grito de aquella apostasía del verano que nunca sospechó esta puñalada.

El viejo bodegón está esperando, las tardes nos invitan al paseo, y estamos esperando ese milagro: si escampa de repente, si se aclaran los cielos que recubren nubaradas, iremos, como niños, por los charcos. Un vino nos invita a ser infantes, y, como los infantes, siempre fieles, hablamos de amistad con los amigos.

De pronto, hasta la lluvia lo comenta, lo dicen los carballos -si los sueño-, perdidos en las tardes de la lluvia. La lluvia hace que vivan los carballos en ese tiempo suyo, cuando hay lluvia, si quieren los caprichos del otoño. La lluvia en que suceden las personas se torna en risotadas y buen vino, para olvidar las músicas más tristes.

¿La vieja sinfonía del otoño?

 

IV

 

Para Darío Sánchez García,

el as de espadas.

 

La vieja sinfonía del otoño que nace de la muerte del verano nos habla de la lucha entre señores. Quizás los jacobinos estudian matemáticas, sospechan que la muerte ronda cerca, recogen su saber en mil tratados. Quevedo se recela de un Pacheco que no escribe sonetos con grandeza, si acaso han de medirse con la pluma… Y partes con la risa del que vence, te pierdes en las tierras de Teresa, la santa de otros siglos olvidados. Y sabes que es victoria solo tuya, y, al mismo tiempo, sabes lo que pierdes, si queda en Villablino otra morada. Y vive D’Artagnán en cada sueño de un tiempo mejorado por la técnica que no sabe de duelos entre nobles. ¿No fuiste mosquetero en otra vida? Si fuiste mosquetero, la aventura pudiera ser tal vez una parábola que queda en la pizarra de los profes. Y siento que eres hombre de palabras, de letras y de números, valiente y al mismo tiempo válido ante todos. Y, en Ávila, la risa del otoño previene cada helada con su fuego, por tierras de esas guerras del pasado.

Hoy somos caballeros sin caballo que buscan un destino diferente, por sendas cuyo verso se improvisa. Y tú tienes el éxito en tus manos, empuñas esos oros de una espada que rinde con sus filos un destino. Ya tienes lo que buscan otros muchos, y sabes disfrutarlo, según pienso, luciendo la hoja blanca de ese filo. De pronto la poesía está en nosotros y en esta despedida melancólica que sabe como el gozo de la lluvia. Y el caso es que no llueve, si no quiere, que no llega la lluvia a esa Castilla que sabe de tu triunfo y tu alegría. La vieja sinfonía del otoño nos habla de la muerte del verano. ¿Nos habla de la muerte del verano? Nos hablan de la muerte tantas cosas… La vieja sinfonía del otoño nos da el pistoletazo de salida: el curso da comienzo en estas fechas y estamos en las aulas nuevamente, sabiendo que el trabajo siempre es duro. Diré que los retoños de estas épocas en nada se parecen a nosotros, cruzando esa niñez que queda lejos.

El tiempo del otoño y su concierto... El Siglo de Oro es bello y en sus obras, metáforas y versos, vive el brillo. ¿No ves que hay ecuaciones en la llama que prende en las antorchas de los grandes? Fue tiempo de sonetos, no lo dudes, y un Góngora nos habla de esos años, en una primavera ya pasada que vio raptar a Europa al viejo Zeus. Un toro se escapó con la mozuela, buscando el mar y el cielo de topacio, dejándonos un sueño de cultura. Y, en cambio, algo de guerra hay en nosotros, capaces de empuñar las viajas armas que ardieron con honor donde está Flandes. Los tercios son valor, son decadencia, miseria muchas veces, seco orgullo que llora con tristeza por la patria. Y hay patria, según pienso, aunque lo nieguen los viejos jacobinos y los nuevos, que no saben de versos ni de estrofas. Y habré de enderezar endecasílabos que canten la grandeza de esa espada que blandes en un tiempo inverosímil. No es tiempo ya de espadas ni de versos, nosotros somos gente de ese siglo perdido para siempre en la memoria…

Y brindo con el vino del antaño por esa dicha tuya, por victorias que te hacen relamerte en tu destino. La voz de la opereta en Villablino nos habla de otros siglos diferentes, si vienen los otoños con su música. Vivimos el concierto del otoño como una sinfonía que nos hiere, que juega con nosotros sin dudarlo. Y somos la poesía del otoño, la voz de los otoños en los bosques, la voz de los otoños en los parques. Asturias tiene bosques encantados, los tiene Villablino entre sus robles, nosotros somos bosques en la niebla. Y el tiempo nos envuelve como niebla y hallamos otros siglos en nosotros, oyendo la llamada de la nada.

La vieja sinfonía del otoño…

 

2021 © José Ramón Muñiz Álvarez

 

 

  • Autor: Von (Offline Offline)
  • Publicado: 11 de octubre de 2021 a las 18:36
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 103
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