“Todo tiene su lugar”

🇳🇮Samuel Dixon🇳🇮


AVISO DE AUSENCIA DE 🇳🇮Samuel Dixon🇳🇮
Soy estudiante, imbuido en investigaciones académicas.



Érase una vez cuando la noche desembarcaba y el alba aparecía entre la muchedumbre donde resaltaba un hombre adinerado que ya estaba en agonías y como no tenía familia, no le hallaba sentido a la vida, pues no sabía qué hacer con su riqueza por lo que un día mandó a llamar a sus trabajadores y les confesó: necesito que utilicen las máquinas para que sepulten todo mi tesoro.

¿Cómo así? Respondieron todos inmutados.

¿Acaso se los tendré que explicar con diamantes otra vez? Lo hacen ustedes o tendré que despedirlos y contratar a otros que sí quieran hacerlo. Los allegados inmersos suplicaron de rodillas: no patrón, nosotros lo haremos, por favor, no nos corra.

Eso me gusta que obedezcan a mis órdenes, de lo contrario, serán desaparecidos sin que nadie los pueda encontrar; a trabajar pues, ¿Qué están esperando?

Y renegando los mozos se hacían preguntas sin repuestas, ¿será cierto lo que ha dicho el jefe? ¿lo dejará todo…? 

Lo cierto es que el millonario no era ningún ingenuo para dejarse que otros lo engañasen, para ello, tenía un contrato con cuatro marcianos los cuales se encargaban de protegerlos en cada paso que daba, también, cuatro ángeles que le llevaban la comida haciendo que la digiriera sin mover su boca. Igualmente, tenía alianza con el solitario, una sombra que deambula tras los millonarios con el fin de hacerlos locos y volverlos desesperados hasta morir.

Estos seres extraños vivían en su mente mancillando sus ideas, alguno de ellos solía viajar al bosque a concebir sueños de aquel hombre déspota. A la semana el dueño del tesoro fue llevado a la sala de “La conquista del alma”, lugar donde se deja de existir aún no queriendo, siendo ayudado por sus diestros.

Se notaba inconsciente y entre titubeos dijo: mi fortuna no la enterréis, repartidla entre los pobres para que cubran sus necesidades y puedan vivir felices ya sin mí… construyan hospitales, parques, plazas, … todo lo necesario para despedirme en paz… ah, también, un almacén que contenga todo tipo de medicina para que sean curados y atendidos todo ti-ti-ti-po de pa-pa-pa-cien-tes por los mejores galenos… y murió…

Sus aliados salieron de su cerebro para llamar a la gente y así cumplir con lo del viejo. La población desde sus entrañas revivía la fe como serendipia de un gesto afable y melifluo en sus vidas de parte de un hombre que durante existió los había dejado en ruina con sus quehaceres y que ahora los recompensaba al doble.

Volvieron del trabajo los mozos y cual fue el susto al ver reunidos a todo el pueblo en el salón principal de aquella mansión, no hallaban cómo entrar, estaban inefables con la iridiscencia de la vida y con éteres circulando en sus venas.

¿Qué ha pasado aquí? Grita uno de ellos a todo pulmón. Nadie les respondió o quizás no fueron escuchados. ¿Quién los ha llamado a tomarse nuestro lugar? Volvían a gritar, sucediendo lo mismo otra vez. En eso, sacan una escopeta cada uno y empiezan a disparar al aire para inmutar a los visitantes, pero el plan no les sirvió. Desesperados los campesinos entraron para ver lo que pasaba… estando dentro vieron una caja que sustentaba el cuerpo del hacendado.

La curiosidad mata a la persona y grita uno de ellos: ¿acaso este viejo cobarde se fue sin despedirse de nosotros? Y sin pagarnos dijo otro. Pero a nosotros nadie nos engaña fácilmente y menos un monarca. Enojados por la situación, se dirigieron al féretro lanzándose para destaparla… pues el resultado fue otro. En la caja bohemia solo se encontraba un libro que contenía en sus páginas una única frase: “Acepten el precepto que les he dejado como pericia de bienestar social”.

Los trabajadores indignados no le hicieron caso a aquellas letras, lanzando el documento a las llamas para deshacerse de él, pero no se quemó y otra ocasión volvían a fallar… angustiados de sus fracasos salieron azotados buscando un norte y los orificios que habían hecho para enterrar el supuesto tesoro y allí internarse por siempre… pasaron los segundos, las horas, los días, las semanas, los meses y los años escudriñando por todo el pueblo sin lograr encontrar algo similar con lo que tenían hecho. En la actualidad ya son ancianos indelebles que preguntan al que encuentran o interceptan en los caminos sobre aquel imperito que aún siendo hoy siguen buscando…

 Samuel Dixon

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