Magia por fluidez, fluidez por magia...

Quien saltó y quien baja es otro distinto.
Y va más allá el milagro porque es otro 
el que mira.

—Epinicio. Luis A. de Villena—

A Lacón de Ceos, ganador del estadio en Olimpia, 
siglo quinto antes de nuestra era. 

Tu corta estatura y tu grande talento
te permite driblar, caracolear
por entre un bosque de piernas,
de botas de cuero contrarias
y danzantes, y que van a tu caza.
Puedes levantar la cabeza y ver pase,
el balón cosido a la punta, 
tus pies como con patines
por cima de una seda de hielo,
tu serenidad ante el acoso,
tu tercer ojo bajo el pantalón,
que mira en derredor y todo lo ve. 
Quedan pocos minutos y la saeta
del tiempo acecha, tus botas escuecen
savia y adormidera, vomitan sangre
en pos de la victoria, una victoria 
que se encarece ante el afán desmedido
de un adversario cainita, que usa de mañas
y subterfugios propios del más vil de los viles.
El árbitro eleva al cielo del estadio 
una tablilla negra y naranja, anuncia 
escaso los minutos de separan la gloria 
del fracaso y advierte a los capitanes
de la proximidad del desenlace, los penaltis
se dejan ver en lontananza y un cara o cruz
ilustran sus vestiduras de azarosa desinencia. 
Debeladores quieren mostrarse pero un cristós,
por ungido de la gracia, se adelantará a firmar
su sentencia mortuoria; a eso se apresta. 
El estadio te aclama, salvador, mentira parece
ese gol postrero, cuando ya los minutos renegaban
de sus relojes, cuando el forofo ya retiraba la mirada 
dando por concluida la contienda; la copa es tuya
 y tuyo el triunfo. 

Baquílides a buen seguro lo hizo mejor. He querido encontrar este sexto
epinicio y no he hallado norte; por eso lo he tenido que inventar.
Me he puesto en la mente a Don Andrés Iniesta, otro mago de los estadios.