Al cumplirse los días de su purificación, sea por niño sea por niña, presentará al sacerdote, a la entrada de la Tienda del Encuentro, un cordero de un año como holocausto, y un pichón o una tórtola como sacrificio por el pecado. El sacerdote lo ofrecerá ante Yahvé, haciendo por ella el rito de expiación, y quedará purificada del flujo de su sangre. Ésta es la ley referente a la mujer que da a luz a un niño o una niña.
«Si no le alcanza para presentar una res menor, tome dos tórtolas o dos pichones, uno para el holocausto y otro para el sacrificio por el pecado; y el sacerdote hará por ella el rito de expiación y quedará pura.»” (Lv. 12, 1-8).
—Cita del Levítico, tal y como se destaca en el paréntesis final—
San José solo pudo ofrecer las dos tórtolas
de rigor estipuladas para las familias pobres.
Yo también tengo solo eso,
para ti. Mi corazón es un dique
inmenso, lleno hasta el borde
de sustancia amorosa, para ti
—pero no halla en su mecanismo
un desaguadero necesario,
un conducto de calibre suficiente
para dar cabida a tanto caño.
Yo —perdonen este personalismo
egocéntrico— tan solo, solo ese
es el capital del que dispongo.
Soy pobre de solemnidad, el peculio
me falta mas me sobran las ganas,
la intención de darte, de volar contigo.
Sé que la factura que me presentarías
al cobro es parca, parca como el alimento
que necesito, como el nutriente que basta
para que mi sangre corra vena abajo,
y que dichosa desparrame el rubor de su río
por todo este celulaje sediento, sí,
sediento de carne, de caricia desmedida,
interminable, infinita, como un universo
plagado de constelaciones y polvo,
de muchedumbre que implora justicia
—una justicia poética suficiente,
que llene tus crisoles, tus expectativas—,
un universo que fuera tuyo y yo te lo diera.
Un palacio en medio de un diminuto planeta,
un planeta como aquel que el Principito
visitara antes de dar con la Tierra —donde halló
una síntesis de todo lo que uno a uno
pudo encontrar en su mágico periplo—;
un ifrit como ese que en una lámpara
durmiera cual Bella Durmiente y se levantara
a tu sabor para darte todos los dones,
el pan y la sal, la miel sobre hojuelas
y todos los manjares y elixires, ambrosías
y néctares olímpicos que tu deleite y regocijo pidieran, pero...
Solo puedo ofrecerte estas dos tórtolas.
¿Las quieres?
Al menos para un guiso nos puede dar,
aunque nos dure la eternidad de un día
—nadie hasta ahora ha acertado con la medida
de la eternidad (dicen que solo dura un instante...)—,
un día, ese día, que será del grosor de un año,
un lustro, una vida, nunca se sabe.
Eso te ofrezco. La materia tiene precio
—esto que te ofrezco, por más que paso andando
por las calles y plazas, no se exhibe en escaparates,
no tiene precio porque tiene algo más hermoso:
Valor.
No hay que confundir valor con precio; eso
—tal y como alcanzó a sentir Don Antonio—
solo ocurre a los necios.
Ahí te dejo. Hablamos...
- Autor: Albertín (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 26 de diciembre de 2021 a las 11:00
- Comentario del autor sobre el poema: Cuando lo material no es óbice ni obstáculo a lo grandioso, a aquello que no se cifra en el número ni en el precio.
- Categoría: Carta
- Lecturas: 54
- Usuarios favoritos de este poema: Amalia Lateano, Alexandra L, ..........................
Comentarios2
Maravilloso Poema en esta época decembrina!!
Felicidasdes mi querido Albertín!! Un ósculo y abrazo !!
Otro ósculo para ti. Espero felicidad para todo tu orbe,
Gutter Ruth!!
del año 2022 !!
Muchas felicidades. Besitos
Viviste en Alemania?
Disfrute la lectura de esta carta, entrega plena, intensa, Siempre un placer leerte Alberto.
Un abrazo, feliz tarde, noche, Alex.
Ya te he contestado en privado. Abrazos,
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