Brilla la calle que, un día, fue oscura,
cuando el Sol, para mí, no había salido
–o en un borroso gris se había escindido,
al desvanecerse su desmesura–.
En mis sienes punzaba la tortura
de la ausencia del tiempo y del sentido,
donde las cosas se habían detenido,
agolpadas en amorfa espesura.
Me creí en un coma permanente
del que ya no despertaría la vida;
sudores me brotaban de la frente
y enturbiaban mi mirada perdida,
ya sin objetivo, ni referente,
que se marcharon tras de ti, en tu huida.
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