Ella es como yo.
Desacreditada por la diferencia.
Cosida con hilos blancos,
con agujas de agua.
Elegida para ser cristalizada,
para darme de su consistencia,
quebrase de pronto en un revuelo de estrías.
Al igual que yo
se mueve solitaria en los aleros,
maquinando silenciosa el momento de volar.
Su graznido de loba retumba
como una sonora esperanza.
El riesgo recompone su inconfundible plumaje.
Busca altura para alejar sus rencores.
La veo caer en picada, a contracorriente,
con el pico dispuesto
a taladrarme los ojos.
Ambos somos una mancha de cobalto sobre el blanco.
El paisaje en derredor nos evidencia.
La diferencia nos hace visibles,
palpables, y al final, nos pone
a tiro de pájaros.
Quién sabrá si somos invencibles.
Seguimos volando a la altura de los abetos,
por encima de las cornisas,
de los glaciales,
remontando desfiladeros y montes albinos.
Únicos.
Delirantes.
Dueños de la inmensidad. Felices
con la música tenue que nos regalan
estos escapularios de nieve.
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