A media luz

Gustavo Affranchino

Era de día y se hacía de noche,
lentamente,
acariciando de tanto en tanto
los flecos de la vida
y lamiendo,
sigiloso,
el ardor inmenso del Sol
que hoy se apaga.

 

¡Oh brillara
tan alto como brilla aquél
que templando la brisa,
hogareño,
ilumina el sendero de cada mañana
pie tras pie, paso tras paso,
hacia adelante;
con fe.

 

Cómo podría haberse ido;
era lo único que sentía tener
en el mundo
y estaba sufriendo.

 

La flecha certera
de aquella amazona
increíblemente bella,
fatal y dulce,
acababa de perforarle el corazón.

 

Cada pestañeo
pesado,
pausado,
la descubría iluminada
radiada de febo dorado
bañada de blanca luz.

 

 Pese a estar muriendo
sonreía;
como quien sabe
que la hora le ha llegado
pero de la forma que quería.

 

Y latía.
Seguía y seguía latiendo.

 

El nogal rectilíneo
allí clavado entre costillas,
no era tal.

 

La filosa punta aserrada
tampoco se palpaba de piedra
sino de imagen,
de seducción,
de esos ojos negros entusiasmantes
que lo invitaban
a rugir.

 

Energía llegó entonces a raudales.
Agigantose el alma;
alzó firmemente la brillante espada
y la tomó, a ella.

 

Amazona y caballero,
andante éste,
selvada aquélla.

 

Tesón de acero
abiertos párpados
amplias pupilas
más allá de cada iris,
corceles mágicos entremezcláronse
y
a media luz,
desenfundada ya la luna
los bendijo.

 

Eran lo único que sentían tener
en el mundo…
y ya no estaban sufriendo.

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