En ésas inmensas tardes nubladas,
cuando desciende, suave, el desengaño
sobre viejas lesiones mal curadas,
que dejó la fiereza de los años;
desde el ignoto fondo siempre emerge,
como en el muro la densa humedad,
la obstinada cuestión donde converge,
la aflicción de la absorta humanidad:
¿En qué orientación se dirige todo?
¿Por qué permanecer en este mar
de alimañas ocultas en el lodo?
¿Cuál es la razón para soportar
este gélido vacío en el alma?
Ni el saber de tanta filosofía
alcanzó siquiera a brindarnos calma;
y mucho menos la psicología,
con sus sinuosas interpretaciones,
y escabrosos debates permanentes,
nacidos para las publicaciones,
mas no para el dolor de los pacientes.
Y seguimos remando sin un faro,
seguimos aferrados a una tabla,
navegando aunque no tengamos claro
si es hostil o amigable el que nos habla.
Retumba la ansiedad en la cabeza,
de quien busca salir del desconcierto,
camina el laberinto con presteza,
y trata de alcanzar un premio incierto.
Sin embargo, entre amores y dolores,
cuela el sol algunos rayos -por suerte-,
quebrando aquellas noches de temores,
y ahuyentando de a ratos a la muerte.
Y sorprende una flor, un brote, un niño,
quizá un beso, un abrazo, una pasión,
o la lenta armonía del cariño,
que nos vuelve a nuestro antiguo bastión.
Allí es cuando la esperanza dormida,
en sueños, nos invita a discurrir
que el sencillo sentido de la vida
se trata solamente de vivir.
- Autor: Francisco Villa ( Offline)
- Publicado: 19 de febrero de 2022 a las 10:50
- Categoría: Reflexión
- Lecturas: 39
- Usuarios favoritos de este poema: Sierdi, Augusto Fleid
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