Paraísos Encontrados

Fátima Aranda

Azul, blanco, tímido,

con efluvios de canela;

con la ataraxia propia del alma

despojada del lastre del dolor

y el miedo; las alas del peso justo,

liviano que eleva el helio, lo desplaza,

lo aleja, lo recorre y lo acaricia

con sus dedos de aire limpio, claro,

cristalino, gaseoso.

El vuelo aletargado de la ausencia

desprendida ya de rémoras.

Paraísos, glorias, firmamentos.

Así creía que era. Sin embargo, no,

no lo era. Al tocarlo no era tierno,

transparente, níveo o diáfano.

No se debate entre la paleta azul

nuboso y blanca de un fervoroso

dibujo torpe y aniñado.

Es áspero, tintado, arrogante

y crea un hueco recóndito

y resonante entre las cuerdas vocales

de su voz negra y siniestra.

Se acerca felino, sigiloso, acechando

desde el dintel nogal de una puerta

compartida por todos. No es celeste,

inmaculado, inocente, sagrado,

ni despide aromas de te, jazmín

o canela. Entre las fauces de su violeta

empíreo azufroso, el cielo huele

a la intensa esencia almizclada

de patchouli.

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