EL PROTAGONISTA
De un instante a otro todos aparecieron.
Yo sabía bien que al levantarme
el mundo se pondría de pie
sacando de su habitual trastienda
un arsenal de calles, de árboles, de semáforos,
de actores secundarios y extras,
algunos emparentados con el peligro
(otros, con la usura)
y que todos juntos, en un concierto que a veces
me sería difícil distinguir,
danzaríamos a mi alrededor
con expresión inefable.
Discreto como soy (o fingiéndome ignorante)
me senté a escuchar. Ellos hablaron:
-¡Qué horror! Me salió un grano…
-La del vestido azul te miró, José…
-¿Te tomaste los remedios, mamá?...
-¿Einstein? ¿No era aquel tipo inteligente?...
-Te diré que bla, bla, bla, bla, bla, bla…
-Asimismo, bla, bla, bla, bla…
-Bla, bla, bla, bla…
-Bla, bla…
-Bla…
Yo sabía perfectamente que aquella farsa,
aquella digresión de cosas vanas (o tal vez fatales)
era mi vida y la de nadie más.
¿Qué otra cosa podían ser
tantos hechos lamentables?
Por otra parte,
todos habían ayudado a desplegar las nubes,
el sol, los mares,
la inmensa geografía y la fauna innumerable.
Estaba claro: querían que viviera.
Vida en la cual si cerraba los ojos
hacían ellos una pausa,
o si dormía, los pesados focos del escenario
eran apagados y quedábanse las cosas
suspendidas y en silencio,
pues no había razón
para que existiesen todavía.
*
A veces los actores
se aburrían en los balcones pintados
esperando a que pasara,
o peor aún, había partes en que,
por descuido de los tramoyas,
quedaba en evidencia un tornillo, un alambre,
y esa era la imperfección que me afligía,
mi verdadera depresión.
*
Siendo yo el único para quien todas las cosas
debían reportarse a diario,
lo único real, el único pensamiento fidedigno,
decidí no prestar oído a los decorados.
Me negué a ver entre las hortensias,
bajo las faldas
o detrás de los mostachos.
Presentía que al mirar allí
hallaría un cadáver
o un muñeco,
afanado en la tarea de espiarme.
*
Un día temí que no hubiera ya razón
para estas gentes:
negras, blancas, impenetrables gentes,
una multitud de seres entrenados
en husmear tras los visillos
haciendo la comedia de estar ocupados
en tales o cuales asuntos,
tales o cuales muertes
(cuando no era sino mi paso
el mayor de sus asuntos
y no era sino mi muerte
la mayor de sus muertes).
Me acerqué, entonces, a uno de ellos
y le hablé.
Le hablé tan alto como debe hacer
quien es el centro del Universo.
No hice alarde de vocabulario
ni de giros excepcionales.
Solo sé que le hablé al igual que a otros
a los que había tratado antes.
Como si nada,
como si no me hubiera visto,
como si no supiera que le estaba destinado oírme,
dio un paso atrás en la oscuridad.
Pero... ¿qué significaba este desprecio?
¿Iba a morir?
¿Acaso ya pronto quitarían los árboles de las calles,
los edificios?
¿Perdería de vista a las multitudes, a los pájaros?
¿Volveríanse los días más cortos,
el cielo más pálido?
¿Iba a morir? ¿¡Iba a morir!?
Morir como muchos mueren,
morir como todos mueren
¿Morir por morir?
*
¡Malditos!
Ya sé cuál era su propósito:
tramaban la ruina a mis espaldas.
Pues bien, de morir yo,
considerad el telón cerrado tan abruptamente
como si en un instante y para siempre
pintaran la noche contra el cielo.
Dejad los sombreros colgados
tras los bastidores.
Olvidad que os saludo al entrar al escenario,
que mi cara es la de siempre,
que ocupo un pequeño rincón
en la oficina donde ya sabemos
trabajo hace cuarenta años y un día,
ordenando papeles de utilería
con direcciones inventadas por falsarios.
- Autor: Raúl Voltavayeros (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 7 de marzo de 2022 a las 01:12
- Categoría: Reflexión
- Lecturas: 49
- Usuarios favoritos de este poema: Raúl Voltavayeros
Comentarios2
Bienvenidos a todos quienes tengan una nueva visión de las letras. Este poema es parte de mi libro Espantapájaros. Pueden leerlo gratis en https://es.calameo.com/read/006797061b84402d936e5
Gracias por su interesante observación. En cierta forma es como dice. Le agradezco la aproximación.
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.