**~Novela Corta - 7 Vidas y Una Muerte~**

Zoraya M. Rodríguez

Julio, un joven de apenas veinte años, se dedica a ser un joven muy corpulento, frío y sosegado. Se siente mal herido, adolorido, y como lo peor en la vida. Y dice él, que la vida es muerte y decide morir siete veces antes de poder morir realmente. Julio no quiere vivir más, o sea, y decide nadar por la playa Las Frutas, y se dice que pudo nadar hasta que se sintió mal e intentó suicidarse allí mismo, y tomó mucha agua en su garganta, miró al sol que brilló más de la cuenta, y miró al cielo que bajó un ángel vestido de blanco y en caballo banco, Julio vió una doncella que le dijo -“ven conmigo”-, y le gustó a Julio la doncella, miró hacia su izquierda y vió a una ninfa y en medio del bosque lo saludó, y le dijo -“hola”- en hawaiano. Y él, sólo él, se halla en medio del mar, o sea, en medio de la playa Las Frutas. Y vió un tiburón con su aleta de tiburón cercando todo su cuerpo, en demasiada vil e irremediablemente inocuo, pero, tan verdadero. Cuando inestablemente se vió aterrado y frío, y sosegado en medio de alta mar, y se vió álgido como nunca. Y Julio se dedicó a ser como el viento, o como el horizonte, y quiso nadar hasta alta mar, pero, no, no pudo llegar con demasiada vil irremediable en tonificar a su cuerpo con las aguas del mar abierto. Y el tiburón allí quiso ser como un jardín de rosas rojas cercando a su cuerpo lleno de sangre y, entonces, poder morir en paz, pero, no, no pudo ser. Cuando en el altercado frío y tan gélido como el mismo viento en que se enfrío el desastre de creer en el suspiro de entregar el alma hasta la luz de ella en el mismo interior. Porque cuando en el alma se vió fría y mal  consecuente, y se vió mortífero como el mismo ladrar de un perro. Y Julio se fue por donde mismo se vá el viento y por el otero un sol siniestro y tan cálido, y se miró las manos y estaban muy mojadas por el tiempo que yacía en el agua de mar. Y quiso nadar hasta la orilla, pero, a su derecha está un cofre de oropel, desnudo y sintiendo la suave brisa de ese viento mal consecuente y tan álgido como el suave desenlace donde se amanece con el crepúsculo con el sol brillante. En dar con el dolor de un suicidio casi incoloro, pero, real como la misma verdad. Cuando casi se siente como el mismo desafío de creer en el mismo instante en que se siente el mar suave, pero, inocuo como la misma ansiedad de poder morir aunque sea en el intento. Cuando se acercó a la orilla, quiso haber muerto, pero, sobrevivió al mar impetuoso, al mar sosegado, y al mar travieso, dentro del mismo ocaso que llegó y que se quedó entre sus ojazos de un cruel verano. Cuando ocurre el desenlace de creer que en el amanecer, se vió como tan frío y templado como la misma luz del crepúsculo de un sol que brilló todo el atardecer. Cuando de repente se vió álgido y aventuroso, lleno de un porvenir impetuoso, pero, lleno de un cálido sol. Cuando, de repente, se vió frío Julio en ese cruel y terrible mal estado en ese mar abierto de un mar incierto. Cuando, de pronto, se vió atado de manos frías y de un viento álgido y tan impetuoso, como el desastre de creer en que sí se halla en la orilla. Y todo porque en el mundo se sintió como tan suaves son las nubes. Y, sí, que las tenía muy cerca de sus ojazos, si se halla acostado sobre la arena en la orilla de ese mar atrevido, y con un desafío en la mirada y en la mente una sola cosa: morir. Si en el ocaso se vió frío y álgido, cuando le preguntan -“¿qué sucedió?”- ocultó la verdad de su suicidio. Cuando, de repente, se vió frío y álgido como de costumbre con una sola verdad incierta. Cuando quedó lerdo, y tan álgido como el mismo viento, en que le roza el alma después de querer amar el resto de su camino, y con el transeúnte de su corazón vagando por las calles en la playa Las Frutas. Cuando, Julio, solamente Julio se vió frío y tan perezoso como tan ávida era su avidez y su codicia en ser como el triunfo de querer matar a su corazón y de un sólo ¡zás!. Cuando, de repente, se vió inalterada su forma de creer en el espejo roto de su propio recuerdo, porque cuando se miró en el espejo en el recibidor de su hogar y sin hallar a su propio ego quedó adherido. La egolatría de su mundo se vió fría, llena de una mentira sosegada, y de un atrio desnudo cuando quiso morir en el instante y no lo pudo hacer, y Julio pensó, será en otra ocasión. 

Cuando, de repente, los delirios de su cruel mente, socavó muy dentro en su conmísera vida. 

Cuando en el altercado frío corría en bicicleta y muy velozmente. Porque cuando en el frío adecuado de su piel le quema la piel lleno de deseos y de vida a muerte segura, porque Julio, se aferró al frío inadecuado de un instante y se vió fríamente inestable y con un mal desastre en poder creer en el altercado frío en proseguir un frío de un mal atrayente de un funesto instante en que se creó una sola fuerza en el corazón, si sólo sintió el aire en su piel y quiso volar como pájaro en el mismo cielo. Porque cuando se aferró al deseo, y de convertir el suave desenlace de un amanecer en el alma, se vió frío y quemando a su piel con el viento a su piel mortífera de espantos. Y cayó por un abismo o un precipicio llamado, “El Abismo del Diablo”, y Julio cayó allí, formando un frío e inerte sencillo de un sólo porqué y tan desnudo. Y cayendo allí mismo, bajo aquel instante de entregar la cúpula de un desierto, se vió álgidamente mal inconsecuente, de creer en el precipicio de dar con la total razón, en creer de que se halla bien, pero, no, está muy mal. Porque cuando se siente el desenlace de creer en la aventura que le dió correr bicicleta se vió fríamente inalterado. Y frígido como el sol se siente Julio como el desastre, y tan mal irreverente de creer en la vida un mal presagio. Si cuando en el amanecer se vió frío como el agua de una cascada o de un torrencial aguacero, se vió frío allí bajo las hojas de otoño, sí, después de ese verano frío. Y quiso caer bajo el aguacero de allí de ese cruel abismo, cuando se adhieren las hojas de otoño a su piel como el color del trigo. Porque cuando Julio, corrió bicicleta por el abismo frío y por el precipicio, destrozando el alma y el cuerpo de un sólo empujón hacia ese cruel y terrible precipicio, cuando cae Julio bajo el dolor en el “El Abismo del Diablo”. Y las hojas caen insortijadamente y adhiriéndose a su cuerpo, y desafortunadamente se dejó caer en el reloj del tiempo, en el ocaso frío y tan desnudo su cuerpo frío. Porque cuando en el amanecer se vió frío y con un mal delirio de entregar su alma y su cuerpo a aquel abismo frío en dejar caer y más a su cuerpo dentro de ese abismo cruel y devastador, cuando ocurrió el desastre de ver a una ninfa en aquel abismo frío y tan desolado, como lo que fue entregar cuerpo y alma al “El Abismo del Diablo”. Y la ninfa le habla y le dice que -“hola”-, en hawaiano, y se dijo estoy aquí, en el “El Abismo del Diablo”, y no en Hawaii. Y se sintió indeleble, pero, muy frío, y muy álgido como siempre. Y Julio se sintió como el mismo delirio y tan delirante en saber que su instinto se vió frío como el mismo viento. Cuando, de repente, se vió fríamente y mal inestable en decir que su mundo cayó como los rayos de ese sol que lo admira desde el principio de ese crepúsculo de esa naturaleza en que se vió Julio como el corredor de bicicleta. Sí, dentro del abismo cruel y del mal atrayente de una sola luz, se vió inalterada su forma de creer en el momento de dar una sola solución por haber caído en “El Abismo del Diablo”. Y vió a la ninfa, otra vez, cuando se encrudece el mal en un mal estado de Julio cuando cayó con la bicicleta por el abismo frío. Y vio al ángel caer desde el cielo, cuando, de repente, subrayó lo acontecido, lo irreal, y lo más artificial, destrozando a la vida en un mal desastre. Y destruyendo a la vida en un sólo desafío, Julio quedó inerte como de costumbre en saber de que estuvo perpetrando una sola ansiedad de tener y de creer en la ninfa del bosque. Y en el ocaso frío se dió como lo más sublime de un sólo todo. Sí, dentro del alma y del corazón, se sintió como nuevo, al fin y al cabo. Y vió a su izquierda un lobo en el abismo y creyó que se lo comería y pasó desapercibido con las hojas de otoño adheridas a su cuerpo. Y fue que quiso suicidarse, pero, cayó dentro del abismo en “El Abismo del Diablo”. Y supo algo de que la ninfa sólo quería saludarlo y saber cómo se halla él, con las alucinaciones de una ninfa en el bosque. Y Julio se levantó y fue hasta la bicicleta la tomó por el manubrio y pudo salir de allí sin ningún problema. El manubrio doblado y en un mal estado y Julio se dedicó en salir de allí lo antes posible, antes de que la noche lo acogiera. Si en “El Abismo del Diablo”, sólo se vió lo inerte de unas hojas al vuelo desde que cayeron del cielo, o sea, desde los árboles. 

Julio fue a su casa, y halló la puerta abierta y la estufa encendida en bajo fuego. Y se dijo una vez más, qué suerte tengo yo. Y quiso suicidarse con una soga en el cuello, pero, la soga cortó por lo más fino, y ni así se murió. Y pensó sentado en el balcón de cómo podría morir bajo aquellas sombras del aquel árbol. Y no se dijo más fue la forma más atrayente en querer morir, subir al árbol y tirarse al vacío, y lo pensó y lo edificó, pero, algo le sorprendió en la mente de que sería el hazmerreír sino muere en el acto y sin más ni más, lo pensó. Y quiso ser fuerte con la tremenda suerte que poseía, desde sus adentros y fuera de este mundo. Y se fue por donde se le vino encarar, paseó por la calle Morir, y se fue por donde se va el viento y más en donde lo siente y lo presiente, cuando se fue de un lado a otro. Y quiso ser en fuerte redención, cuando de pronto, se sintió, como el desafío inerte e inocuo, de saber de la verdad. Cuando en el trance de la realidad se vio fríamente inocuo, pero, indeleble como el mismo frío de su propia piel. Cuando se percibe el desafío a muerte de querer morir bajo aquella tutela de la calle Morir. Cuando, de repente, se vio inerte y adyacente de fríos inocuos, pero, de desenlaces vivos y de manera y de forma más atrayente. Y a Julio le cayó encima el dolor fuerte en un sólo rencor. Cuando Julio sintió el suave desenlace de creer en el abismo frío, y le había gustado “El Abismo del Diablo”, y se dijo que Dios no podía ser malo. Sino que quería verse como el reflejo en el mismo espejo del recibidor en su hogar y atrajo su forma de vindicta inminente de creer en el mal desenlace de un sólo amanecer. Cuando, de repente, se dió el frío nefasto de dar con la pura verdad en saber de que el mal fracaso se vió atormentado a su propio destino y más a su camino en la calle Morir. Cuando, de repente, se vió fríamente inocuo y malherido de penumbras adyacentes y de sombras muertas bajo el imperio sosegado de la vil muerte. Cuando, de repente, se vió Julio álgidamente muerto y débilmente intransigente de querer acechar la manera más vil de creer en su propio destino. Cuando en su perfección se vio frío y gélido de tal forma y de tal manera en que cayó en redención. Cuando, de pronto, se vio tristemente abatido y mal inconsecuente, cuando su cara cambió de semblante y se vio triste y adolorido. Cuando a Julio le cayó un relámpago de un cruel y siniestro mal percance y de un sólo anochecer con lluvias cuando por ser y porque en el cruel destino se sentía como la vil tempestad. Como en lo cruel del camino un frío impetuoso como en el camino cruz y raya. Cuando en medio del camino se vió forzado como de costumbre y tan silente como el mismo imperio de un sólo camino y tristemente mal inconsecuente. Si se vio Julio inerte y tan desolado, pero, muerto como una fría tempestad y como una serpiente de luz intransigente. Cuando su forma de actuar, en la cual, la tempestad se vio tristemente adolorido y con un mal desafío. Y se fue por donde se forma el remolino en la calle Morir, de un viento en remolino de viento álgido. Y quiso entrar en ese remolino de viento y sí que lo hizo. Y bajó superficialmente hacia un cruel camino de la tempestad y del fuego del destino inocuo, pero, trascendental, cuando se formó una manera y tan vil como la sospecha de creer en el desierto imaginario de dar con la salvedad de dar con la misma mala sensación. Y Julio se atrevió a desafiar su forma en ser, y de convertir el desafío de querer entregar a su propia alma y por un sólo instinto. Cuando se fue Julio de tal manera de la vida misma, y de un inerte inocuo y tan delirante poder en creer en su propia alma. Cuando en el instante, en el cual, se edificó más la fuerza de creer en el corazón yá muerto. Cuando en el instante se dedicó en fuerte redención, si en la comarca se edificó la fuerza en espíritu y en un ímpetu trascendental. Como si fuera la misma eficacia de un mal deseo. Cuando se siente el mal deseo de entrever el coraje en salir de la osadía de ver el cielo en una terrible tempestad. Y si fuera real como si fuera irracional la razón y de entrever el deseo de amar lo que converge en la forma trascendental de creer en el alma en pedazos. Y era Julio el de la forma más efímera de creer en el suicidio, pero, no, no quería morir y más en la calle Morir. Cuando se da cuenta Julio de que el delirio delirante de creer en su alma fría se dió en contra de la pared navegando en ese mar impetuoso y tempestuoso como el silente ruido de unas olas que arrastran el dolor de saber que el desafío se siente como el suave murmullo que recorre por la calle Morir, donde reside Julio a cuestas de la sinceridad de su alma. 

Y Julio siente un vacío en su alma destrozando el ir y venir lejos de un sólo instante, en que se abrió el deseo en querer morir bajo la tutela del vicio en querer morir y no en la calle Morir. Julio tenía una buena suerte y no la supo aprovechar nunca en su vida ni en su corta existencia, él, era un joven corpulento, buen mozo y de una inteligencia inexistente, pues, su forma de creer en el amor cayó en el vicio de la soltería, y de jugar un papel a la suerte siempre a cara o cruz en su corta existencia. Y llevando en su forma más vil de creer en el amor a ciegas, pero, formó en un hábil instrumento el querer abrir al mundo en sus cortas neuronas. Cuando, de repente, se vio como el desenlace más fructífero de dar con el alma una verdad a ciencia incierta. Cuando se aferró el deseo de entrever el alma en dar con el funesto ademán de sentir como el suave desenlace de ver el cielo de tempestad y de un tormento frío se siente Julio como si fuera una sensación nueva y delicada forma de atraer en el alma en desaciertos inconclusos de una vindicta que no termina con su propia vida y con su corta existencia. Y camina dando vueltas en ese remolino con ese relámpago de lluvia y de tempestad y de tormenta que se avecina, cuando, de repente, y sorpresivamente siente un mal e intransigente y con una delicada mala sensación de caer, otra vez, en el imperio sosegado de creer en el alma muerta, funesta, pero, indócil y tan hábil como la vez aquella en que se miró en el espejo y vio y nunca halló el fuego devorador de caer en el trance de la verdad efímera de dar con el alma una fuerza de dar con la verdad, de dar con lo incierto de creer en el alma funesta en dar con la ciencia incierta de creer en el trance de la verdad. Cuando en lo imposible se siente en la vida, caer en el mismo abismo aquel llamado “El Abismo del Diablo”, y quedó frío como el mismo desaire de creer en el ocaso frío de dar con el alma funesta y de dar con la verdad de creer en el alma una sola verdad de caer entre las siete vidas que tiene un gato en supervivencias y no en mala supersticiones. Y recordó aquellas hojas cuando cayó en el abismo frío y sin ayuda ninguna, como un superflúo autónomo de dar con la existencia de dar con la ayuda de creer en el alma podrida de muerte fría. Y camina por el remolino y con el viento sosegado, tranquilo, dando vueltas y revoloteando en el suelo a las hojas de otoño. Y en ese remolino recordó toda su vida, cuando tuvo su primera bicicleta y su primer patín, y su primer juguete que vio con ojos de soles, cuando su madre se lo regaló, con todo su amor. Cuando, de pronto, su alma se vio atormentada y fría como de costumbre, cuando su corazón se rompió en pedazos fuertes y tan fríos como el mismo devastador frío en la misma piel. Cuando Julio, silente, como el cielo lleno de tempestad, y de frías tempestades se vió álgida su alma y más que eso se vio interrumpida de espantos inseguros y tan irreales como el silbido de un pájaro, pero, en el amanecer. Y le cogió el anochecer, cuando camina por la calle Morir entre aquel otoño frío y descender hacia lo más impetuoso y efímero de un todo. Cuando en el tiempo y en el ocaso se interrumpió el destino y su camino frío entre aquel remolino de viento en la calle Morir dejando inerte su vida, y su corazón destrozando por un viento álgido que le trastocó en su camino un descendente frío. Y Julio allí mirando y observando el anochecer frío y queriendo abrir el desenfreno de la vida misma hacia un sólo imperio de sus propios ojos. Y sin fingir más ni más en el tiempo, cosechó un sólo mal tiempo y en el crepúsculo de otro sol se vio más débil y más atormentado y se dijo en la cuarta vez que esta vez sí se suicidará, y tomó un arpón con su mano derecha y lo agarró muy fuerte e iba con demasiada vil irremediable con delirios y tan delirante de creer en la forma más fantasiosa de su corta existencia cuando el remolino lo ayudó a combatir más su insolvente ira de atraer la muerte a su vida, sintiendo que quería suicidarse, Julio. Si era otoño todavía y en el tiempo no cosechó en primavera lo que debió de hacer y de cometer en un sólo suburbio autónomo de dar rienda suelta a su vida cosechando rosas en abriles para oler su aroma y su fragancia y dejar marchitar en el otoño, dejando caer hojas sueltas por el suelo por donde se pisa con gran ímpetu de gran nadador en el tiempo. Cuando en el ocaso frío de ese día lo recordó todo, Julio, de que sería imposibilitado de dar una fragante y flamante aventura con astucia loca de ver el cielo de azul cuando en realidad está de tempestad. Cuando en su afán de vanagloriarse de un ahínco irremediable en su corta existencia, se vio frío, inocuo, pero, translúcido y tan transparente como si fuera un cruel y un terrible fantasma de una fantasmagórica visión que le dio con saber de su esencia y de su pasaje de ida y sin regreso de esta vida y de esta existencia y tan pura como el ir y venir lejos en ese remolino de viento cayendo entre sus hojas adheridas a su cuerpo. Y desnudando el tiempo y más que eso en el imperio sosegado de un abismo perenne que quedó varado y más en el tiempo del aquel ocaso frío en que tomó un arpón y quiso matar lo que se llama vida y no pudo en contra de ese remolino de viento, si fue más fuerte que su poder de hombre fuerte. Y con avidez y con formación inalterada de creer en la forma más vil y más irreal como el tiempo en el ocaso frío que dentro de aquel suburbio de su corazón creyó en el frío mal inadecuado de dar con la locura a cuestas de la razón perdida. Y sucumbió en un sólo trance y perdió un sólo combate, pero, la vida no la ha perdido aún. Si cuando en el delirio efímero de dar con la única separación de un limpio proceder, Julio, se vio fríamente mal inconsecuente y tan mal como el venidero instante de creer poder morir, pero, no en la calle Morir. Y Julio, decide creer en ese remolino de viento, cuando creyó morir, cuando soslayó de tal manera, y miró calladamente al remolino al final de la calle Morir, y vio a un hombre viejo y tan sabio como el mismo viento. Y fue allí y le preguntó -“qué tal, cómo le vá…”-, y el viejo sabio le dice que -“no se mata la vida con un arpón muchacho, sino con la vida misma viviendo hasta poder morir… espero que lo hayas aprendido…”-, y Julio fue hasta a su hogar en la calle Morir, y vio que su arpón tenía sangre y de la de él, de Julio. Cuando, de repente, se vio mortífero e intransigente de morir bajo la luz de luna de ese anochecer y con tanto frío como el de la tempestad o como la tormenta álgida. Y se recostó en su habitación entre sábanas cálidas curtidas por el sol siniestro del aquel atardecer y quedó complacientemente, pero, muy preocupado y quedó dormido.

Y ese viejo y tan sabio en la vida, lo perseguía a donde él quisiera ir y sin poder mediar palabras Julio sabía dónde hallar a su mejor amigo al viejo sabio. Y el sabio más persigue a Julio, y le dice que en voz baja y en su dormitorio, -“tonto yo soy tú, te quedaste varado en el remolino de viento cuando caminabas por la calle Morir”-, y Julio dormido y tan desmayado quedó muy dormido y quiso en ser como el deseo o como la magia de un evento nuevo. Cuando se electrizó la forma de Julio en atraer el comienzo a su nuevo espíritu y quedó muerto allí y no supo más de la vida. El viejo sabio continuó la vida y dijo más que eso de que quería vivir más y más. Y caminó la calle Morir hasta el fin de la calle, y le mortifica tanto que después de no morir más quedó como todo un viejo sabio y les enseñó a la juventud que vivir era lo mejor para poder morir en paz. Y que en el deseo efímero de la supervivencia se debate en la espera de morir en paz así viviendo y sin ser Julio en ser un sabio y tan viejo como querer poder morir yá en paz. Y quiso ser como el mundo y tan sabio y dando tanto como el mismo viento. Y, sí, se llenó de vida y de vacío de una muerte insegura de terror lo que él, Julio, vivió de joven. Cuando, de pronto, se vio Julio inalterado, inhóspito, insípido e inseguro, cuando quiso morir otra vez, al despertar, con una euforia autónoma de creer en el alma sin más ni más. Cuando, Julio, se vio mal inconsecuente, mal ávido, y con un mal altercado y tan frío como el alma de Julio devastada de fríos y tan delicados como suaves que en el amanecer se vio inalterado y lleno de espantos Julio. Si, de repente, se fue inalterado la forma de ver el cielo Julio y de creer en el embate de dar la única solución en saber de su cometido y en bruces caídas. Y despertó de ese sueño y tan letal y mortífero, cuando creyó en la vida y decide vivir desde su interior y no intentar el suicidio más. Si Julio decide converger entre su alma y su corazón renovar su existencia y más que eso su vida. Calmando a la vida con alas de supervivencia cuando cayó en redención y decide matar a su propio ego, pues, con la egolatría le dió con la vida, la codicia y la fortuna en un infortunio dador de vida. Y Julio se vio sintiendo el fuego en cada latido de su corazón, el desenlace frío de unas cenizas heladas, cuando arde en el tiempo. Y como en la calma se vio riendo, pero, llorando de alegrías de sabiduría en su interior y de la armonía en cada paso de la vida misma. Cuando en el instante de querer morir la ninfa aquella le decía -“hola”-, en hawaiano. Cuando en el interior de la vida se cuece de verdad y de mentira cuando en el ocaso frío de ese atardecer se vio friolero y muy gélido como el mismo viento o como el mismo remolino con aquel relámpago que casi le arrebata su vida en un santiamén. Cuando en su forma de dar con la verdad fría se sintió como el mismo dolor, pero, Julio se sintió como el desafío inocuo, y como el mismo perecer en el alma fría, y con dolor. Y caminó calle abajo, en la calle Morir, y se refugió en el remolino de viento, cuando en el alma y en su virtud se edificó más en la conmísera esencia de creer en el alma buscando una salida de ese remolino de viento. Cuando en su perecer del alma, se fraguó la vida en un instinto suave y delicado como el deseo de ver el cielo de gris tempestad. Si Julio se vio letal y mortífero como el alma llena de cruz y raya, o cara o cruz, cuando en la fuga de su alma se vio mortífero y tan inmortal como el mismo Cristo. Y Julio se vio en la calle Morir, cuando en su alma se aferró y se aterró el deseo de creer en el embate con la conmísera atracción de ver en el cielo una fría verdad que quedó como la crueldad de ver el cielo de azul en vez en una terrible tormenta. 

Y, sí, ese viejo sabio se electrizó en la esencia y más sabiendo del tormento frío y sin saber del querer saber que su presencia se atormentó en la vida como si fuera un vil altercado. Y se fue Julio por donde se siente el cielo en los ojos cuando en sus ojos se vió el rencor atado al dolor. Cuando ocurre el mal deseo de creer en la fantasiosa realidad de dar con la verdad a cuestas de la sola soledad cuando su cuerpo se aferró al dolor de ser sólo un viejo sabio. Si en el altercado frío y siendo sólo un mal desastre de creer en el silbido de dar con la verdad a sabiendas de la falsedad de su esencia y más de su presencia. Cuando Julio se aferró al deseo de creer en el saber del deseo efímero y tan irreal como saber de creer en el delirio frío en saber de su instinto por ser un viejo sabio. Y en la calle Morir, se aferró al desastre de creer en el mal deseo de dar con la virtud una verdad y tan fría como saber y de su propio instinto en ser un viejo sabio en la calle Morir. Y a los jóvenes en la calle Morir, él, Julio como todo un viejo sabio le enseñó de todo a los jóvenes y recordó a un viejo sabio erudito que le había enseñado de que el viaje universal de la vida nos da la buena suerte en poder morir y en paz. Cuando se da cuenta de que los jóvenes habían aprendido de todo con esas enseñanzas en saber de todo acerca de la vida. Cuando en la alborada se sintió tan delicada y como tan atormentada como añorada la vida. Y el viejo sabio le dijo a los presentes, que la vida es preferible morir que no morir. Y aprendieron todo de la vida, desde que era una buena suerte haber vivido y haber llegado a esas alturas de la vida y haberlos conocido. Se despide de los jóvenes como si estuviera ofreciendo una charla de amigos, cuando realmente se vio intransigente y débilmente y tan hábil como consecuente y tan sabio, pero, se llenó de deseos nuevos cuando se dio cuenta de que el instinto esta atormentado como ese relámpago que en el cielo lo dejó marcando huella intransigente e indeleble. Y tomó Julio como quinto suicidio a un arma letal como un arma blanca y la tomó en sus manos cuando joven aún sin saber que llegará a ser viejo, y quiso matar a su débil corazón, pero, una voz le susurró en el oído y le dijo, -“no, no lo hagas”-, y Julio cayó en redención cuando en el silencio de su alma y en la espera de su noble corazón, y sí, Julio escuchó a la voz clandestina, y sosegada, y tan hábil. Cuando en el trance de la verdad se vió frío como el invierno después de ese frío otoño, cuando llegó el frío invernal dentro del ocaso muerto de ese día en que la ninfa le dijo -“hola”-, en hawaiano, y se dijo Julio -“yo estoy en mi hogar”-. Y desafortunadamente se vio fríamente enseñando la forma más exacta de querer procrear una fuerte razón en saber de su acometido. Cuando en el trance de la realidad se vio Julio atormentando a su pobre alma, y decayendo en el desenlace suave y delicado de entrever en una sola razón se fueron dedicando las fortalezas en saber que el silencio era tan sabio como ese viejo. Y no dijo más nada aquella voz, cuando Julio quiso matar a su propio corazón con el arma blanca en su mano. Cuando en la alborada Julio no se recuerda de nada, y en su afán de querer amarrar el deseo se aferró al sol de ese crepúsculo y se dijo -“no” interiormente. Si Julio se aferró a lo imposible de dar con la verdad, y se sintió como el desastre en poder creer en el desafío en dar una manera efímera en sobrevivir. Cuando en el afán de querer aferrarse más y, aún más, a la vida se dedicó en la fuerza de creer en la vil muerte. Cuando, de repente, se vió frío y en ese frío invierno, decayó Julio atormentado e inocuamente dentro del delirio frío, y lleno de delirio delirante de creer en el combate de dar con la fuerza en delirio fuerte de dar con el silencio automatizando la voz aquella de dar con la misma esencia de dar con el frío altercado entre suicidarse o morir o querer vivir en realidad. Cuando en su afán de dar con la sorpresiva voluntad en hacer creer en el convite cruel de dar con la verdad si se edificó la forma de creer en el alma devastada en dar con la verdad la pureza de creer en el silencio invernal de ese frío inadecuado. Si deleitando lo que en el alma se aferró Julio en lo fuerte en cadencias efímeras, cuando ocurrió el desastre de creer en la muerte como algo seguro de pasar y de lograr. Cuando se edificó la forma de creer de que la muerte era todo para él. Y se fue Julio por el rumbo o por el desastre de dar con el silencio. Y se dedicó en cuerpo y alma en saber de su porvenir incierto y de su fabuloso camino cuando llegó sí a viejo, y quiso ser tan sabio, pero, se fue el tormento hacia el mismo efímero desierto cuando se imaginó que el instante se había marchado como tan lejano es el tiempo. Y se dedicó en fuerza y alma en un mal inconsecuente de creer en el alma sosegada de dar en la magia un sólo acierto en haber sobrevivido en las siete vidas, pero, tarde o temprano ¿le llegó la muerte al viejo sabio?. Y sucumbiendo en un sólo trance de desafíos inciertos se fue la forma de creer en el desafío de un delirio delirante de dar con la verdad de creer que la muerte sólo le llega a los viejos. Cuando, de repente, se vio como el frío invernal o como el desafío inherente en la misma piel como lo fueron aquellas hojas adheridas a su cuerpo cuando cayó en “El Abismo del Diablo”. Y quiso ser como ese corredor en bicicleta o como aquel nadador en que se vio aterrado y fríamente delirando en las aguas de la playa Las Frutas, cuando su percance se vio corto o efímero, pero, tan perenne como aquella vez en que se vio frío e inestable e inalterado como la forma más vil de creer en el ocaso frío cuando Julio se vio entre la vida y la muerte. 

Cuando Julio se vió aferrado y frío como de costumbre dejando abrir el desenlace de un incierto porvenir y en el alma una sola verdad. Cuando su forma de dar y de abrir el mal e inocuo porvenir, cuando su manera y su forma de atraer la mala vida en una sola muerte. Y Julio no debió de alterar la forma más cruel de dar con el suspiro en una sola muerte y desafiante en dar con un sólo respiro, cuando se debió de dar con la verdad de que el alma se miró en el espejo en el recibidor de su hogar. Cuando en el alma se debió de creer en el combate de dar la pérdida en la muerte segura en esos suicidios. Y Julio tomó una espada del museo más cercano a su residencia y la tomó y allí mismo quiso suicidarse si era su sexto intento de suicidio. Y lo vio una dependienta del museo y él con ambigüo proceder le dijo -“la tomé porque se cayó de la estantería donde se aguarda”-, la joven le agradece y se marcha Julio del museo. Y, otra vez, la muerte insegura de temor y de terror cuando su más majestuoso poder del remolino del viento le hizo ver el desafío de la muerte y la proeza de la vida. Cuando, de pronto, se vio corto de pensamiento y se fue a caminar como todas tardes por la calle Morir, y quiso morirse, pero, no creyó en más ni más, en que su presencia se vería fría e inalterada, y con un mal atrayente de desafíos efímeros ocurrió el desastre de dar con la verdad mayoritaria en sus costados. Cuando en el trance de la verdad se vio Julio como de costumbre en sabelotodo como siendo un viejo sabio de la vida y de la muerte también. Si Julio se vio fuerte y mal figurativo en creer en el alma sosegada de un corpulento, pero, funesto desenlace. Cuando en el alma de Julio se vio como el frío y como debía en ser como el sol en la misma piel, de creer en el alma sosegada de tiempo, y de abrir el alma en pedazos y en trizas de desafíos inalterados. Cuando en el alma de Julio fue dar como el viento una fría sensación de creer en el alma un fuego funesto. Si en su cadencia de dar como el mismo instante cuando el desafío se vió como la misma penumbra de una soltura en cada desilusión de la vida, pero, en cada añoranza de la muerte. Y Julio se vió frío, álgido, y vehementemente en un invierno y tan invernal, como el desenlace de creer en el alma de luz y de esencia y de una manera sorprendente de morir bajo la tutela del corazón muerto. Cuando en el instante se vió como la alborada y en un crepúsculo inalterado y tan frío como el desafío inherente de tener en su piel aquellas hojas sueltas de aquel árbol, donde las hojas cayeron fríamente desde el cielo hacia un suelo donde se adhieren a su cuerpo como pegamento que no lo suelta. Cuando en el desenlace de creer en el alma con un sólo suspiro desde su cruel alma, y fue el séptimo suicidio de Julio el que lo llevó a la cima del fracaso cuando su vida le peleó a la vida misma. Y fue al zoológico y se tiró de cabeza a la jaula de un león, pero, el león yá había comido y el dueño del zoológico le arremete contra Julio, y lo saca de esa jaula. Y a Julio le llegó la buena suerte de edificar su ritmo en cadencias efímeras, cuando se derritió la forma de creer en el viejo sabio de que sí había llegado a la vejez. Y se dedicó en fuerte avalancha en saber de que el tiempo y de que su mundo se vio frío como el invierno álgido de creer en el alma a cuestas de la sensación y tan indeleble como el saber de la verdad de que su mundo requería como el sol siniestro en cada lado de sus costados y que sí, que la vida era como la buena suerte en su corta, pero, larga existencia.  

Y el viejo sabio sólo lo calmó en querer vivir más y más. Y le dijo más, -“cuando la vida hiere más odia y cuando la muerte mata mata el corazón”-, y le dijo que -“el sustento de la vida es amar y de morir es el vicio…aprendido muchacho…”-. Julio sosegado y corpulento, frío y álgido como el mismo invierno, se dio como el mismo evento del aquel relámpago en el mismo cielo donde llovía torrencialmente. Y el viejo sabio se enamoró de aquella perdida vez, en que se hundió su corazón en el mismo amor por la vida, pero, quedó solo en una soltería que llegaría después. Y el viejo sabio le dijo a Julio, -“ves aquella montaña o montículo de terreno, nadie llega a él sino camina hasta allí…”-, y así fue que Julio fue  aprendiendo, pero, nunca vio la cara de ese viejo sabio sino que ese viejo sabio era él mismo. 

Y le dijo el viejo sabio que -“el suelo mojado donde cae la lluvia es por donde la lluvia barre todo el mal en el mismo suelo…”-, y Julio sintió el silencio letal y mortífero dentro de su propio porvenir y tan incierto como llevar la forma de morir por haber vivido demasiado. Y la calle Morir, quedó varada de espantos nocturnos, cuando en el trance de la verdad se aferró el terror efímero en poder creer en la forma más conceptual de mirar hacia el mismo universo frío. Y Julio se vio frío y álgido como aquellas hojas clandestinas de saber que su cuerpo quedó adherido y tan atrapado en “El Abismo del Diablo” y supo algo que el suicidio era tan malo como nunca poder morir bajo el mismo sol entre sus costados. Y gritó Julio, en una forma deleitando con delirios delirantes de fiebres de creer en la forma de morir bajo el sol siniestro en cada de sus costados. Y pudo saber y aprendió algo de la vida…que la vida se vive hasta poder morir en paz. Y que el camino es frío como álgido es el futuro. Y que su vida moría después de llegar a viejo y tan sabio como el mismo viento. Y quiso ser como lo nefasto del tiempo, cuando se electrificó la forma en sobrevivir, pero, no fue en vano la huida de su cuerpo hacia las siete vidas y una muerte. Si las siete vidas de un gato se convirtieron en supersticiones, cuando quiso morir y descubre de que era él mismo ese viejo sabio que había muerto yá en el remolino de viento en la calle Morir. Y murió Julio y para siempre inmortal como el Cristo. Y vio a la ninfa que le dice -“hola”-, en hawaiano. Y pudo saber dónde estaba su corazón entre aquel mar perdido de aquella primera vez en que se quiso suicidar en la playa Las Frutas.            

                                   

FIN

             

  • Autor: EMYZAG (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 21 de marzo de 2022 a las 00:02
  • Comentario del autor sobre el poema: ~ . ~ Sinopsis: ~ . ~ Tuvo Julio 7 muertes y sobrevivió con 7 vidas, pero, al final se murió sin poder subsistir…si era ese viejo sabio que había muerto en la calle Morir…
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 19
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