Entre pajares y estesos.

 

Un editor es quien separa el trigo
de la paja y publica la paja. 

 

 

 

 

 

 

 

Sentado, disfrutando del leve asueto
que me permiten mis labores 
se me vinieron a la cabeza tus momentos:
Recuerdo tu cuerpo al completo
desparramado sobre el pinchor incandescente
del pajar, por la tarde, después de la comida,
en aquellas horas muertas de verano
que para nosotros eran de un vivor planisférico.
Tú insinuante, yo pretendiendo pudor 
solo para provocar tu airada respuesta.
Tú revolcando el candor de tu joven hermosura
sobre el castaño fugaz de una hierba
que ya era pasto de las vacas, y de mí. 
Recuerdo que entraba una potencia
de luz por el ventanuco lateral y cochambroso
que caracterizaba el arquitectónico semblante
de esa casucha, que se hizo llamar pajar
y que nosotros dimos en llamar lecho.
Cuando no expresabas el desnudo fulgor
de tu alma te dabas en indumentarias picajosas, 
de un encaje de blonda blanca tocado 
de una especie de celosía arabesca 
que hacía las delicias de mis sentidos
y me invitaba a la invasión, a la curiosidad
palpitante de un corazón que se estrenaba
en el amor como el niño que estrena traje
en un esplendente domingo de Ramos sevillano. 
Recuerdo tu sonrisa escapando de entre los marfiles
que por dientes adornaban la curvatura de tu boca. 
Recuerdo —como si sobre la piel la sensación 
ahora se posara— tu falda turquesa deslizando
al desgaire la pasión muslos arriba, buscando fuente. 
Recuerdo el entrecortado de tu respirar, y del mío
achicando el aire del entorno y pidiendo el auxilio
que cabe al naufragio cuando el agua se adueña
del desastre y no espera desahucio ni sustancia. 
Recuerdo tantas cosas que... se me eriza 
todo lo erizable, hasta el sentimiento.