Cuando los dos hombres de overol ingresaron sin hablar a la espaciosa oficina de supervisores, Alfredo y Eduardo ni siquiera se percataron de ellos. Se ocupaban en ese momento de la programación de los trabajos para el día siguiente.
Sólo cuando Domingo apareció detrás de ambos empleados muy pocos segundos después, pareció despertarse en los presentes cierto interés por los desconocidos.
Domingo también era supervisor, no de mantenimiento, sino de ingeniería y aprovisionamiento. Se ocupaba entre otras cosas de las compras menores, y parecía siempre estar apurado, ya que su jornada le resultaba exigua.
Su presencia en la oficina obedecía por regla, a alguna consulta sobre algún viejo pedido traspapelado, que alguien había reflotado desde las profundidades de alguna pila de papel. O bien a cumplimentar la entrega de alguno de ellos.
Sin saber con certeza a quién dirigir la pregunta, miró alternativamente a Alfredo que se hallaba sentado frente al escritorio de Eduardo, y apenas había respondido al saludo formal. Con cierta inquietud en su mirada, y cuando se hubo asegurado de que los aludidos dejaron de trabajar en sus computadoras para prestarle atención, sin el menor preámbulo prorrumpió en voz alta la pregunta: ¿Quién de Uds. solicitó un vidrio para escritorio?
Con un dejo de sorpresa, Eduardo y Alfredo cruzaron sus inquisidoras miradas, mezcla de sorpresa y curiosidad. Yo no - se apresuró a decir Alfredo luego de unos instantes de reflexión. Al mismo tiempo, Eduardo dirigiéndose tanto a Domingo como a Alfredo, negó primero con un vaivén de la cabeza, y poco después repetía la misma respuesta.
En tanto, los empleados que acarrearon el pesado vidrio debajo de sus brazos, desde la planta baja hasta el quinto piso, decidieron apoyarlo en el suelo con sumo cuidado, y cambiaron a una postura expectante, mientras reponían fuerzas aguardando a que alguien les indicara finalmente donde dejar la carga.
Domingo intentaba discernir íntimamente si le estaban gastando una de las habituales bromas, o bien le decían la verdad. Deseaba sacarse de encima el pedido de compra, y despachar a los dos jóvenes empleados de la vidriería que ya empezaban a cambiar su parada de pie a pie, aguardando una simple orden para continuar con su reparto.
Luego de unos instantes de natural sorpresa, el rostro de Domingo cambió a una expresión adusta, y con prisa extrajo un papel de uno de sus bolsillos. Se calzó los anteojos y al tiempo que murmuraba incomprensibles sonidos en voz baja, signo evidente de que buscaba presuroso en el texto algún dato más preciso.
Al fin, a viva voz y en tono triunfante balbuceó: ¡aquí está! Y en un tono que denotaba seguridad en sí mismo, profundizó los detalles de su anterior pregunta: ¿Uds. no pidieron un vidrio para escritorio de 120 x 60 x 1?
No bien hubo terminado de formular la pregunta, Eduardo recordó súbitamente aquella combinación de números. Repentinamente su rostro comenzó a mutar, y los rasgos viraron desde una inquietante curiosidad por la situación planteada, ¡a un franco e hilarante estupor!
Comenzó paulatinamente a reír sin pausa, al tiempo que Alfredo lo miraba intentando dilucidar la causa de la comicidad. En principio creyó que su distraído compañero de oficina había recuperado la memoria. Luego creyó en una segunda hipótesis: quizás solo estaba disfrutando del apremio y la incertidumbre de Domingo.
En un momento las risas evolucionaron en carcajadas, al tiempo que Eduardo se tomaba el vientre con ambas manos para aquietar las vibraciones de su diafragma.
Tosió un par de veces para aclarar la voz, mientras recuperaba el aliento. Luego con cierta solemnidad precedida de un breve silencio, mientras miraba fijamente a Domingo aseveró: ¡Yo te lo he pedido!
Domingo frunció ampliamente su frente pelada, intentando comprender lo que ocurría. No podía creer que amén de su olvido, también debiera soportar sus airadas risas.
Si bien era cierto que el pedido había tardado en cumplimentar la habitual burocracia que aprobaba cada gasto, al menos éste no había sido rechazado y se estaba entregando.
Entonces Eduardo, aguardó hasta que el músculo occipitofrontal relajara la frente de Domingo, al mismo tiempo que sus ojos se agrandaban esperando una respuesta razonable.
Al mismo tiempo, los empleados de la vidriería que observaban sin comprender lo ocurrido. También comenzaron a impacientarse, pues el camión que los transportó aguardaba en doble fila su regreso. Lo que debió ser una entrega sencilla, se estaba demorando en extremo.
Fue entonces cuando Eduardo, con una sonrisa todavía en sus labios, y con tono irónico comenzó a responder lentamente: Yo te lo he pedido. ¡Pero en milímetros, no en centímetros! ¡Y de nuevo irrumpió en risas!
Primero Alfredo, tras unos segundos para asimilar lo ocurrido, y luego el propio Domingo liberando la tensión del momento, comenzaron a reír hasta las lágrimas.
Cuando el bullicio ganó el pasillo, más compañeros de las oficinas próximas se acercaron inmediatamente, y aunque nadie comprendía el motivo, comenzaron a reír sin ton ni son con los demás.
Unos minutos después, Eduardo explicó a los demás la razón: lo requerido era para reparar un instrumento de medición, que había sufrido la rotura del vidrio que protegía la aguja sobre el cuadrante de medición.
Mientras tanto, Domingo ofrecía disculpas a los empleados de la vidriería por el contratiempo, y los enviaba de regreso con el pesado vidrio de escritorio…
argentino nadies, 1 de abril de 2022
- Autor: argentino nadies (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 19 de mayo de 2022 a las 15:30
- Comentario del autor sobre el poema: Anécdota de trabajo.
- Categoría: Humor
- Lecturas: 30
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