Le invito a ser un poema

Le invito a ser un poema. Sí, señorita, usted que me está leyendo posada casi desnuda en su cama. Le invito a ser mi poema, pues, en él de seguro, sentirá cada una de mis caricias cada vez que recite mis propias rimas que luego serán suyas, ya que están dedidacas a la belleza como de la que usted posee.

Por eso, le invito a ser parte de mi vida. Ahí usted será esa poesía prometida que se recita a la luz de la Luna en una noche de verano. Así, ella, con su pálido rostro, será testigo de su sexo y de sus orgasmos cada vez que se toque recitando mis versos, porque usted es de esa especie que no suele encontrarse a menudo, de esas Mujeres que ven en una rima toda su vida por delante, pues, siempre la han llevado tatuada en su piel, ahí, donde los poetas mueren de amor, como poseídos por una melancolía agobiante por ser ese verso que la disfrute al final de cada estrofa.

Por eso le invito a usted a darme de beber de su lujuria, que sabrá así quizá a ciegas de que no hay desierto más seco y extenso que no haber probado el sabor de sus labios que en cada rima me condenan a la ausencia y sus penurias.

Por eso, le invito a ser mi poema. Y yo seré de usted esa fantasía que siempre ha deseado o visto a través de mis letras. Ahí yo le haré el amor con locura incluso en la lejanía de sus ausencias; usted, en tanto, me dedicará cada uno de sus gemidos los que yo usaré luego para adornar mi propia fantasía en un nuevo poema.

Le invito a ser poema, para que yo sea de usted ese ciego que desea ver a través de la luz de sus ojos, ahí, donde yo estoy seguro de que me perderé en nuevas fantasías, pues, no habrá más belleza pura que usted me pueda dedicar en sus rimas que ser dueña de cada una de mis poesías.

Le invito a ser un poema; y yo seré dueño de su locura, que si usted me declara como su abogado para defenderla de sus penas, yo seré ese poeta de ese poema suyo, en donde podría amarla hasta morir en mi locura.