Nunca fui buen estudiante. No tengo mala retentiva pero mi capacidad de concentración es nula, y me despisto con el vuelo de una mosca o se me va el santo al cielo a la hora de ponerme a empollar sobre un libro. Si a esto le sumamos que mi voluntad para estudiar siempre ha brillado por su ausencia, no es difícil llegar a comprender mi estrepitoso fracaso académico. Tampoco quise ser deshonesto con mis padres en ese sentido, y en lugar de quedarme paseando libros hasta los 30 años, les dije que me dejaba los estudios para poner a trabajar. Se llevaron una tremenda decepción porque tenían puestas muchas expectativas en que estudiase alguna carrera, pero no quise engañarles ni engañarme a mí mismo.
Antes de eso, en mi etapa en la educación secundaria, si había una asignatura que aborrecía por encima de todas, aparte de matemáticas, era historia de la humanidad, por tratarse de una materia que exigía básicamente hincar codos. Más tarde me aficioné a leer novela histórica, pero no es lo mismo empaparte con la trama de personajes ficticios narrada en un determinado contexto histórico, que aprender de memoria fechas o nombres de reyes. Se me da fatal quedarme con fechas o nombres propios.
Me tocó un profesor de historia temido por todos los estudiantes mediocres por su rectitud al aplicar su método docente, pero sobre todo por su granjeada fama de infalible ante cualquier intento de copiar en sus exámenes, y temblábamos con solo oírlo nombrar. No se trataba de un hombre desagradable, de hecho hablaba con un tono de voz bastante suave y se mostraba siempre dispuesto a resolver cualquier duda. Era un profesor ya veterano, que por aquel entonces tendría unos 50 años. Sus clases básicamente consistían en pedirnos que estudiásemos varios puntos de un tema previamente leídos por él, y en la siguiente clase iba seleccionando uno a uno aleatoriamente entre nosotros para solicitarnos un resumen de manera oral. Si te nombraba y no te lo sabías, se lo decías y nombraba a otro. Salvo algún apunte que a él le pareciera oportuno para completar el temario del libro, no solíamos escribir. Nos limitábamos a escuchar su exposición del tema, subrayar lo importante, estudiar y resumir en voz alta.
Los viernes la clase era más amena, y en una mesa con ruedas traía una televisión para ponernos un episodio de la serie de dibujos animados "Érase una vez el hombre". Sinceramente, como yo no solía estudiar, era lo único que me gustaba de la asignatura.
Los exámenes sí eran escritos, y como ya he dicho, su fiabilidad para disuadir de intentar copiar era conocida por varias generaciones de alumnos. Se presentaba en el examen con gafas de sol para que no supiéramos hacia donde miraba, y nos repartía a cada uno un par de folios marcados con un sello para que no pudiésemos darles el cambiazo. A continuación, nos entregaba otro folio donde venían escritas las preguntas y se sentaba en su mesa a esperar. Por norma general, a cada alumno le tocaban distintas preguntas. Conforme íbamos terminando, teníamos que levantar la mano y él se acercaba hasta nuestra mesa a recoger el examen, tras lo cual salíamos del aula.
Habiendo suspendido historia a final de curso, en los exámenes de recuperación de junio y septiembre, a un amigo, al que llamaré, por discreción, por el nombre ficticio de Francisco David, y a mí se nos ocurrió la loca idea de intentarlo. No recuerdo con claridad quien fue el cerebro del plan, el caso es que necesitábamos de la mutua colaboración para llevarlo a cabo.
Yo me presenté al examen de junio. Llegué con el suficiente tiempo de antelación y cuando entré en el aula, tan solo el profesor y 2 o 3 alumnos ocupaban sus asientos. Después de saludar, me senté en la mesa que me pillaba más cerca, pegada a la pared a la izquierda de la puerta. El resto de alumnos que se examinaban fueron llegando y una vez estuvimos todos, el profesor se levantó para repatirnos los folios. Cuando tuve en mi poder la hoja de las preguntas, escribí la mitad y alguna más en uno de los folios en blanco, dejando un espacio prudencial entre ellas para que cupiera la respuesta. A continuación vino la parte más arriesgada del plan, y sabía que, de superar ese paso, me habría asegurado gran parte del éxito. Dejé caer al suelo el folio en el cual había escrito las preguntas y, tras esperar unos minutos para asegurarme de que el profesor no lo había visto caer, con disimulo lo pasé por debajo de la puerta empujándolo con el zapato. Al otro lado de la puerta había un pasillo largo con aulas distribuidas a uno y otro lado, y al fondo del pasillo se encontraban los servicios, donde esperaba asomado Francisco David, a la espera de ver salir el folio por debajo de la puerta. En ese momento, se cercioró de que el pasillo estaba desierto para correr a coger el folio, y una vez lo tenía en sus manos, regresó a los servicios para redactar las respuestas debajo de cada pregunta valiéndose del libro de texto. A continuación, se dirigió de nuevo hacia la puerta de la clase para volver a pasarme con cuidado el folio por debajo. Llegados a ese punto, ya nada podía fallar, y para que el profesor no me viese hacer movimientos extraños, incluso levanté la mano y le pedí permiso para coger un folio que se me había caído de la mesa.
Con el examen hecho ya encima de mi mesa, lo entregué y salí del aula. Ya lo único que podía fallar, es que el profesor, al corregirlo, se diese cuenta de que la letra de las preguntas no era la misma que la de las respuestas, pero al parecer no se percató y así aprobé historia ese curso. En la recuperación de septiembre fue Francisco David quien se presentó y yo me quedé esperando en los servicios. Él también aprobó. No nos sirvió de nada porque ninguno de los 2 seguimos estudiando. Incluso ya sabíamos antes de hacer aquello que estudiar no era lo nuestro. Por lo tanto, fue más una travesura de 2 chavales de 14 o 15 años que un acto de pillaje para sacar provecho, y en lugar de vanagloriarnos por haber aprobado la asignatura, nos congratulábamos por lograr abrir la cámara acorazada del profesor infalible. Algunos años después, al encontrarnos, hemos comentado con nostalgia la hazaña.
- Autor: Joseponce1978 (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 11 de junio de 2022 a las 00:12
- Comentario del autor sobre el poema: Estoy ya en plan abuelo cebolleta, contando mis batallitas de la maravillosa edad del pavo.
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 38
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