Me haces sentir que estoy en una prueba en medio de mi delirio. Ambos sabemos que tengo el corazón para hacer lo que sea, pero no por una impresión exterior, sino interior.
Me perdí y decidí quedarme en la oscuridad. Fui vil, traidor, mentiroso y arrogante. Le llaman consciencia narcisista, una caída espiritual. No enfermaba pero lloraba como si lo estuviera. Quiénes me siguieron estaban enamorados del dolor, de la ira, el desdén, la anhedonia y la destrucción, mía y de ellos. Me mantuve ciego por el placer a la muerte prematura, una ansiedad por el éxtasis de la muerte. Me resonaban las letras de Bukowski, Hemingway, Poe y Lechowski. Hablándome del gen que me da el idioma del arte, de sentir pena por mi alma, de querer jugar con mi vida por sentir anhedonia, el peor mal que puede invadirme. Ya percibí un placebo como un tratamiento para mi nefasta pereza, que ya te digo que si existe alguna diferencia entre hacer poco o nada, es mínima, o eso creía. De mi mente se exhumaron las palabras que intentaron ordenar el equilibrio que he cristalizado, de mi mundo que ya no está paralizado. Si en algún momento pensé que estaba perdido, me maldigo por haberme mentido, pero fue más la solemne epifanía de recordar a mi difunto maestro, que entre su delirio y olvido me aconsejó lo que Buda una vez presumió... Lee y escribe. Me vuelvo a sentir conectado, embriagado por los conceptos que había olvidado.
Ayer me vi al espejo... Otra vez sonrio como el niño que fui. Ya no lloro y solo escribo. La monotonía de mi bucle temporal me regaló una variación, un vestigio de una luz que me da vida. Una ligera dosis de DMT diaria, dónde las travesías se vuelven fervor acumulado al observar desde otros ojos, como una versión alterna de mi propia mente. Y entre astros, fantasías, romance y tragedia, me aviva la voluntad que se extinguía con la incandescencia de la desesperanza.
De la clase de sensaciones que te nacen de la nada. Basta con echar un pequeño vistazo para atraparte, uno puede creer que la indiferencia te programa a ya no estar impresionado por el montón, pero es que existe ese algo que te hace saber que no es cualquier cosa. La contemplación es un síntoma del mismo, la curiosidad y la ligera incertidumbre ya te lo susurran desde el inicio. Cuando ves más allá de todo, y lo sabes, no puedes engañarte por sentirte deleitado. Es como ver auroras boreales, bosques infinitos, montañas extensas, páramos y océanos sin fin. Eso es... Una limerencia sempiterna, un conocimiento inmarcesible. Es como una hermosa flor cósmica que nació en algún momento entre las sombras y energías, y me alivia con su polvo estelar, me consuela con su delicada imagen, me cautiva a desear preservarla y me despierta una devoción al querer contemplarla. Me entregué al té, a la fe y a ese sentimiento llamado usted. La luna sus aves y minerales, con un portal dimensional en su mano, de ojos brillantes y sonrisa embelesante. Fantasías ancestrales, cósmicas y reales. Solo con existir basta para ser seducido por la esencia profunda de su alma.
Valle de lirios que secretan dopamina y oxitocina.
Inhibición de cortisoles y pesadillas lúcidas.
Valle de crisantemos que revelan epifanías románticas.
Inmarcesible limerencia de vidas ancestrales,
Alienadas por una esperanza de futuras travesías,
Navegando entre el silencio y la contemplación.
- Autor: H. Cisneros ( Offline)
- Publicado: 13 de junio de 2022 a las 14:14
- Categoría: Amor
- Lecturas: 80
- Usuarios favoritos de este poema: H. Cisneros, Lucía Gómez, alicia perez hernandez, migreriana
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