Las puertas
Mi mundo interior es un universo cristalino y tranquilo. Lo percibo tan cerca de mí que por momentos creo tenerlo al alcance de mi mano. Pero también hay instantes despreciables que me resulta embustero y lejano, colmado de escondrijos y recovecos donde es fácil extraviarme.
Por instantes es sublime, es toda una solución; pero a veces puede convertirse en la parte más despreciable de mí ser.
En mi mundo interior se encuentran abundantes puertas de entrada y salida, algunas conducen a parajes naturales, de brisa fresca en el que se nutren árboles frondosos y arbustos colmados de flores de vivos colores. Pero también hay puertas que conducen a grutas oscuras y tormentosas, de terrenos pantanosos, con restos de cadáveres putrefactos, de seres que anhelaron resurgir y que en el intento resultaron atrapados como moscas en papel pegadizo.
Por momentos percibo que las puertas son iguales.
Pensamiento independiente de formulas ancestrales que nada más alivian el malestar que produce este laberinto: hábitos, costumbres, alcohol, tabaco,, ignorancia, creencias religiosas y prejuicios morales, son arquetipos de calmantes que no me permiten saber la diferencia entre una puerta y otra.
Mi capacidad de descubrir la diferencia que existe entre ellas es microscópica, con estas ideas arcaicas y retrogradas que aprendí de niño es casi imposible.
Ahora entiendo que debo cultivar mí libertad pensante para dar luminosidad a un pensamiento creador de nuevas formas y lograr diferenciar esas puertas.
Cuál es la puerta que me lleva a campos de brisa fresca, de árboles floreados con vivos colores y cuál me conduce a las cavernas lúgubres y cenegadas.
En mi mundo interior puede estar la tabla salvadora de mi vida o el lastre que me hunde en lo profundo del océano de la cobardía.
De mí depende, de mi pensamiento.
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Ella se acaba de marchar. Salió huyendo, cuando al decirme que había muerto tres veces, le respondí que era poco probable o imposible que alguien regresara de la tumba después de haberse comprobado su estado. Argumentaba que si ella no moría al menos tres veces, no tendría sentido resucitar en esta forma de vida. No pude contener la risa. Ni el llanto. Hubo tanto que platicar pero no soportó verme pegado al espejo, admirando mis dientes gruesos, al reír. Y mis ojeras que de inmediato se forman cuando lloro. ¿Cómo crees que he de creer esta falacia?, si mueres, mueres, pero no vuelves a nacer y caminar con tus pies fortalecidos. Imposible hacerlo una sola vez, no digamos, tres. Algo de eso fue nuestra plática que no duro mucho tiempo debido a su poca comprensión conmigo y no contar con argumentos suficientes para explicar lo sucedido. Ya quisiera poder revivir al menos una vez. Esas fueron mis últimas palabras y no alcancé a ver su partida, solo supe que se había marchado cuando escuché el golpe de la puerta mientras yo preparaba en la cocina un tazón de caldo de pollo con natilla. Siempre ha ocurrido así. No ha podido explicar más elementales de su manera de llevar la vida. Todo le puedo creer pero que ha muerto tres veces, eso sí que es una falsedad la cual no estoy dispuesto a entender. Un día me decía que siempre que hablaba conmigo, al poco no podía soportar ni un minuto más, que yo era tan cerrado de mi cabezota y que era imposible que comprendiera el tema. Qué más valdría nunca hubiéramos cruzado nuestras vidas. Siempre pensé me casaba con una loca de amarrar, a veces temía me atacara mientras dormíamos, decía guardaba en su mesita de noche, unas tijeras y una daga española, la cual ocuparía para defenderse de la agresión que podría causarle un ser maléfico que ella sabía andaba tras sus pasos. Ahora pienso que podré dormir con tranquilidad porque también podré sacar de mi mesita de noche, las cuchillas, la almágana y el formón, con el que cada noche, tallaba el ataúd que preparaba para ella.
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Lectio utrem
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Encontré bajo mi lecho al demonio atrapado en una botella, en una botella color verdusco, que tenía forma obscena y grotesca. Con las manos atrás daba vueltas y vueltas y se lamentaba de su encierro. No sé quién lo condenó a vivir allí.
Pero de pronto, una nube gigantesca nos envolvió con un manto de esperanza, y él se echó a dormir el sueño de la infamia, por un millón de millones... y yo, de inmediato, me puse a escribir signos y símbolos sobre la botella.
La botella sigue plácida bajo mi lecho.
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¿Y dónde diablos voy a poner mis lágrimas?
Yo sé que solo el llanto reconforta la pena de no estar contigo; y no encuentro otra salida a este laberinto de jazmines y rosas.
También sé que la muerte reivindica cada unos de los estados del alma, y los calma, apacigua los ventarrones del tiempo, pero aún no encuentro donde poner mis lágrimas.
Que digno es llorar, cuando es sobre la tierra que adoras, que digno es llorar cuando es sobre la dulce morada de mis progenitos.
Digno es venir a esta tierra tuya, ardiente tierra tuya, hasta ti, cuando aún no sabes si decidirás trascender en mí, a mis brazos de fuego, un día…
Y si regresas a tu tiempo… Que sea llorando, llorando, posible que yo ya conozca, donde poner tus lágrimas, donde poner tu llanto.
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Breves y fugaces
Decía nunca recogería lo puesto en el cesto de la basura. Ese día que ella le llamó por teléfono, le tocó tragarse sus palabras…
Edgardo Benitez
- Autor: Edgardo Benitez (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 17 de junio de 2022 a las 10:28
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 20
- Usuarios favoritos de este poema: Edgardo Benitez, Shane Spielrein, alicia perez hernandez
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