En sus ojos

De alguna forma, yo me desenvolvía entre lo humano y lo divino. En su universo se paseaba esa oscuridad enceguecedora que encandila a hasta el alma más pura. Sin embargo, era en sus ojos en donde me dí cuenta de las supersticiones con las que está hecha la vida. Quizá algunos prefieran callarlas, pero en sus ojos se paseaba ese infierno incólume escondido en la mirada de versos fugaces que alguna vez quisieron hacer hogar en su piel. Es en ellos en donde encontraron esa techumbre prometida por los labios de un poeta romántico y empedernido, obseciinado con la perfección de sus rimas. Ahí era donde están seguro que debían hallar esa belleza que impregna cada uno de sus poemas; les da el valor necesario para no acallar su voz ante la multitud perdida en la ignorancia, se quebrantan tan solo con sentirse un verbo divino, de renombre universal perdido en la resonancia de su mágica cosmovisión enamoradiza en donde la primavera demuestra sus más bellos colores en las flores que se abrían en su rostro. Pero esa misma obseción resulta a veces obstinada: quiere convertirse con zaña en un verso que sea adulado por las maravillas que esconden esa mirada. También resulta ser abrumadora esa manera en la que ella se caía una noche de tantas como esta, en donde yo la dibujaba en mis pensamientos, mis dedos le hacían el amor a cada rato, mientras mis rimas le seducían a modo de versos en sus ojos, ahí donde la oscuridad se hace día con su luz; ahí donde por fin mís versos encontraron ese paradero a modo de ataúd con la esperanza quizá vaga de que algún día poder morir en sus ojos, en donde será esa muerte, que yo imaginaba en sus labios, quien les desgarre la vida para apresarlos por siempre en la eternidad de su mirada perdida en un verso de poema vago que siempre ha querido por ella morir de amor.