El pintor apoyó su caballete
en el hueco del bosque
donde los rayos del sol
desparramaban la luz
sobre las hojas doradas.
Tomó sus pinceles
Y los colores del mundo
que llevaba divididos
en pequeñas vasijas.
Elevó su mirada
lo más alto posible
y dejó caer el racimo
de nubes moradas sobre su tela.
Descendía su pincel
desde la roja ladera del monte
hasta la frágil ternura
del helecho que bordeaba el río.
La magia del bosque multicolor
abrazaba el camino de piedras
junto al arrollo.
El artista había reflejado
con su alquimia de espejo:
la ladera y sus soles,
las crestas rojizas,
los muzgosos verdes,
la llanura infinita,
la arena y sus piedras,
el agua y su cielo;
y se quedó dormido.
Cuando el alba le cayó sobre sus ojos,
en el bello paisaje había un hombre;
y lo pintó.
Luego dos,
y los pintó.
Cientos y los pintó.
Miles, y los pintó.
Socavaron el monte,
y lo pintó.
Talaron el bosque,
y lo pintó.
Enturbiaron el agua
y la pintó.
El artista y su mundo
son dos cosas abandonadas
a los rayos del sol.
- Autor: Osvaldo Norberto ( Offline)
- Publicado: 17 de septiembre de 2010 a las 21:27
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 35
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.