Era una noche hermosa. El delicado reflejo de la luna inundaba todo en aquel lago lleno de cisnes. Las estrellas brillaban intensamente, radiantes, como la sonrisa de aquella mujer.
Era emocionante, corceles andaban por todas partes, los invitados llevaban trajes blancos e impecables, con diamantes, con coronas y joyas deslumbrantes.
Nadie podía quitar la emoción en el corazón de aquella muchacha, había escuchado varias veces que al Rey le encantaba bailar con las jóvenes bellas de todo el reino, así que decidió ponerse aquel vestido blanco estilo princesa que había guardado para aquella noche, con una delicada corona de siete diamantes color lila, y guantes transparentes con mucho brillo a juego con todo el vestido que usaba en aquella noche especial.
Julia había pasado todo el invierno escogiendo delicadamente las mejores telas, el mejor diseño, lo mejor de lo mejor. No hubo ni un solo día en la que no estaba ansiosa por conocer al gran Rey. Esperaba agradar su corazón, y con un poco de suerte, quizá podrían llegar a bailar.
Lo cierto era que, ella no estaba emocionada en sí por conocer al Rey, aquel hombre de finos trajes y amable personalidad con inmenso amor, tenía fama de acoger a todo aquel que necesitaba de un padre, él no podía tener hijos propios, por lo que adopta a aquellos que agradaban su corazón y hacían lo que él ordenaba. No era un mal tipo, al contrario, era caballeroso, y siempre tenía una flor en sus manos, una flor que al ser recibida por la otra persona tenía el poder de absorber sufrimiento, llanto, y sobre todo, de absorber todo tipo de dolor.
Aquella muchacha no conocía a sus padres, ella pasaba encerrada en la habitación que el mundo le había ofrecido a cambio de no salir, y morir dentro de esta, para que nadie allá afuera viera su vergüenza, y la desdicha de ser una pobre bastarda huérfana.
Al principio fue fácil para ella hacer todo lo que el mundo le decía, y por un tiempo funcionó, hasta que llegaba la primavera, y con ella las horas doradas de cada tarde, jamás se las perdía. Padres, madres e hijos, paseaban de la mano, reían, jugaban, ella siempre veía las sonrisas de aquellos que vivían su vida con amor mientras bebía té en la oscuridad de su habitación.
Pasaron incontables noches en las que ella deseaba sentir felicidad verdadera, noches en las que ella deseaba ser arropada hasta el cuello, mientras acariciaba su cabello hasta dormir y recibir un beso de buenas noches. Deseaba ser amada.
Después de muchas lágrimas derramadas sobre su almohada y miles de dudas que cada noche atacaban su cabeza, aquella muchacha logró reunir el coraje de salir al mundo y encontrar aquello que faltaba a su desgastado corazón. Encontrar el amor, al principio no fue fácil, muchas personas la juzgaba, hablaban de ella, no la aceptaban, pero logró superar un poco aquellas incómodas situaciones, logró calmar un poco a su corazón y se atrevió dar cara a aquel Rey, solo deseaba ser aceptada, y tener una familia, un lugar al cual pertenecer. Y es por esa razón que ahora se encontraba en los inmensos pasillos de aquel castillo.
El saloncito estaba repleto de muchachas casi igual a ella, todas esperaban ansiosas la llegada del gran Rey, hasta que aquellas campanitas en las puertas del ala oeste resonaron por todo el lugar.
Enormes puertas de oro con delicados diamantes incrustados en las mismas se abrieron a la par que un hombre esbelto, buen porte, presencia intimidante pero sonrisa amable y ojos amorosos se hizo presente en la sala junto a sus veinticuatro consejeros reales. Todo el lugar quedó en silencio ante tan imponente presencia.
Todos los presentes se inclinaron ante el rey según los protocolos que les fueron impartidos en toda la preparación que tuvieron.
-No tengáis miedo, he venido ante vosotras y vosotros con humildad de corazón.
A pasos lentos, aquel hombre caminaba entre la multitud, sus ojos observaban a todos los presentes con gran amor.
La noche era emocionante, el Rey había bailado ya con varias muchachas, y las había recibido con gran agrado como sus hijas e hijos. Ahora eran príncipes y princesas, dejaron de ser aquello el mundo amaba, para convertirse en aquello que el Rey amaba y el mundo aborrecía.
Julia desde niña, había soñado secretamente en ser una princesa, su gran sueño siempre había sido pertenecer a la realeza, bailar con el Rey, aunque en esos días de su niñez le daba miedo por su estricta manera de cuidar a sus hijos e hijas, pero no le importaba, aunque su pequeño y delicado corazón estaba roto, siempre deseó ponerse un vestido largo y pomposo con mucho brillo para algún día presentarse ante su Señor y poder tener un padre que lo ame al fin.
Ella estaba nerviosa, se encontraba jugando con sus manos en una esquina del salón mientras acomodaba su vestido y su corona, el Rey se acercaba cada vez más y lo quería impresionar.
-Te amo, con todo mi corazón, eres suficiente y todo lo que mi corazón desea encontrar –Julia veía como el Rey levantaba el suelo a aquella muchacha que lloraba a los pies de su Señor –Eres mi hija ahora, te protegeré y cuidaré de ti, estaré en los días de felicidad y gozo, pero sobretodo… –besó la frente de aquella mujer –estaré para ti en aquellas noches en que la tristeza inunde tu corazón, estaré para ti como poderoso león cuando aquel lobo quiera arrancarte de mi lado, por que eres mi hija, mi princesa amada, y te amo con todo lo que soy, lo que era y seguiré siendo, porque uno soy, siempre estaré contigo, lo prometo.
Julia veía con lágrimas en sus ojos como aquel Rey con fachada imponente hablaba con amor y voz suave aquella mujer que con gran dolor se postró antes los pies del Señor, la misma que ahora era dirigida por los consejeros del Rey dentro de las instalaciones del palacio. Ella también quería ir, también quería ser su hija.
El corazón de Julia saltó de su lugar al ver que ahora su Señor se acercaba a ella, pero jamás se imaginó que lo que pasó a continuación iba a suceder.
-¿Quién eres tú? –su mirada era intimidante. Julia retrocedió.
Se llenó de temor.
-Señor, soy Julia… mi nombre está en la lista, yo…
-No te conozco, deshaced aquella mujer de mi presencia.
Los guardias se acercaron a Julia, y tomándola por los brazos la empujaban hacia la puerta.
-Señor… -sus lágrimas bañaban su rostro.
Aquel hombre la miró sobre sus hombros, y sin más, cerró la puerta mientras la miraba a los ojos.
Julia no lo entendía. Había hecho todo lo que se le pidió, pero al parecer no fue suficiente, no logró agradar al Rey, quizá no era lo suficientemente bonita, o su vestido no era lo suficientemente hermoso. O quizá había escuchado que era una sucia huérfana.
Su corazón lloraba de soledad al saber que jamás pertenecería a ningún lugar, que todo lo que el mundo decía era verdad, solo era una basura más. Cuanta razón tenía. Había perdido su única oportunidad de tener un padre, había perdido la oportunidad de amar y ser amada.
- ¿Por qué ellos sí, y yo no?
Sus gritos eran desgarradores, no importaba cuanto gritara, nadie la escuchó.
Mel
- Autor: Bee Angela (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 3 de agosto de 2022 a las 22:28
- Categoría: Triste
- Lecturas: 28
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