Era una mujer sumisa, tranquila, con una paz extrema, y con un dulce corazón. Cuando en el camino de ésta mujer llamada Fulgencia era y solamente la dama del castillo en la vida de Inocencio. Y, Inocencio un hombre rico, pero, con unos gustos por el suelo, se enamoró de Fulgencia, una mujer sola, tranquila, y retraída, y tan desconcertada en la hermosura de una mujer. No era bella, sino que era una mujer herida y sin la gracia de la belleza de una mujer hermosa. Porque cuando conoce Fulgencia a Inocencio, se llena de un carisma total de bellas flores como las rosas en primavera. Y más cuando le propone matrimonio, cuando en su cara de mujer fea, se llenó de una esencia y de una felicidad innata, porque no sería una más sin amor. Y Fulgencia con un dogma carismático, y con una esencia innata en querer derribar la decencia en una mala caracterización de una presencia y tan original como ser fea y no tan agraciada como la belleza humana y más como una dama por un castillo en que Inocencio le creó y más que eso le otorgó a Fulgencia para vivir en paz, y con el amor entre ambos. Y Lola, su mejor amiga desde la infancia, la envidia sin poder más, porque en realidad ella quería amar a Inocencio y más que ella, que Fulgencia. Cuando en el alma de Fulgencia se vio con una inmensa felicidad porque se casará con Inocencio, en una mañana de domingo. Fue la esencia y más que esa ingrata desesperación cuando en lo penitente de un caminante se erizó la piel de miedos, Fulgencia. Porque cuando en el alma de Fulgencia se vio atemorizada de espantos nocturnos cuando llegó la noche de ese compromiso de amor entre Fulgencia y Inocencio, se vio fríamente indeleble y llena de pavor inconcluso de un instante en que sólo el sueño de ser la dama del castillo de Inocencio se le va la idea en ser la dama más bella de la historia, de la vida, y del amor y del corazón de Inocencio. Cuando en el embate de dar con la mísera verdad, se vio álgidamente al acecho en poder creer en el mismo instante en que se cuece en el destino un sólo camino, pero, sin destino de un amor en la vida misma. Y Fulgencia se vio fríamente fea a la hora del compromiso, no era extraño, sino verdad. Y Fulgencia débil en el alma, pero, fuerte de corazón por amar a Inocencio, en el compromiso de ese amor clandestino, pero, tan verdadero como tan certero. Cuando en el alma de Fulgencia, se le dio por envenenar hasta a su propia alma cuando en el camino irrumpió un momento, en que se dedicó la forma de actuar y de ver el reflejo del sol, en cada ilusión, en cada tiempo, en cada contratiempo, y en cada paz de su propia alma. Si Fulgencia activó su manera de ver en el instante de creer en el alma en su propio destino, fue como la insolvente forma en dar con la ilusión, con la atmósfera, y más como el tiempo. Inocencio se dedicó en la forma adyacente de amar a Fulgencia aunque no tenía el calibre de una doncella o de una princesa, pero, se llenó su corazón de amor y de pasión por Fulgencia. Porque cuando en el alma de Fulgencia se vio tristemente abatida y tan herida con la forma de ver el reflejo del sol, y en cada forma de la vida, y tan herida como la forma de entregar la vil atracción de querer amarrar el alma a un eficaz tormento y un amor tan leal como era el de Fulgencia hacia Inocencio. Inocencio amoroso, y pasional, se embriaga sus venas de alcohol, esa noche de amor y de pasión, cuando en el instante ama a Fulgencia, y ella con o sin el pudor ni el coraje de amar a Inocencio, se vio fríamente indeleble al olor a alcohol de Inocencio en el lecho lleno de amor y pasional de Fulgencia e Inocencio. Y Fulgencia casi ineficaz con el alma y el amor en cada recelo de la vida, porque entre su corazón y el latido, comenzó a amar insistentemente y con el alcohol entre las venas de Inocencio se vio fría y mal inconsecuente. Hicieron el amor como dos adolescentes en la escuela, como dos gaviotas en medio del lago, y en medio del mar oceánico. Inocencio, amoroso, real y tan pasional, se dedicó a amar a Fulgencia, con el amor en cada beso, en cada caricia, y en cada recelo de su cuerpo y en su piel un calor extremo, como que en cada fulgor una estrella que brilla más en el universo álgido. Y Fulgencia sola, herida con ese hilo de sangre de su virginidad, pero, con un placer bueno y de mucha suerte haber llegado vírgen al matrimonio con Inocencio. Inocencio la hizo reina del castillo, su dama del castillo, aunque fea era y no con mucha gracia ni hermosura, sino que su esencia y su presencia la hizo merecedora de ese castillo universal como hogar. Y Fulgencia sumisa, fría y tan álgida como el mismo hielo frío, quedó anonadada y atónita cuando Inocencio la llevó a su hogar, pues, la hizo merecedora de ese castillo universal. Cuando, al fin y al cabo, ella, se instala en ese hogar como castillo universal que Inocencio le hace hincapié para que fuera ella, la dama del castillo y sí, que así fue. El hombre llamado Inocencio se vio formando a una dama del castillo, cuando en su afán de creer en su belleza interior, quería ver a toda una mujer en ese castillo. Y la vistió de tal forma y la maquilló, que casi parece una dama, pero, aún le falta mucho por ser toda una dama de ese castillo. Cuando el instante se vio Fulgencia pensativa y como una verdad inocua e impoluta y se electrizó su forma de ser y sin poder ser. Cuando en el altercado frío y tan gélido se le viene encima a Fulgencia una corazonada, una euforia, pero, un dolor y tan frío, como el instante en que se dio cuenta de que no será más la fea sino la agraciada de Inocencio. Y Fulgencia indeleblemente fría y gélida con la gran nueva buena que es la dama del castillo de Inocencio. Cuando en su afán de vanagloriarse por ser la dama del castillo, no le gustó en nada sino que aceptó con gran aceptación. Y, así, fueron todos los años, ella, Fulgencia, fea, y maquillando lo que se ve venir una vida lujosa y con amor de Inocencio, pero, casi sin aceptar su poca realidad. Aunque no se siente feliz, con ser la dama del castillo, se sintió débilmente y sin más fuerzas que el mismo corazón por amar a Inocencio. Y su aspecto y sus facciones en el rostro, no eran ya los mismos, sino que su mirada no era ya igual, mira con recelos, con estar hartada de la vida, cansada de la rutina diaria y de lo mismo. La vida de Fulgencia se vio fríamente indeleble y adherida a la vida más amarga y más tenue de la vida misma. Cuando en el acecho de todo y por todo, se vio tristemente abatida, y herida y sin Dios, buscando el amor en cada paso de la vida misma, pero, no, no quiso ser más de lo que pudo en ser, Fulgencia, cuando en su afán de hacer de la realidad una conmísera atracción, de la vida, fue de la muerte edificando lo más conceptual, de la vida misma y de la tierra nueva en que había edificado a un castillo siendo la dama del castillo y del amor de Inocencio. Y de ese amor sólo quedó una pasión desnuda, un deseo inocuo, y sin una terrible tempestad, y en soledad más amarga, quiso en ser como el tiempo y más como las horas más amargas de la vida misma siendo un cometa de luz apagado. Y encendiendo una vela mágica en el castillo oscuro de la rutina diaria, y más de la vida misma de Fulgencia. Se electrizó la vida misma y la misma fuerza en cada suspiro de la esencia y más de esa vida cruel en la que a Fulgencia le sobrevino de momento cuando se enamoró de Inocencio, y él, Inocencio le ofreció y le otorgó un castillo, para que sea Fulgencia la dama de ese castillo. Y siendo la dama del castillo, sólo quiso ser la dama más bella de la historia y de que había pasado por la vida misma cuando en su afán de creer en su alma muerta de espantos seguros se vio aterrada en la idea en ser la dama del castillo de su único amor, Inocencio. Inocencio se enfrascó a la vida y más que eso al amor de Fulgencia en cuanto a los celos de la vida, pues, Fulgencia era fea. Porque cuando en el alma de Inocencio se vio mortífero e intrincado e intrínseco, creó la manera de observar de que su mundo se ve feo como su mismo amor llamada Fulgencia. Aunque Inocencio se armó de valor y la amó como nunca teniendo en su corazón sólo amor para ella con la borrachera que tenía en sus venas de esa noche pasional y amorosa con ella y como siempre. Y Fulgencia se miró aterrada, aferrada y más que eso atemorizada de espantos nocturnos cuando en su habitación se vio en el espejo y horrorizada de deseos quiso en ser una mujer bella y tan hermosa como para ser deseada por otros hombres y más por el amor de Inocencio. Calló lo que calla toda mujer en el corazón mismo, una ilusión, un deseo o un amor, el cual, ella se enamoró perdidamente de Inocencio y, sí, que hubo matrimonio con él. Y quedó Fulgencia desorbitada, hiriente en el alma y como una liebre sin destino seguro. Cuando, de repente, quedó como el intercambio de un sólo dolor, de una calma en tempestad y como la soledad misma en cada dolor de su propia piel. Y Fulgencia quedó como el mismo instante en que se dedicó a ser como la flecha de cupido flechando a su propio corazón. Y sin razón alguna, se dedicó a ser como la gran desesperada mujer por el amor de un sólo hombre, y del cual, ella estaba muy enamorada. Cuando la mujer llamada Fulgencia, se dedicó en fuerzas y a gran escala en ser la dama del castillo de su hombre llamado Inocencio. Cuando en su afán se vio aterrado y tan fantasioso como el mismo desastre de creer en lo artificial de la vida misma. Cuando en su delirio quedó maltrecho y lleno de un desafío y tan frío como el mismo instante. Porque en ese mismo instante se vio ingrato como el mismo frío invernal que pasa por el mismo castillo de Inocencio. Y Fulgencia con una vil ausencia, y una eficaz tormenta desde su máximo interior, cuando en su afán de sentir el dolor más fuerte en su alma, se vio aterrada y fría como el mismo hielo. Si Fulgencia sólo le teme a algo, y es el miedo de perder a Inocencio, o en ser engañada por Inocencio y que pronto tenga una amante que le ofrezca la belleza que ella carece. Cuando en su dolor en ser fea, sólo la convierte en algo supremo y máximo de belleza interior y a eso le gusta Inocencio. Inocencio débil en sus fuerzas y en sus fortalezas de un hombre casado con Fulgencia, se vio fríamente indeleble de creer de que amará a otra mujer que no sea Fulgencia. Y Fulgencia siempre con esa espinita en el corazón, de que si su marido la engañara con otra mujer por no tener o no ser bella. Su amiga Lola la consuela con envidia en su boca, por no ser ella, la dama del castillo de Inocencio. Y Fulgencia llena de dicha, de deseos y de aventura nueva como ser la primera dama del castillo de Inocencio. Y Fulgencia se vio fría y convincente de que su marido Inocencio no la va a engañar con otra mujer. Si Fulgencia con la ausencia de belleza que carece en poder creer en el desenlace efímero, real, pero, trascendental, de que será la mujer y más que eso la dama del castillo de Inocencio. Cuando en el ritmo de su corta existencia se vio fríamente indeleble e inocentemente inadecuada la forma de atraer en el amor a Inocencio, y en la forma de creer en la pasión llena de osadías inertes como tan suave es la piel de Fulgencia que era la máxima atracción de Inocencio hacia su forma más eficaz de atraer con la memoria a todo un amor. Cuando en el delirio frío de creer en el combate de dar con la única salvación en dar con la única verdad de que fuera inerte el deseo de embriagarse para poder hacerle el amor a Fulgencia como cuando en la noche de bodas. Inocencio abatido y mal incongruente con el acometido en caer de bruces abiertas, lo que se enreda en el instante en que el alma de Fulgencia quedó atrapada en el amor verdadero e impoluto y real de Inocencio. Cuando en lo imposible de creer en el embate de dar con la verdad se vio mortífera y llena de espantos inseguros cuando en el trance de lo perfecto quedó atrapada en el amor tanto Inocencio como Fulgencia en su eterno amor.
Una noche clandestina de esas de sosiego constante en que el embate de creer en la conmísera esencia y de una ausencia por parte de Inocencio en su propio castillo se vio fríamente indeleble con sus amigos de la infancia en un negocio tomando cervezas frías. Y se vio Inocencio frío, insípido y sin ser impasible se tornó efímero como el descontrol de una figura soslayando en una fuerza inerte, pero, ebrio con esas cervezas en la cabeza, se tornó áspero, e inconsciente, y buscando bellezas donde en el corazón no existen, como el deseo y como el mismo instante en que se forja el deseo de amar con la verdad. Y de que la fuerza en el amor, y en el corazón, se forjó como el deseo nuevo de creer en el instante en que el fuego del amor y más en el corazón se fugó la mala suerte, de creer en el instante en que la fuerza en dar a toda una vida se edificó esa suerte para poder enredar su corazón con una mujer con belleza innata. Cuando en el opaco instante de dar con la verdad, se electrizó la forma de creer en el instante en que se electrizó la manera de que en el desenlace fatal de una sola verdad, en que se fue la forma de dar una sola verdad en que se enamoró Inocencio de una mujer tan hermosa como la misma rosa. Cuando en el embate de creer en el inicio de ese amor se sintió como el mismo adolescente, en que se dedicó como la forma de amar a ésa mujer engañando a Fulgencia como la dama del castillo de Inocencio. Esa noche no llegó a tiempo al castillo, ni al amor que le esperaba con su amor llamado Fulgencia, en el castillo como la dama de Inocencio. Inocencio se dedicó en ser como la vida y más que eso como el hombre que ama el deseo, la belleza y el amor de una amante. Y como un cruel hombre ebrio, y sentenciado a amar a una mujer bella, porque en el desenlace fatal de esa relación fría e inconsciente, y efímero, como la furia de entrever el frío de ver y sentir el amor en pieles de infidelidades pasionales de que el instante se fue como el único pasaje de ver el cielo con estrellas fugaces, pero, no, Fulgencia lo espera y fueron tiempo y horas muertas de desesperaciones inconclusas de poder creer en el alma de Inocencio en que se dedica como la exasperación de creer en el alma de que Inocencio como preámbulo de amar en la misma fortaleza a ésa mujer hermosa. Cuando en su afán de dar con la sospecha de la infidelidad por parte de Inocencio no se le cruza por la mente a Fulgencia. Figurando en el desenlace fatal de una verdad fría como el instante de creer en el mismo y único amor en el mismo tiempo en que el desastre se apoderó como la misma fuerza en el amor. Si dentro del corazón, sí, en su interior, se dedicó con la fuerza de creer en el mismo hechizo del amor pasional e infiel de Inocencio. Cuando en su afán de creer en la misma fuerza en dar como aquella vez en que su insistencia como la gran ausencia de Inocencio en esa misma noche en que no llegó a tiempo. Ni en el mismo instante en que a su vez es la misma fuerza en dar una verdad de que el amor le había llegado a Inocencio y más con belleza física lo que más extrañaba Inocencio. Cuando en la trifulca de un sólo desafío frío, se identificó como el más de los extraños amores y pasionales de infidelidad con la misma mala suerte para Fulgencia. Porque cuando en el trance de la verdad y de lo imperfecto de la seria certeza se entristeció como el suave desenlace final de creer en que la infidelidad se le acerca a la vida a Fulgencia. Y, ella, abatida, fea, intranquila y tan herida, como la fuerza de creer en la mala suerte de ver el cielo de añil, se vio friolera, y tan álgida como la vez aquella de dar con la forma de ver el instante en que se identificó como la mujer engañada, fría e insípida como la misma fuerza de creer en el mal tiempo que se avecina en la vida de Fulgencia. Porque cuando en el embate de dar una sola verdad, se dedicó en fuerzas intransigentes de creer en el corazón enamorado de Inocencio y con una fría voluntad en saber de que será como el hombre infiel de dar una sola verdad y tan gélida como el mismo tormento, de creer en el "issue" de esa cruel y terrible infidelidad con la verdad fría y con la única verdad de que su mundo se fue como la infiel insistencia en ser la dama del castillo. Cuando en su afán y en una sola satisfacción a su alma, se vio y tan fría como el mismo mal percance. Cuando en el mal instante creó como siendo lo más imposible en dar un sólo infiel amor, en que se dedicó en la misma fortaleza en haber amado a Fulgencia siendo la única dama del castillo de Inocencio. Cuando, al fin y al cabo, se vio mencionando como una fuerza extraña de creer en el alma una sola y eficaz infidelidad sin un sólo trayecto o un camino directo entre Inocencio y ésa mujer hermosa. Y ésa mujer hermosa y tan bella como el cielo alto o como el vuelo de un ave con libertad de la vida feliz se vio intransigente como el mismo delirio frío al romper una relación con la dama del castillo de Inocencio. Si se vio frío como el álgido tormento de creer en el alma fría como la verdad de dar con el servicio que le da la mujer más bella de la vida feliz. Cuando en el tormento de Inocencio se vio frío y como el mismo tiempo en que se dedicó como la fuerza de creer en el mismo instinto y con la verdad cuando amó a ésa mujer hermosa. Y como una fuerza en el alma y más en el mismo corazón se fue de la vida misma, se fue sin razón y sin más preocupación amó a ésa mujer y tan bella como la rosa, se fue de la herida profunda en su piel y más de su querer y tan hondo como que se fue de la vida misma sucumbiendo en un sólo trance y tan perfecto como haber amado a ésa mujer sin haber pensado e imaginado en el engaño con ésa mujer de la vida feliz dejando inerte, y sin consuelo y herida a Fulgencia, sí, con ese engaño y tan frío y tan doloroso. Porque cuando en el alma de Inocencio amó a ésa mujer de la vida feliz, se vio friolero, y sin amor ni pasión y desnudo de amor la quiso amar, pues, estaba borracho y tan ebrio que no sabía qué hacía. Y esa noche, fue esa noche nada más, que esa noche, cuando en el alma de Inocencio se vio llena de luz, de amor y de pasión inerte por el amor de ésa mujer que le atrae hasta el alma, porque cuando la amó se da cuenta de que amó y que amaba a Fulgencia, a pesar de su belleza carente y de su feo físico, pues, era la dama de su castillo, y eso no lo cambiará nada ni en su vida, ni en su mundo, ni en su corazón. Inocencio y tan inocente de todo, se fue de la vida y más que eso de la manera de amar a ésa mujer en que casi la pierde de vista, de corazón, y del amor que le tenía. sí, a Fulgencia. Cuando en el altercado frío de estar casado con Fulgencia se vio frío y tan friolero y casi y tan inocuo como para predecir en el momento en querer amar sin consecuencias ni frialdad en amar lo que más se demuestra en amar a la dama de su propio castillo. Cuando en su afán de atreverse a amar y de aferrarse en el instante de creer en el amor puro e inocente, pero, Inocencio quedó intacto como tan inerte como la órbita lunar de un cuerpo atrapando su delirio y su friolero destino y de su camino un sólo instante en que le pareció bello, pero, no muy atraído por el embate de la vida y más del amor en el mismo corazón. Cuando en el instante y más que eso se vio fingiendo en el acto, pues, en el acto de amar sólo quería a amar a Fulgencia, a la dama del castillo de Inocencio. Cuando en lo imposible de creer en el alma se vio fríamente delgado como en el corazón un sólo latido muy lento y no tan fugaz ni veloz como cuando ama a Fulgencia. Porque cuando el delirio y el desafío de Inocencio y de entrever el cometido de ver a su propia alma fuera de lo común se fue de la vida como un vivo queda moribundo con la misma muerte. Cuando en el mal instante de creer en el silencio o de un sólo sabio momento se vio Fulgencia en la espera más amarga y más dolorosa de la vida esperando en la noche por la llegada de Inocencio y nunca llegó a su castillo ni al corazón de su amada, a la dama del castillo. Cuando en el alma de Fulgencia llena de amores y de compasiones inconclusas de creer en el alma a cuestas de la sola razón con la locura de saber del panadero de su marido, se vio aterrada, horrorífica, y temerosa, de creer de que le ocurría algo, y su pensar y su imaginación va más allá de la ciencia y del pensar humano. Aunque Fulgencia no se dio cuenta de la crueldad y de la terrible infidelidad de su acto, sino que imagina y piensa de que su mundo no es tan real como mortífero y como la vida es cuando en la infidelidad no se le viene a la cabeza, por ser un hombre bueno, amoroso, y dador de un castillo a la mujer más fea del mundo, pero, aunque era fea no se le ocurre del engaño o de la mentira de Inocencio hacia ella. Cuando en el alma de Inocencio se vio tristemente e indeleble como el mismo sol en la piel, pero, con la virtud yace en el mismo suelo y como que su vuelo lo dejó con alas muy mojadas y como un estorbo en el mismo suelo por donde se pasea la lluvia. Y dejando una silueta de una belleza profunda de creer en la misma suerte de dar con la salvación de dar con la verdad de ésa mujer que amó era tan bella como la misma rosa en su jardín, pero, más le llama en el corazón Fulgencia. Cuando en el tiempo y más en el corazón, Inocencio quiso amar a ésa mujer por su belleza innata, pero, tan trascendental como impoluta es la verdad. Porque cuando en el alma de Fulgencia se vio fría como la lluvia o como el frígido camino en que el deseo de amar se volcó más y más, cuando en el deseo y en la vida una conmísera atracción física con ésa bella mujer que conoció esa noche cuando con sus amigos se fue a tomar un par de cervezas y conoce a la mujer de la vida feliz. Porque en el trance perfecto de la vida se fue por donde se pasea un desierto imaginario o como la fantasía de amar a ese amor cuando Fulgencia, sí, aunque era fea, Inocencio la amaba, sí.
Continuará…………………………………………………………………………………………
Por: Srta. Zoraya M. Rodríguez
EMYZAG
- Autor: EMYZAG (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 4 de agosto de 2022 a las 00:02
- Comentario del autor sobre el poema: ~ * ~Sinopsis: ~ * ~Fulgencia, era la dama del castillo de Inocencio, era una mujer casada, sumisa, y muy tímida y por cierto fea, una noche se entera de la infidelidad de su marido, y su amiga Lola, la convierte en una mujer de verdad, y le dio vida al resto de su vida…Mi #14 de novelas cortas en el año 2022… Mi #102 de novelas cortas hasta el año 2022…
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 18
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