Soy estudiante, imbuido en investigaciones académicas.
En la plaza de don Diego
como ya lo es de costumbre
llega efímera en la lumbre
doña Rosa, la del ciego
que con su bastón de fuego
el barón de buena facha
con la aurora se emborracha
y hasta en forma de conquista
ruega a Dios por tener vista,
¡oh, del ciego su muchacha!
Al ver Diego a la mozuela
corre y se cambia de ropa
y ahí, en medio de la tropa
va Tiburcio Valenzuela.
Ese ciego no es de escuela
pero tiene muchas cosas,
se perfuma con las rosas
y es sabio de nacimiento
¡Oh, Dios mío! ¡Que talento!
¡Oh mujeres talentosas!
Doña Rosa que lo mira
logra decirle, ¡oh, don Diego!
Es usted el gran manchego
que con esencia suspira.
Yo sé que nunca conspira
y que ama a las ancianas...
en su pecho lleva ganas
de decirme con el viento,
que siempre en su pensamiento
soy el canto en sus mañanas.
Y don Diego muy corriente
responde tan admirado:
¡oh, Rosita Coronado!
Yo la llevo aquí en la mente
y hoy que estamos frente a frente
pongo mis manos al fuego.
Muy consciente no le niego
que es tan bella y primorosa...
no puedo amar doña Rosa,
¡es usted mujer del ciego!
Un pretexto tú me pones
y a la vez es conclusión,
ya dirá ese corazón
si le encantan emociones.
Situación de situaciones
en las manos te desprendes,
doña Rosa, ¿qué pretendes?
Decía Diego asustado.
Ese ciego jorobado
a la muerte bien se vende.
Don Diego muy conmovido
fue a visitar al gran Ciego
y gritando: ¡yo te ruego
que no te quedes dormido!
Doña Rosa ha decidido...
¿Qué cosa? Piensa venderte...
¿y eso a quién? ¡Pues a la muerte!
¡Ay, amigo! Ya lo creo,
por ella es que ya no veo,
pero esa... no tendrá suerte.
Si ella tanto lo ha pensado
darme muerte sin motivo,
ojalá y camine vivo
su pensamiento frustrado.
En un vaso ya olvidado
sin costumbre y sin sereno
ella tiene su veneno
y con él un desatino,
pensará darlo por vino
y allí, caerá en el cieno.
Don Diego, estimado amigo
quédese aquí. No se vaya.
Cuando ella cruce la raya,
sirva usted de vil testigo.
Rosa tendrá su castigo
y nacerá otra querella
que a mi vista será estrella
adornada de un rubí.
Cuando ella venga por mí,
usted váyase con ella.
¡Oh, Tiburcio, yo no puedo!
Pero tengo solución,
lo que ofrezca de sazón
pues será su propio enredo.
Con tu amistad mejor quedo
enlazada de cordura
y a Rosa, por su locura
pagaremos con diamante,
veneno será el calmante
de su intensa travesura.
Don Diego bien ya se esconde
a la espera misteriosa
y el ciego al sentir a Rosa
muy alegre le responde:
¿traes comida?, ¿de dónde?
Le respondió. Pero espera
que esta mujer de primera
hará por ti lo posible.
Aquí traigo algo ingerible,
toma y bebe esta quimera.
Don Diego estaba sereno
escuchando la malicia.
Rosa sale, ¡que noticia!
Se dijo de gozo lleno.
Al ciego quitó el veneno
y lo cambió por un fresco,
y riendo muy picaresco
llamó a Rosa con la copa.
Le dijo: Mujer, tu ropa
me habla. Bebe este refresco.
Doña Rosa le hizo caso
bebiendo así su veneno,
su castigo está muy bueno
dijo Diego en el ocaso.
La Rosita y su fracaso
caminaron a la puerta,
nadie sabe si fue experta
o quizás perdió la maza
porque en medio de la plaza
doña Rosa cayó muerta.
Samuel Dixon [11/08/2022]
- Autor: Samuel Dixon (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 11 de agosto de 2022 a las 22:00
- Comentario del autor sobre el poema: El amor no está en el cuerpo, sino en el alma. Saludos y bendiciones amigos (as) del portal.
- Categoría: Reflexión
- Lecturas: 68
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Comentarios1
Ay don Diego...no sabía el dicho: "Ojos que no ven, corazón que no siente"
Muy bueno!!!
Fue un placer leerte.
Don Diego hizo lo que pudo por su amigo el ciego. Saludos
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