Yo no desprecio a mi tiempo,
yo soy el maestro de los atletas,
y busco a aquel que sea más fuerte que yo con mi estilo, y honre su victoria.
Honrar mi estilo, y aprender a vencer al maestro, ese es el verdadero atleta.
El hombre que ame a su mujer,
y la mujer que ame a su hombre,
nos trae más que poderes arbitrarios de admiración y triunfo,
porque es en condición de humildad, que el atleta gana la victoria con el estilo del maestro, abandonando poderes adyacentes.
Nobleza de corazón y auténticas pruebas persisten en la escuela,
pero a puerta cerrada, me odio a mí mismo.
Es a puerta abierta que logro transmitir mis enseñanzas atléticas.
La ración ya está servida y la como alegremente,
el amor en sí, en recompensa, da sus frutos y placeres,
sin embargo, el desprecio, es una herida tan afilada que el alma olvida atreverse.
Con las llagas ensangrentadas, sucumbí a la fuerza de la tormenta,
pero no sin hallar la clave de la fuente inagotable,
la que doy de beber a mis congéneres.
Mi atleta, es fuerte, rebelde, inconforme,
no busca peleas,
pero sí monta a caballo,
y dirige su flecha hacia el fundamento olímpico.
Lucha por la victoria con distinción y estilo.
Arde en llamas su corazón ante Dios,
no rinde cuentas a su adversario, sino a sí mismo,
y perfecciona el dinamismo de su cuerpo.
Porque el alma, no es más importante que el cuerpo
pero el cuerpo, no es más importante que el alma.
El atleta que entienda mis palabras, vencerá realmente a su maestro
y con amor reconocerá que merece la pena aprender
con gestos discursivos, y acciones instruidas.
¡Yo soy el maestro de los atletas!
Galilea Reina
Inspirado en Whitman
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