Estímulo

Ernesto Chávez

Escribo por ti, pero también por mí. Lo hago así porque sé que al leerme (si algún día lo haces) tu realidad se mantendrá intacta, pero mientras escriba, la mía seguirá renovándose. Escribo para abrazar la locura, adentrándome en mis propios abismos, confrontado a mis propios demonios, cediendo ante un poder oculto e inefable.

 

No espero que vengas a mi encuentro, no espero que un día decidas entregarte a mí, ni siquiera tengo la esperanza de que me pienses, solo deseo una cosa: seguir sintiéndome así, desdichado, miserable, completamente fuera de lugar, pero inspirado, deseoso, con las pasiones al límite.

 

Hay ciertas cosas que aún no puedo decirte y otras que es mejor que permanezcan en secreto siempre, pero estoy seguro de que, si mis palabras tienen algún efecto en ti, serás capaz de intuir lo que está en las sombras, lo que nace de ti y guardo para mí.

 

Por ahora, seguirás siendo mi vena poética, parte central y adyacente de mis escritos. Lo he decidido así porque no quiero que mi fulgor se apague antes de tiempo, quiero aprovechar cada ápice de inspiración que provoques, para bien o para mal.

 

Una parte de mi ser muere cada vez que te pienso y escribo, muere en mí, pero se transfiere a esas palabras que otros habrán de leer. Entonces, el producto de mis placeres, de mis fantasías, de mi frustración y de mi dolor habita en otros. Todos sabrán de ti sin saber quién eres, te conocerán por medio de mí como un ente, una energía indómita, una musa de una seducción abrumadora. Cargarán contigo, compartirán mi alegría y mi pena, sentirán el deseo que transpiro por cada poro y, entonces, querrán saber tu nombre, querrán descifrar el código... sin sospechar que ese es el secreto que nos mantiene aquí. Dime, ¿sabes tú quién eres? ¿Hasta qué punto te reconoces en mis palabras? ¿Podrías enunciar tu nombre? ¡Dilo! ¡di tu nombre y consuma el sortilegio!

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